La presencia de la lujosa cama con dosel tiene su simbolismo. Por un lado la cama es el lugar en que se nace y se muere, algo de gran importancia para la nobleza, que ve en la continuación de su linaje un hecho importante. Además permite colocar una gran colcha y cortinas de color rojo, símbolo evidente de la pasión amorosa, color que se continúa en el diván del fondo, un tipo de mueble frecuente en los salones burgueses en el que la parturienta recibía a las visitas. Otro tanto ocurre con la alfombra colocada junto a la cama, un producto lujoso y carísimo procedente de Anatolia, y con los zuecos, de madera y cuero los del novio y forrados de seda roja los de la novia, que aparecen abandonados en la esquina inferior izquierda y junto al banco del fondo, una forma sutil de aludir al carácter sagrado de la cámara nupcial.
Giovanna Cenami, algo más joven que su marido, nace en París, aunque sus padres eran unos acaudalados italianos. Está ataviada con un vestido azul, del que sólo asoman las mangas y un pequeño trozo de la falda, con un amplio ropón por encima de color verde, símbolo de esperanza y fertilidad, forrado al interior y en los ribetes de mangas y cuello por piel de armiño.

Se ciñe bajo los pechos con una banda rosada, lo que unido al vuelo recogido sobre el vientre sugiere un estado de buena esperanza. Se completa con sofisticados trabajos de "callos" en las mangas y una toca blanca con los bordes prodigiosamente ribeteados por tradicionales trabajos en encaje. Su alta posición social y la sumisión al esposo queda remarcada con la presencia de una cadena de oro al cuello. El color verde representa la fertilidad; aunque la novia no estaba embarazada, se le dibuja en estado de gravidez para aludir a su futuros embarazos.
Giovanni de Arrigo Arnolfini es un sagaz financiero y comerciante, originario de Lucca (Italia), que se había establecido en Brujas el año 1420, donde logró un alto status social. Fue caballero y canciller de Felipe el Bueno, duque de Borgoña y el más poderoso señor de Flandes. Arnolfini llegó a ser gobernador de finanzas de Normandía y consiguió amasar una gran fortuna a través de los impuestos sobre las importaciones. El esposo viste chaqueta y calzas negras, una túnica sin mangas de terciopelo púrpura con ribetes y costados de piel de marta cibelina y un generoso sombrero negro de paja.
El pintor se convierte en testigo de la ceremonia a través de dos detalles, su reflejo, acompañado de un clérigo, en el pequeño espejo colocado sobre la pared del fondo y la inscripción que aparece sobre él, en la que figura "Johanes de Eyck fuit hic, 1434" (Jan van Eyck estuvo aquí, 1434), escritura realizada con una caligrafía florida igual a la que solía utilizarse en los documentos legales. La pintura se convierte así en un acta notarial del acontecimiento. Hay más referencias religiosas en la pared del fondo, como un rosario con las cuentas de cristal, símbolo de la pureza de la novia y de su carácter devoto. Estos rosarios eran habituales regalos de los novios a sus futuras esposas. Asimismo, es prodigioso el espejo convexo que forma una vista en forma de "ojo de pez", fruto de los estudios del pintor sobre la percepción del ojo humano y de sus progresos en la aplicación del óleo con finísimos pinceles de pelo de marta. Sobre el marco de madera del espejo, cuyas dimensiones se reducen a unos pocos centímetros, están insertados diez medallones, que simulan esmaltes, con estaciones del Viacrucis perfectamente identificables.
Del techo pende una lámpara metálica de siete brazos, con una sola vela encendida a plena luz del día. Es un elemento muy expresivo por su carga simbólica, pues aunque la pintura no tiene grandes figuraciones religiosas, la vela es un símbolo de Cristo omnividente, en aquella época indispensable para realizar cualquier tipo de juramento, lo que pone de manifiesto el carácter sacro del compromiso. Antes de la procesión nupcial se llevaba a la iglesia una vela encendida que debía volver encendida a la casa de los recién esposados, pues era creencia que estimulaba la fertilidad, un concepto sobre el que gira toda la composición.
Un elemento religioso es la figura de Santa Margarita con un dragón a sus pies que corona un sitial de alto respaldo colocado por detrás de la cama. Su presencia invoca a la santa que era considerada como patrona de los buenos partos, por eso se coloca próxima a los pliegues sujetos en el vientre de la mujer que le confieren el aspecto de embarazada. De igual manera, en la colocación a su lado de una escobilla de uso doméstico algunos lo han interpretado como una alusión a Santa Marta, patrona del hogar.
Todos estos elementos dotan a la pintura, aparte del valor ya citado de testimonio de legalidad, de una interpretación de tipo espiritual propia de la sociedad flamenca. Otro tanto ocurre con el remate del diván que aparece por encima de las manos de los contrayentes, en cuyo aspecto de gárgola algunos han querido encontrar su significación en una suerte de exorcismo para alejar el mal de la esterilidad.
Sobre el arcón colocado bajo la ventana aparecen unas naranjas y en al alfeizar una manzana, frutas que aluden por una parte al alto status de la pareja, ya que estos frutos, allí denominados "manzanas de Adán", eran importados del sur y eran considerados un artículo de lujo en el norte de Europa. Además representan la fruta prohibida del Edén y por tanto al pecado de la lujuria, que queda redimido en el matrimonio cristiano.
No podemos olvidarnos del pequeño perro situado en primer plano, un grifón terrier colocado para destacar la fidelidad del matrimonio y del amor terrenal, un símbolo que aparece frecuentemente a los pies de los personajes en la escultura funeraria. El animal pone al tiempo una nota de cotidianidad en un momento de gran solemnidad, con una portentosa plasmación del pelo del animal.
Pues a pesar de lo sugerente de esta escena, en la vida real este matrimonio no resultó como se esperaba, pues los Arnolfini nunca tuvieron hijos y el comerciante fue llevado ante los tribunales por una amante despechada que buscaba una compensación económica. Aunque el enlace no tuvo un final feliz, fue una buena ocasión para que Jan van Eyck dejara para la posteridad una impresionante pintura en la que hizo un alarde de virtuosismo en la representación de la realidad.