Velázquez pintó el Aguador de Sevilla hacia 1619, al principio de su carrera. Posiblemente sea la obra maestra de la etapa sevillana y representa a un aguador muy popular en la capital hispalense, llamado "el Corso". En esta primera etapa Velázquez se interesó por los temas populares, costumbristas. Aparecen dos figuras en primer plano, el aguador y un niño, y al fondo un hombre bebiendo en un jarro, por lo que se ha sugerido que podría representar las tres edades de la vida y que el agua simboliza la transición del conocimiento desde la vejez a la juventud. Velázquez sigue destacando por su vibrante realismo, como demuestra en la mancha de agua que aparece en el cántaro de primer plano; la copa de cristal, en la que vemos un higo para dar sabor al agua, o los golpes del jarro de la izquierda, realismo que también se observa en las dos figuras principales que se recortan sobre un fondo neutro, interesándose el pintor por los efectos de luz y sombra. El colorido que utiliza sigue una gama oscura de colores terrosos, ocres y marrones. La influencia de Caravaggio en este tipo de obras se hace notar, posiblemente por grabados y copias que llegaban a Sevilla procedentes de Italia.
Fernando Marías describe con acierto la composición y significado que se desprende de "El aguador de Sevilla"; se trata de una doble triangulación: un viejo (el aguador), un muchacho y un hombre al fondo: tres edades y tres actitudes (meditar, actuar, inquirir); la otra triangulación la hacen los objetos: un jarrón (en el que reposa la mano del anciano), una jarra vidriada con un tazón encima, y una copa.  Sus relaciones, tanto formales como alegóricas, con respecto a los personajes, son evidentes. A los personajes los separan sus edades, pero los reúnen las circunstancias y sobre todo el agua, que aquí es fuente de vida y de comunicación entre los presentes.
El higo, símbolo sexual femenino, que se transparente en el cristal de la copa, ha sido interpretado también como un rito de iniciación en el amor.