En el mes de julio de 1486, contando con 26 de edad,
cayó en una emboscada tendida por los árabes en las fangosas tierras de
la vega granadina, donde fue alcanzado por las espadas islámicas, muerto
allí, recogido su cuerpo por su padre, y llevado a Sigüenza años más
tarde, donde la familia había adquirido, en la Catedral, una capilla de
la cabecera, a la que dio título de San Juan y Santa Catalina, y allí se
puso, el primero de todos, el cuerpo de don Martín Vázquez de Arce. Su
hermano Fernando, obispo de Canarias, encargó la estatua yacente para su
sepulcro.
La escultura, encargada por su hermano, Fernando Vázquez de Arce, obispo
de Canarias, fue obra de un maestro desconocido, aunque posiblemente
relacionado con el taller de Sebastián de Almonacid en Guadalajara en el
año 1492. Este escultor fue uno de los renovadores de la escultura
gótica en transición al Renacimiento en la zona central de Castilla, el
denominado grupo Torrijos, junto a Juan Guas y Alonso de
Covarrubias. |
Aparece enfrascado en la lectura de un libro que
tiene en las manos, y medita, con la mirada perdida sobre el suelo,
después de haber leído, mientras
descansa de un ejercicio militar. Las piernas están protegidas por su
armadura, graciosamente cruzadas. Se exhibe destacadamente sobre el
blanco del alabastro la roja cruz de la Orden de Santiago que le
identifica como caballero. Un paje apenado y un animal aparecen a sus
pies, cerrando la composición; el pajecillo, sobre
una celada metálica, le mira, y llora. En el frontal del sepulcro, unas
figuras sostienen su escudo, completándose el espacio con relieves
vegetales. La iconografía habitual durante la Edad Media reserva los
libros a personajes eclesiásticos, por lo que su uso en este caso puede
considerarse una innovación, relacionada con el aumento de la literatura
profana desde la crisis bajomedieval y la invención de la imprenta
(presente en España desde 1472, con el Sinodal de Aguilafuente), aunque
la difusión de la lectura que trajeron los libros de caballerías es
posterior. |