(pulsa sobre la imagen para ver detalles)
En el capítulo 15, 42-47 del evangelio de san Marcos se lee: "Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto".

En el capítulo 19, 33-42, del evangelio de san Juan se lee: "Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: "No se le quebrará hueso alguno".Y también otra Escritura dice: "Mirarán al que traspasaron". Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús".

Esta es una de las pinturas más importantes de la producción de Roger Van der Weyden, un artista fundamental para la historia de la pintura flamenca del XV. Llama la atención la maestría del pintor para alojar en un espacio pequeño y cerrado con un fondo de oro a modo de muro diez figuras de gran tamaño. La escena está, además, magistralmente organizada. La la composición está encerrada entre los dos paréntesis curvos de las figuras de San Juan y María Magdalena. Preside la escena la cruz de la que acaba de ser bajado Cristo y forma, Él y María, dos líneas paralelas inclinadas el centro de la escena. Estas dos figuras mantienen una parecida postura, lo que no es casual. Esa colocación de ambos se interpreta siguiendo la idea teológica derivada de las meditaciones de San Bernardo. La "compassio", el dolor de Cristo compartido por María, se hace patente en esta repetición paralela de sus actitudes. Se representan muy próximas las manos de madre e hijo, lo que permite al pintor marcar dos tipos distintos de palidez: la del desmayo en el caso de la Virgen, y el tono ya cerúleo de muerte en la mano de Cristo. Es extraordinario el estudio de las expresiones de los rostros y el dramatismo del momento. No se descuida el interés flamenco por reproducir con realismo los pequeños detalles: joyas, calidades de las telas o las pieles o las pequeñas plantas que aparecen en primer plano.

Historia del cuadro

Esta cuadro fue pintado para la capilla de la Cofradía de Ballesteros de la iglesia de Santa María en la ciudad de Lovaina. De allí lo adquirió la reina María de Hungría, tía de Felipe II, a quien se lo mandó años después para su rica colección de pintura flamenca. Felipe II, encaprichado desde antes con el cuadro, tenía en su poder una copia que había encargado al pintor flamenco Michiel Coxcie. El rey destinó el regalo de María de Hungría al Monasterio de El Escorial. Allí estuvo hasta la Guerra Civil española, momento en que se decidió llevarlo al Museo del Prado junto con otras pinturas de aquel Monasterio ante el peligro que podían correr dada la violencia de los combates en la sierra madrileña. Terminada la guerra se decidió que quedara en El Prado, enviándose allí sin embargo la copia de Coxcie que se guardaba en este Museo. La obra ha sido sometida en 1993 a un cuidadoso trabajo de restauración, tanto en cuanto a su soporte de madera como a la propia película pictórica.