La Puerta del Sol de Toledo, es una obra mudéjar del siglo XIV que constituía el ingreso a la medina. Su planta es rectangular terminando en semicírculo y tiene un gran arco apuntado sobre columnas, ligeramente avanzado con respecto a la puerta, que es de herradura. Entre ambos, aparece un relieve, con forma de tondo, con el emblema de la Catedral que representa la Imposición de la Casulla a San Ildefonso bajo el Sol y la Luna, de ahí el nombre de la puerta. Sobre ellos se alza una doble arquería de arcos apuntados ciegos en la inferior y lobulados en la superior. En el centro de los arcos ciegos hay restos de un sarcófago paleocristiano del siglo IV. Está flanqueada por dos torreones, uno semicircular y otro cuadrado, ambos almenados y con ventanas.
Esta puerta y la puerta de Alarcones formaban en época islámica un importante conjunto defensivo, separadas ambas por escasos metros. La importancia de este doble cerrojo en esta parte de la ciudad se explica fácilmente por corresponderse con la única parte del peñasco toledano no rodeada por el río Tajo, lo que convertía este acceso en el más vulnerable de todos. Así, si un invasor conseguía superar la primera de las puertas -la del Sol-, aún debía lograr superar otra segunda entrada fortificada si quería acceder al interior de la ciudad: la puerta de Alarcones.

Puerta de los Alarcones hoy. Se encuentra muy próxima a la puerta del Sol y constituyó, junto con ella, el acceso a Toledo mejor fortificado en época islámica. La construcción carece de ornamentación y conserva una fábrica de sillería más moderna en la parte baja y en el arco, modificando su forma original de herradura a medio punto. La parte superior fue completamente remodelada en el siglo XVII para anexarlo a un convento próximo.