A partir de 1622, año de canonización de santa Teresa, Gregorio Fernández se manifiesta como un excelente intérprete de la santa carmelita, de la que crea una imagen idealizada en su faceta de escritora, con un libro y una pluma en sus manos, pero sobre todo en un rapto de inspiración divina expresado por el movimiento del hábito y su mirada dirigida a lo alto. A partir de los presupuestos de la talla de 1614, año de la beatificación, en su taller se realizaron versiones evolutivas sobre el mismo modelo, todas ellas encomiables, diferenciadas entre sí por la edad reflejada en el rostro y por las labores de policromía, unas suntuosas, otras más austeras.
En la obra que contemplamos, tal vez de 1624, la santa, de tamaño natural y vistiendo el hábito carmelitano, aparece de pie y en posición de contrapposto, recurso que describe una línea sinuosa que recorre el cuerpo y le dota de movimiento. Sujeta en su mano izquierda un libro abierto minuciosamente tallado y con inscripciones legibles entre las que se aprecia el nombre de Pedro de Alcántara, su confesor, mientras que el brazo derecho aparece levantado y sujetando delicadamente una pluma, con ademán de interrumpir la escritura al tiempo que recibe la inspiración. En definitiva, se representa un momento en que el trance del éxtasis le hace soltar el manto y el libro, lo que es utilizado por el escultor para romper la simetría a través de una original colocación en el frente del manto plegado y recogido a la altura de la cintura.
La figura está tallada íntegramente, lo que hace presuponer su uso procesional. Tanto el manto como la toca caen por detrás en forma vertical, aunque esta última se pliega dejando sueltos dos cabos que permiten al maestro describir unos bordes naturalistas en los que la madera se transmuta liviana y desmaterializada, un portento que muestra a Gregorio Fernández en su mayor plenitud artística.
También son destacables las finas labores de policromía, con bellos estofados florales concentrados en las orlas del manto y del peto, lo que no enmascara los colores del Carmelo, en tanto que el rostro y las manos ofrecen carnaciones a pulimento. Los detalles polícromos se extienden al libro que porta en su mano, donde son apreciables inscripciones relativas a la obra de la gran escritora. Esta obra maestra marca la pauta en el abandono del gusto por el oro en la policromía a partir del segundo cuarto del siglo XVII, orientándose a un acabado en colores planos y mates con el afán de reforzar el naturalismo de las figuras.
No hay en la imagen referencia alguna a las huellas y fatigas físicas de la santa andariega, sino al dinamismo que inspiraba sus escritos y fundaciones, mostrando la maestría de Gregorio Fernández tanto en la representación de las diferentes texturas como en las estudiadas composiciones, que como en este caso, teniendo en cuenta el punto de vista bajo del espectador, hace que la madera emprenda un movimiento ingrávido y ascensional, acorde con la elevación de espíritu de la venerada religiosa abulense, que con el tiempo sería declarada Doctora de la Iglesia.
El centro emocional de la escultura se concentra en el rostro, en el que Fernández ha representado a la santa con aspecto intemporal, joven e idealizada, con el habitual diseño oval enmarcado por la toca, con piel tersa, nariz recta, boca entreabierta y la mirada al cielo, siguiendo un estereotipo creado por el escultor que se reconoce en otras de sus representaciones femeninas, que siguen el mismo patrón, con una belleza que no se fundamenta solamente en la finura de las facciones, sino en su componente místico. Además, con el fin de reforzar la expresividad, tiene aplicados ojos de cristal que contribuyen a realzar su naturalismo. La popularidad de la beata de Ávila fue tal que el 30 de noviembre de 1617 se solicitó a las Cortes de Castilla que fuera declarada patrona de todos los reinos de España en su calidad de santa, fundadora y escritora, como protectora contra la herejía y como intercesora, propuesta que no llegó a buen término debido a la reclamación del Cabildo de Santiago de Compostela de un título ya consolidado.