A través de su relación con los franciscanos, surgió en Murillo una conciencia social que tuvo reflejo en las obras dedicadas a los desamparados. Participó de un debate social del momento, nacido de los ideales del médico Pérez de Herrera y su libro Amparo de pobres, y de la literatura picaresca de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, que el pintor guardaba en su biblioteca. No se ocultan aquí los aspectos más míseros de una ciudad en la que la mendicidad formaba parte de la vida y cuyo ambiente social conmovió profundamente la sensibilidad del artista.

Tal vez sea éste el cuadro más conocido de tema infantil del famoso pintor sevillano. Dos mozalbetes están sentados comiendo fruta. Son sin duda niños abandonados de los muchos que pululaban por la Sevilla de la época, azotada por la crisis económica. Las calles estaban atestadas de chiquillos pobres y abandonados por sus familias que se ganaban la vida mendigando o robando. Observa cómo los dos pilluelos están devorando el melón y las uvas con verdadera ansia, van vestidos con harapos y están tirados en la calle. Muestran un gesto de pillines y golfillos en sus miradas chisporroteantes y puedes ver sus uñas negras, pies sucios y aspecto desaliñado. Como curiosidad, hay varias moscas en el melón y el niño del moflete hinchado acaba de escupir una pipa que vuela por el aire. Murillo utiliza un fuerte contraste luces-sombras y un predominio de tonos ocres. Es un cuadro naturalista porque muestra la realidad tal como es, con sus imperfecciones y fealdades. Murillo hace gala de una extraordinaria sensibilidad al pintar a los chiquillos con una gran dignidad y con un cariño exquisito que nos hace cómplices de sus andanzas y nos mueve a una sonrisa comprensiva.