La anatomía femenina, oculta en su mayor
parte, se adivina a través de la sutileza que presenta su contenido
movimiento. Para ello
Pedro de Mena utiliza unos recursos resueltos con maestría
que eliminan toda rigidez, como la colocación de la pierna izquierda
avanzada, la flexión del torso ligeramente hacia adelante y el
contrapunto de los brazos, uno extendido y otro replegado. Todo ello
origina unas elegantes líneas sinuosas que recorren el cuerpo y
hacen resaltar el contraste entre las superficies planas del vestido
y los largos y sueltos mechones de la melena por el frente y la
espalda, que presentan la peculiaridad de estar resueltos mediante
varios hilos de mimbre trenzados, recubiertos de yeso, sujetos a la
cabeza y finalmente pintados, ajustándose a la perfección a
la finísima talla en un ejercicio de virtuosismo que fue elogiado en
su tiempo por el poeta Francisco Antonio Bances, que destacó la
maestría del escultor para infundir a la madera un aspecto viviente.
La escultura conserva su peana original,
que aparece recorrida en tres de sus caras por una inscripción que
informa de su autor y fecha de ejecución: “Faciebat Anno 1664 /
Petrus D Mena y Medrano / Granatensis, Malace”.
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La figura ascética de la Magdalena
aparece revestida de un tejido de palma trenzada, que en forma de
estera le cubre de los pechos a los pies y cuya rigidez elimina la
formación de pliegues menudos. Esta original indumentaria, incómoda
y lacerante, está ceñida al cuerpo y sujeta mediante una soga
anudada a la cintura, igualmente de palma trenzada, que es un alarde
de talla naturalista. La neutralidad de esta indumentaria hace que
la atención enseguida se concentre en el rostro sutilmente demacrado
-aunque sin llegar a perder la belleza- con aplicaciones postizas
de dientes y ojos de cristal, mostrando una expresión de
arrepentimiento que es reforzada por la gesticulación; por un lado,
por su mirada clavada en el símbolo de la cruz que porta en su mano
izquierda, motivo de su desconsuelo; por otro, por la colocación de
su mano derecha sobre el pecho en expresión de sinceridad y entrega,
estableciendo en su ensimismamiento un diálogo místico de gran
expresividad plástica.
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En Málaga, recibió el encargo de la Casa
Profesa de los Jesuitas de Madrid de realizar una Magdalena en su
condición de penitente, obra para la que tomaría como modelo la
conservada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid,
procedente del entorno de Gregorio Fernández, cuya iconografía había
repetido este maestro en Valladolid (iglesia de San Miguel), a la
que Pedro de Mena se ajustaría plenamente. No obstante, el encargo
de Madrid fue tallado y policromado en Málaga, como consta en la
peana, superando con su expresividad todos los modelos precedentes,
es decir, acercando a la perfección aquel modelo que creara Gregorio
Fernández. Su llegada a Madrid debió causar conmoción entre los
jesuitas, sobre todo por la capacidad del escultor para reflejar en
la obra el silencio esculpido, la clave del arrepentimiento, la
tensión contemplativa, la renuncia mundana de la ascética y los
valores místicos de la oración, próximos al éxtasis, todo ello
envuelto en un halo poético que desdramatiza el dolor, de acuerdo a
la tradición de la escuela andaluza.
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La obra se encuadra en el original legado de Pedro de Mena, que nunca realizó retablos ni pasos procesionales, sino una escultura intimista, generalmente de pequeño formato, en la que trataba de plasmar estados anímicos de introspección, meditación y éxtasis. Sus figuras presentan cabezas ovaladas, con rostros de ojos rasgados, elevados a lo alto, y boca pequeña. Sorprendentes suelen ser sus trabajos de diferentes texturas, tanto en la talla, con minuciosas descripciones de la piel y finos tejidos formando pliegues de escaso grosor, como en la policromía, con prodigiosas recreaciones de distintos trenzados en los paños. |