Juan de Bolonia, nacido en Douai, en el Flandes de Carlos V, viajó a Italia donde descubrió la escultura de la antigüedad y también la de Miguel Ángel. Se estableció en Florencia donde se italianizó convirtiéndose en Giambologna.

En El rapto de la Sabina se aprecia un punto culminante en la carrera artística de este escultor. Vemos la voluntad del escultor de innovar en el ámbito del movimiento. Con esta preocupación trabaja en el monumental mármol que se inaugurará en la loggia de los Lanzi en 1583. Para que el grupo disponga de un fundamento más amplio, ya que está limitado por la necesidad de conservar en su integridad la solidez del bloque de mármol, el escultor coloca una tercera figura curvada en dirección al suelo. En este caso hay tres cuerpos combinados en el espacio: el vencido en el suelo con los miembros encogidos; el romano que dibuja un arco de círculo, encorvado y fogoso, y la Sabina que intenta zafarse con un gesto de su espalda. La geometría de las líneas de fuerza, el juego de las miradas, el contraste entre las expresiones, la variedad de los volúmenes que se contraen en dirección descendente y luego se expanden, todo ello convierte esta obra no sólo en un prodigio técnico sino también en un hito de la reflexión estética acerca de la relación entre las formas en el espacio.
"Los rasgos manieristas superficiales son patentes: el alargamiento de las figuras, el gesto desmedido y poco coherente, el espacio angosto... Pero lo propio de Giambologna es su capacidad para introducir estas notas -que son generales a todo el Manierismo- en un movimiento que rompe de forma definitiva con la estatua clásica. El rapto de las sabinas responde todo él a la figura serpentinata que ya había utilizado Miguel Ángel, pero Giambologna prescinde del punto de vista único y el grupo incita a multitud de perspectivas. No existe un delante y un detrás sino una multiplicidad de puntos de vista, de tal manera que el grupo gira como una espiral. Esta multiplicidad, insistimos, viene impuesta por la misma escultura: el movimiento de las figuras que se retuercen y prolongan en su contraposición no atiende ya a la perspectiva frontal típica del Renacimiento, visión estática y serena sustituida, aquí, por un enérgico dinamismo. Giambologna introduce así una creciente intranquilidad en el espectador que, en relación con las pautas clasicistas, puede resultar -como así fue para los hombres de la época, de ahí su enorme éxito- enigmática. La imagen constituye un problema casi imposible de resolver: dónde termina una figura y empieza otra, cuál es el juego de cortes, paralelismos y contraposiciones, son cosa sobre las que el espectador nunca tomará una decisión definitiva."