Esta pequeña escultura de 0,55 metros de altura, incluida la peana, y, realizada en madera de cedro, iba a ser colocada sobre el facistol del coro de la catedral de Granada. Los canónigos, al verla, pensaron que era mejor colocarla en la cajonería de la sacristía para poder contemplarla de muy cerca. El 27 de mayo de 1656, los canónigos granadinos se reunieron para tratar en el orden del día "qué se a de hazer de la ymagen de Nuestra Señora que fabricó el Señor Racionero Cano para el facistol", dado que en este lugar su belleza no podría gozarse. El Cabildo, por abrumadora mayoría, acordó "que se haga una caja curiosa con sus vidrieras y póngase en la Sacristía, y se cometió al Señor Abad para que lo disponga y para que se corte la peana de la ymagen que oy tiene el facistol, para que se pueda ver".
Representa a la Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción. Según esta creencia, Dios preservó a la Virgen María al nacer del pecado con que vienen al mundo todos los hombres (pecado original), para preparar de esta manera a la que iba a ser madre de Jesús, su Hijo. Esta era una opinión muy extendida en España en el siglo XVII y a acabará siendo declarada dogma de fe -verdad que deber ser creída por los católicos- por el papa Pío IX en 1854.
En cuanto a la iconografía, sigue lo indicado por Francisco Pacheco, su maestro, en El arte de la pintura, donde señala con precisión cómo se deben realizar las pinturas religiosas, y por ende, las esculturas. “Hase de pintar, pues en este aseadísimo misterio esta Señora en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mesillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin, cuanto fuera posible al humano pincel… Hase de pintar con túnica blanca y manto azul que así apareció esta Señora a doña Beatriz de Silva… y la media luna con las puntas hacia abaxo”.
El facistol es un gran atril donde se colocan los libros corales para que puedan ser leídos por varias personas a la vez. El 9 de abril de 1652, el cabildo catedralicio acuerda la fábrica del facistol encargando a Alonso Cano su diseño y la dirección de la obra. Está formado por cuatro partes: pedestal. peana, atril o atrilera y tabernáculo. Está rematado por una cruz. Precisamente, en el tabernáculo, la cuarta y última pieza del facistol es el tabernáculo; está compuesto por una urna -con forma de templete cuadrangular- cubierta por una cúpula rematada por un crucifijo cuya autoría discuten los especialistas. La urna presenta cuatro pórticos con arcos de medio punto ornamentados en sus claves con hojarascas de bronce; su interior es perfectamente visible a través de cuatro paneles de cristal. En el interior de la urna hay ahora una imagen de la Inmaculada Concepción obra del granadino Diego de Mora (1658-1729). A la actual imagen le precedieron dos, ambas de Alonso Cano: Inmaculada Concepción, retirada por decisión del Cabildo dada su excelente calidad y, en la actualidad, en la sacristía; Virgen de Belén hoy en el museo catedralicio. En el XVIII se le añade la actual peana de plata y la urna donde actualmente se expone pudiéndose contemplar sólo de frente; en este mismo siglo, al barnizarla, se altera la policromía original de sus vestidos del blanco al verde pálido en la túnica y enlutando el azul del manto.
El resultado obtenido es el más perfecto de la iconografía de la Inmaculada, al condensar en ella todas las experiencias pasadas y ser un ejemplo para representaciones futuras. La base es pequeña; no se trata de la típica peana de una escultura, sino de una nube; es pequeña en relación con el cuerpo que ha de sustentar. No contiene dragones, ni serpiente, ni ángeles de grandes proporciones, como se ve en otras obras, sino unas caras de tres querubines que se entremezclan airosamente con las nubes, como si formaran parte de ellas -una manera de espiritualizar la obra-. Y a partir de aquí se surge la figura, magnificando progresivamente esa espiritualidad. Sobre las nubes y los querubines se sitúa la luna orientada hacia abajo; desde ella se inicia un movimiento ascendente de figura humana espiritualizada, ocultos los pies por un manto que comienza a dar misticismo al mismo ritmo que surge hacia arriba. Aunque el manto tienes grandes pliegues, aligera Alonso Cano la base, en torno a los pies, con lo que la figura adquiere una forma fusiforme -o de huso-. Observamos la diagonal que el manto azul inicia en la base, y que lleva la mirada del espectador hasta el rostro y manos; son estas las dos pinceladas más claras del conjunto y donde Cano concentra su maestría espiritual. Era habitual que un hombro quedara libre del manto. Pero conviene detenerse y analizar la cabeza, sumamente bella. Es propio de Cano el realizar figuras humanas que parecen ensimismadas. Es una representación de la virgen-niña, totalmente abstraída de la realidad exterior y concentrada en sus sentimientos más íntimos sobre la profundidad del misterio, del privilegio y del dolor de ser la Inmaculada como madre de Dios. Indudablemente contribuye a crear en el espectador un clima de oración. Otros elementos, como la pierna que se adelanta, la mirada lateral de la Virgen, el ritmo helicoidal, etc., contribuyen a dar la belleza clásica a esta insigne obra. Alonso Cano era pintor, y por eso, él mismo se encargaba de policromar sus obras, como en este caso, aunque aquí no usó el estofado, tan presente en los escultores andaluces de la época.