Soufflot se formó en Roma; a su regreso a Francia se estableció primero en Lyon. Madame Pompadour lo escogió en el 1749 para que acompañara a su hermano, luego marqués de Marigny, a un viaje por Italia con el grabador Nicolas Cochin. Este viaje tuvo enorme importancia en la implantación del gusto clásico en Francia. Gracias a la protección de Marigny recibió Soufflot el encargo de construir la iglesia de Sainte-Geneviève en la pequeña colina del mismo nombre cerca del palacio de Luxemburgo en París. El primer proyecto fue aprobado en 1757. El año 1764 se terminó la cripta y desde esta fecha hasta su muerte en el 1780 no cesó el arquitecto de modificar y perfeccionar su primitivo proyecto. Después de su muerte siguió las obras J. B. Rondelet, que las terminó en el 1791. La Asamblea Legislativa la proclamó santuario laico de la Nación. Se suprimieron los campaniles, que le daban un aspecto religioso que no correspondía a su nueva dedicación.
La iglesia de Ste. Geneviève, concebida por Soufflot según los más puros principios de la arquitectura clásica, representa treinta años de actividad. Fue iniciada en 1757, la construcción del edificio se prolongó hasta la Revolución y en 1791 la iglesia fue convertida en panteón nacional para los héroes del pueblo. El edificio, que comenzó siendo un poderoso símbolo del heroísmo revolucionario, es un ejercicio académico de arquitectura de columnas, utilizada para componer una estructura a la vez maciza y luminosa, que abruma por fuera y es espaciosa por dentro.
La planta está centralizada, es una cruz griega, y al entrar bajo el pórtico monumental quedamos cobijados en un espacio controlado y armonioso. El orden y la calma predominan en el interior de Ste. Geneviève; esto estimula a los fieles a centrar sus pensamientos en una doctrina total y definida. Interviene también el atractivo de la gran dimensión y de los elementos arquitectónicos sencillos: la línea encumbrada y estriada de la columna que sujeta con gran economía el cornisamento. Éstas son respuestas ordenadas, pero también es posible sentirse como una de las diminutas figuras perdidas de Piranesi, garabateado casualmente a esta escala por el buril del grabador.