En este otro óleo, pintado entre 1670 y 1675, vemos dos niños de hermosura idealizada pero muy naturales. Es un cuadro famosísimo de Murillo. Cristo niño da de beber en una concha a San Juan Bautista y señala hacia la luz, de donde surgen angelotes fundidos con las nubes. El trágico fin que espera a los dos niños (uno degollado y el otro crucificado) está simbolizado por los negros nubarrones del fondo. Desde luego Cristo y San Juan Bautista no se conocieron hasta el episodio del bautismo en el río Jordán, cuando ya eran adultos, pero el rigor histórico nunca le quitó el sueño a Murillo. Puedes ver la expresión "ECCE AGNUS DEI" (este es el cordero de Dios) en la cinta de la cruz de San Juan, así como un corderito regordete, símbolo de Cristo y compañero de juegos de los dos chiquillos, hace el mismo papel que el perrito del cuadro anterior. Esta combinación de realidad tangible y ambiente espiritual es la principal razón del atractivo y popularidad de Murillo.