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Poco tiempo antes de 1554, Cellini, que
ante todo se consideraba orfebre, seguramente el mejor de su tiempo
desde que en 1540 elaborara el célebre Salero para el rey
Francisco I de Francia, había regresado a Florencia después de haber
huido por un tiempo a Venecia tras ser acusado de sodomía. Una vez
perdonado por el duque, que permitió su regreso a Florencia con el
deseo de que le hiciera un retrato en bronce, el escultor aprovechó
esta circunstancia para intentar emular la gloria del David de
Miguel Ángel, proponiendo a Cosme I de Médici la realización de otra
gran escultura, en mármol o bronce, que colocada en la Plaza de la
Señoría proclamara su triunfo como gobernante sobre sus opositores
republicanos.
Sin duda, detrás de aquellas
aspiraciones se ocultaba el deseo de conseguir entre sus
conciudadanos la misma gloria que Donatello y Miguel Ángel, cuya
obra aparecía colocada en tan emblemático espacio urbano. Pero a
su astucia habría que sumar la vanidad del Gran Duque, que
aceptó la idea y propuso que la figura representase el mito de
Perseo y su victoria sobre Medusa a través de la inteligencia,
uno de tantos personajes pertenecientes a la mitología griega
que durante el Renacimiento fueron recuperados y traducidos,
pasando a formar parte del repertorio habitual en los ambientes
cultos de la época por sus valores ejemplarizantes acerca de
algunas virtudes humanas, tales como la sabiduría, la osadía, el
valor, la astucia, la fuerza, etc.
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Perseo era hijo de Zeus y Dánae,
fruto de una relación en la que el dios se metamorfoseó en
lluvia de oro para conseguir penetrar en la torre en que tenía
encerrada a Dánae su padre Acrisio, rey de Argos, para evitar su
contacto con varones e impedir que se cumpliese la profecía del
oráculo que vaticinaba su muerte a manos de su nieto. Cuando
nació, el niño y la madre fueron arrojados al mar en un cofre
que recaló en la costa del reino de Serifos, donde fueron
recogidos por Dictis, en tanto que su hermano, el tirano
Polidectes, gobernante de la isla, se enamoró de Dánae. Pasado
el tiempo, siendo Perseo un adolescente, Polidectes urdió un
plan para deshacerse de Perseo, que no veía con buenos ojos las
pretendidas relaciones del tirano con su madre. Para ello, hizo
circular la petición de que todos los pretendientes de la
princesa Hipodamía, la mujer más bella de su tiempo, le
regalasen un caballo, lo que motivó a Perseo a ofrecer, a falta
de caballo, la mismísima cabeza de Medusa, una de las tres
temidas Gorgonas que tenía la facultad de convertir en piedra a
los hombres tan sólo con mirarles fijamente. Ante semejante
osadía, Polidectes aceptó la oferta pensando que Perseo nunca
regresaría triunfante de su empeño. Sin embargo, Zeus pidió
ayuda a Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra, y a
Hermes, dios mensajero protector del comercio y la astucia. La
primera le regaló a Perseo un escudo metálico y el segundo una
hoz-espada de acero bien afilada. Después de hacer confesar a
las Grayas, tres ancianas hermanastras de las Gorgonas que
compartían un sólo ojo y un sólo diente, el escondite de Medusa,
Perseo recibió como regalo de las náyades un zurrón mágico, unas
sandalias aladas y el casco de Hades, que convertía en invisible
a quién lo colocara en su cabeza. En los dominios de la terrible
Medusa, Perseo pulimentó su escudo hasta convertirle en un
espejo y se enfrentó a ella con arrojo haciendo que su rostro se
reflejara en él. Al clavarse su propia mirada Medusa se
debilitó, momento que fue aprovechado por Perseo para cortar su
cabeza y tomarla como botín, naciendo de los regueros de sangre
Pegaso, el célebre caballo alado. El héroe fue perseguido por
Esteno y Euríale, gorgonas hermanas de Medusa furiosas por el
suceso, a las que pudo esquivar utilizando el casco de Hades.
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La figura del héroe es rotunda,
potente y vigorosa, con una anatomía atlética y viril en
posición de contrapposto que capta el momento en que
Perseo acaba de decapitar a Medusa, cuyo cuerpo pisotea,
mostrando con gallardía su cabeza en público mientras sujeta la
espada en su mano derecha, aún palpitante. El modelado es
exquisito, tanto en la descripción anatómica como en cada uno de
los accesorios, alcanzando un grado sublime en el trabajo de las
dos grandes cabezas, la del héroe con una impresionante
cabellera ensortijada, un fantástico casco alado de gran
fantasía y mostrando el gesto del vencedor, mientras que la de
Medusa aparece con el cabello formado por serpientes y
derramando sangre a borbotones en su garganta, aunque, lejos de
aparecer monstruosa, se muestra como un rostro femenino propio
de una diosa clásica y con los ojos cerrados y un gesto que
insinúa resignación. El minucioso relieve de las cabezas
contrasta con la fina superficie de las anatomías que reposan
sobre un cojín que sirve de peana. Otro tanto puede
decirse de la impecable ejecución técnica, en la que se incluyen
pequeñas aplicaciones doradas, casi desaparecidas.
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Detrás del impactante resultado
había quedado un arduo proceso de elaboración que el artista
describe minuciosamente en su autobiografía. Parece ser que
Cosme I mostró cierta incredulidad en que Cellini pudiera
realizar, por la técnica de la cera perdida, el vaciado de
bronce de la cabeza de Medusa, excesivamente alejada del cuerpo
del héroe y todo un reto en la tarea de fundición. Para ello el
escultor, que instaló el horno de fundición en su propia casa,
llenó de cobre y bronce el horno, atizando un fuego tan intenso
que amenazaba la casa por peligro de incendio. El proceso fue
tan agotador que el escultor tuvo que permanecer en la cama con
fiebres producidas por el esfuerzo, dejando pendiente del horno
a un ayudante. Pero en ese momento la fundición, mal dirigida,
comenzó a enfriarse, a lo que Cellini reaccionó extenuado
reavivando el fuego e incrementando la colada con vasos de
estaño, piezas de la vajilla y cuberterías de su propio ajuar,
llegando a arder completamente el tejado de la vivienda. Cuando
tras el esfuerzo titánico la obra se enfrió al cabo de dos días
y se retiró el barro, la cabeza de Medusa, auténtica obsesión
del escultor, estaba perfecta, apreciándose tan sólo algunos
pequeños desperfectos en los dedos del pie derecho de Perseo,
que tuvo que retocar días después. El resultado suponía el
fundido de bronce de mayor tamaño conseguido hasta entonces,
superando en complejidad a cualquier bronce realizado desde la
antigüedad clásica, por lo que no es extraño que el escultor lo
dejara firmado en la banda que recorre el torso del héroe.
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No menos impresionante es el trabajo
desplegado en el pedestal marmóreo, decorado en sus cuatro frentes
con hornacinas que cobijan las dinámicas y elegantes figuras de las
deidades del mito: Zeus, Dánae, Atenea y
Hermes, piezas decididamente manieristas fundidas en bronce
de forma exquisita. Igualmente virtuoso es el labrado del mármol,
con cabezas de chivos y arpías en los ángulos, curiosos mascarones,
cornucopias y tarjetas, complementándose en el basamento con una
placa fundida en bronce que representa la Liberación de
Andrómeda, cuyo original se guarda en el Museo del Bargello.
Toda esta serie de pequeña escultura diseñada para el pedestal
constituye la cima expresiva del Manierismo pleno, en la misma línea
que en la obra de pequeño formato realizada por Giambologna. |
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