El papel de la escultura griega
arcaica es el de efectuar en la práctica lo que el texto homérico ha
supuesto siempre: que el dios no está alejado, en otro mundo, que no mira
desde la distancia, que está en la naturaleza de la que todos formamos
parte, como presencia cercana que da sentido a lo cotidiano, que su
presencia no es la señal de lo insondable sino revelación de que "los
dioses viven sin esfuerzo" -como dice Homero-, lejos del trabajo y la
miseria de los hombres. Por ello las figuras de los kouroi son
intemporales, no les afecta ni la luz ni la sombra, están fuera del tiempo
y del espacio, en la región de las ideas; las formas son disciplinadas,
geometrizadas, sometidas a ritmos, son atléticas, rígidas, juveniles. No
expresan emociones concretas, pues éstas no son más que la expresión de un
tiempo al que los dioses no están sometidos, de un esfuerzo que no tienen
que hacer. Su rostro no está marcado por arrugas ni lágrimas, su boca no
se distorsiona: a lo más una sonrisa intemporal, estereotipada, que nada
descubre de un interior inexistente. La escultura griega, pues, no ilustra
lo ya dicho ni exalta lo establecido; por ello el artista puede
concentrarse en la valoración de la imagen y el volumen en sí mismos.
Los kouroi (en singular kouros que podemos traducir por
"joven") representan a jóvenes atletas ganadores en los juegos panhelénicos; anteriormente se les había considerado como Apolos.
Totalmente desnudos, con los puños cerrados y prietos contra
los muslos, y con la pierna izquierda adelantada como si quisiera avanzar,
presenta unos labios arqueados y abultados ojos, con una expresión
beatífica que se conoce como "sonrisa arcaica", largos cabellos
geométricamente dispuestos (recordemos la importancia de los cabellos en
la antigüedad: Aquiles ofreció su rubia cabellera al cuerpo de su difunto
amigo Patroclo para que se quemase con él). Se convertían en verdaderos
retratos en el caso de vencer tres veces y, como estatuas icónicas, podían
recibir culto.
Es fácil establecer similitudes con la escultura egipcia,
aunque la griega es más abstracta, debido a la simetría, la repetición
exacta de las formas y su uso en distintas escalas. Se evita, así,
cualquier pose con torsiones, giros o inclinaciones, porque irían contra
la simetría, y se aplica al cuerpo humano una especie de simetría
horizontal: un eje recorre el cuerpo a la altura del ombligo y se dibuja
un rombo que abraza todo el vientre; otro eje, a la altura de la clavícula
y los músculos pectorales, equilibrando la W poco pronunciada de los
pectorales con la W invertida de la clavícula. La repetición de las formas
la encontramos en la línea de la ceja que continúa la línea del párpado
superior, o en las formas de los cabellos. Se sacrifica el naturalismo
uniforme de su modelo egipcio para crear, así, una obra más satisfactoria
desde el punto de vista estético, buscando un equilibrio entre la belleza
del diseño y la apariencia de naturalidad. |