Es el primer cuadro de tema mitológico que conocemos de Velázquez. La escena recoge el momento en que Baco, el Dionisios griego, dios del vino, de la vid y de todos los excesos que estos favorecen, corona a un soldado. Baco aparece semidesnudo acompañado por una especie de fauno y por un grupo de personajes vestidos a la moderna, que observan y beben.
El tema entra dentro de una postura irónica con respecto a la mitología clásica: armoniza la representación del mito con modelos de la vida cotidiana. Baco aparece como el dios que regala el vino a los hombres para que olviden por un tiempo sus dificultades. Es una interpretación. Pero también se ha interpretado como una alegoría sobre el vino, que no sólo tiene la capacidad de alegrar el ánimo de los hombres y llevarle a estados no racionales, sino que constituye un estímulo para la creación poética, como recordaban numerosos escritores españoles de la época de Velázquez. Quizá con ello tenga que ver, como se ha recordado a veces, el hecho de que la corona que está colocando Baco al joven arrodillado no sea de vid, como la que luce él mismo en su cabeza, sino de hiedra, atributo con el que se relacionaba a los poetas.
En los inventarios antiguos aparece citado como «el cuadro de Baco» o «el triunfo de Baco» y en uno de 1666, en el que intervino Mazo, yerno de Velázquez, como «una historia de Baco coronando a uno de sus cofrades». Los borrachos es el nombre que le puso el pueblo de Madrid cuando pudo contemplarlo a partir de 1819 en el Museo Real. El cuadro sufrió daños en los bordes durante el incendio del Alcázar Real, en 1734.
Velázquez sigue el modelo de Caravaggio para pintar al dios, desnudo, sensual y metido en carnes. La piel del dios es blanca y suave, casi nacarada, como corresponde a alguien que no trabaja ni necesita exponerse a las inclemencias del tiempo. Hasta nuestro siglo, y la moda de broncearse en la playa, la blancura de la piel era un signo de distinción social. A pesar del tono general oscuro del cuadro la figura del dios se destaca con más luz y por el color de sus ropas que rompe la monotonía de los marrones, del mismo modo que Apolo en La Fragua de Vulcano.
A la izquierda se encuentra un sátiro desnudo levanta una fina copa de cristal y nos sitúa en el mundo de los seres y las historias fabulosos. Contrasta con el grupo de la derecha formado por un mendigo y cuatro hombres de capas pardas, rostros curtidos y expresión achispada, que constituyen un contrapunto cotidiano, verídico y realista.
La figura de Baco contrasta de forma evidente con los campesinos que le acompañan. Estos, curtidos por el sol y los años, están tomados de la realidad inmediata y se encuentran mucho más próximos a Jiusepe Ribera y a cuadros como los filósofos de este autor. Los campesinos, vestidos rústicamente, tienen el rostro curtido por el sol, el viento y la vida al aire libre, y arrugado por el paso de los años. Sus sonrisas y el brillo de la nariz enrojecida hablan del estado de euforia en que les ha puesto el vino. El de la capa, mayor y quizá no tan pobre, mantiene una actitud más seria, mientras contempla la coronación. Físicamente, el que nos mira con el sombrero puesto, como haciendo una invitación a la bebida, tiene muchas semejanzas con el filósofo de Ribera del Museo del Prado.

Hay todavía muchos recuerdos de su etapa sevillana, en la entonación general, en los tipos humanos callejeros y en las calidades de los objetos que usan para beber. Los dos recipientes de barro y cristal que aparecen en el suelo en primer plano conservan todavía la maestría que Velázquez adquirió en Sevilla pintando bodegones, en cuadros como la Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla o las cocinas, y que mantuvo toda su vida, aunque no pintara bodegones independientes. El reflejo de la luz en el cristal y el brillo de la parte vidriada se consiguen a base de pequeñas pinceladas blancas, mientras los dos objetos, se destacan del fondo por una amplia línea de contorno negra.

El tratamiento del paisaje, casi siempre como fondo de los retratos, evoluciona en Velázquez desde este primer momento en Madrid,  en el que la pincelada se va haciendo más suelta y surge un atisbo de perspectiva aérea en el casi imperceptible horizonte, hasta el espacio aéreo que se aprecia en sus obras posteriores. Comparación entre los paisajes del cuadro que comentamos y el paisaje del retrato del Conde Duque de Olivares.
 La composición se organiza en base a dos diagonales que forman una equis, y cuyo punto de intersección es la cabeza del hombre al que corona Baco. La obra se pinta en 1628 o 1629, coincidiendo, o poco después, de la estancia de Rubens en la corte de Madrid. El pintor flamenco vino con una misión diplomática, pero pintó y vio las pinturas de la colección real en compañía de Velázquez. En este momento Rubens, ya consagrado como pintor y como cortesano, debió constituir para el español un modelo a seguir.