En el reinado de Felipe IV volvió a
encenderse la guerra en las provincias del norte de los Países Bajos
(actualmente Holanda), después de una tregua de doce años que se había
firmado en el reinado anterior. Antes de aquella tregua la ciudad de
Breda había caído en manos de los holandeses y, reemprendida la
contienda por Felipe IV, éste ordenó al Marqués de Spínola -general
genovés al servicio de España- que reconquistara esa ciudad; sus órdenes
al genovés fueron muy escuetas: "Marqués, tomad Breda. Yo el Rey". Breda
fue sitiada por mucho tiempo y tomada por fin en 1625; y el holandés
Justino de Nassau hubo de entregar las llaves de la ciudad al vencedor Spínola.
Pintado para el Salón de
Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid, junto a los retratos de
los monarcas a caballo (los reinantes: Felipe IV e Isabel de Borbón; sus
antecesores: Felipe III y Margarita de Austria y el heredero, Baltasar
Carlos). Formaba parte de un programa decorativo destinado a exaltar el
poder de la monarquía española, a través de batallas ganadas por sus
ejércitos. Inspirado en obras anteriores, alguna incluso de tema
religioso, Velázquez adapta la composición a esta escena de guerra, que
no se desarrolló tal como la vemos en el cuadro. El acontecimiento tuvo
también repercusiones literarias. Calderón escribió una obra de teatro
con el mismo título, en la que se recoge esta escena con las llaves como
protagonistas, que pudo servir de fuente de inspiración a Velázquez,
para resaltar la clemencia de los españoles. El pintor emplea la pintura
al óleo con plena libertad, empastando más unas zonas que otras, y
utilizando pinceladas breves, independientes y brillantes (en los dos
protagonistas) o largas y uniformes (en el caballo y los hombres de la
izquierda).
El centro de la composición
está ocupado por el encuentro de los dos generales y la entrega de las
llaves. Este es el motivo fundamental del cuadro y todos los otros
elementos contribuyen a resaltarlo. El caballo, las lanzas y los grupos de
soldados que ocupan el primer plano sirven como barrera óptica para
impedir que la mirada del espectador se pierda en el fondo de paisaje. La
composición se cierra a la izquierda por el caballo, que nos da la grupa y
nos mete en el cuadro con su escorzo, y, a la derecha, por el soldado de
espaldas vestido de marrón claro. Todo esto hace que la mirada se dirija
al tema principal, la entrega de las llaves, que ocupa el centro
geométrico del lienzo, en el lugar exacto donde se cruzan las diagonales.
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La soltura de la pincelada velazqueña, ya en mitad de la
década de los treinta, y el aspecto borroso y abocetado que da a sus
pinturas, es patente en la figura del soldado vestido de blanco, a la
derecha de Nassau, y en los hombres que le rodean. Pinceladas más
empastadas para el traje blanco y muy diluidas para el rostro, el pelo y
las manos; pero todas igual de libres y vivas. En el paisaje del fondo los
árboles se pintan con pequeños golpes de pincel de color verde, mientras
los fuegos se hacen con rojo y blanco, en su mayor parte. Junto a ellos
vemos toda la gama de blancos, grises, verdes y azules que se consigue a
base de mezclar diferentes azules. |
En el hombre con bigote y sombrero que aparece a la
derecha, debajo de la bandera, entre el caballo y el extremo del cuadro,
que mira fijamente al espectador, se ha querido ver un autorretrato de Velázquez; pero no hay razones de peso que avalen esta teoría. Simplemente
el deseo romántico de encontrar al artista en cada una de sus obras, y en
especial en una tan importante como ésta. |