Se trata de una de
las pocas obras originales que nos ha llegado del mundo griego en bronce,
que fue el material preferido a lo largo del siglo V a.C. Se trata,
posiblemente, de una ofrenda para celebrar la victoria en los juegos
píticos. Formaba parte de un grupo que estaba formado por el auriga que sostiene las riendas de
la cuadriga, los cuatro caballos, un guerrero detrás de él -que podía ser
el oferente- y un mozo de cuadra. La escultura está fundida en piezas
separadas y soldadas posteriormente. Los ojos son incrustaciones de vidrio
de color y todavía conserva restos de plata de la diadema y de cobre en
los labios, elementos que conferían una mayor riqueza cromática.
Del grupo sólo
se han conservado esta figura, fragmentos de un caballo y un pequeño
esclavo que acompañaba al príncipe en el carro. Si bien es evidente que,
aislada, esta estatua ofrece un aspecto diferente al que debía de
presentar en el conjunto, es posible señalar algunos rasgos esenciales. A
primera vista, la figura erguida, con la larga túnica y la actitud
impasible, recuerda mucho las esculturas arcaicas. Pero esta impresión se
corrige cuando miramos más atentamente. La marcada frontalidad que
caracterizó a las esculturas arcaicas exentas, especialmente en los
primeros tiempos, tiende aquí a desaparecer gracias a la introducción de
matices que podrían pasar desapercibidos: los pies se sitúan oblicuamente
respecto al cuerpo, el cual acentúa levemente la torsión lateral, de
acuerdo con los brazos y cabeza; esta torsión se manifiesta en el juego de
los pliegues de la túnica, los cuales, ceñidos en la cintura y sueltos en
el torso, establecen un volumen que evita la rigidez columnaria. Este
movimiento es, no obstante, mínimo, muy lejos del que realmente podía
mostrar un auriga sobre un carro, es decir, no se trata de una obra
realista, naturalista o representativa. El rostro está de acuerdo con esa
disposición corporal; mantiene un gesto sereno en el que ha desaparecido
la sonrisa, para dar paso a una expresión centrada, que destaca en unas
facciones geometrizantes, pero con una fuerte "carnosidad" en los labios,
pómulos y lóbulos nasales.
La aparición de esta tímida movilidad ha producido efectos
notables en la composición global de la estatua que, sin dejar de ser
plenamente estructural, altera ya levemente la composición aditiva típica
de las obras arcaicas. Ya cada una de las partes no se limita a estar al
lado de la contigua, sino que incide en su conformación, exigiendo una
coherencia del conjunto que va más allá de las coherencias individuales.
El juego de cintura, el torso y las caderas, por ejemplo, es en este
sentido muy ilustrativo, todo él dominado por el ligero movimiento del
cuerpo, que en ningún momento se ve, pero se "trasluce" en la disposición
de los pliegues y el ritmo de la caída de éstos. |