De 1859 a 1863, naturalmente que también dedicado a otras obras, se ocupa en El baño turco, más que explícito espécimen de la erótica romántica, además de exponerse de la nada oculta sensualidad de su amor.
El rotundo éxito que obtuvo con su purismo formal y la reiterada dedicación a las historias y mitos de la antigüedad grecorromana nos revelan el poderoso arraigo que todo ello mantenía activo en la mente francesa. Mas de ninguna de las maneras nos hace de Ingres una exacta prolongación del Neoclasicismo.
Ingres es sabio, pero no "frío". Ingres posee la corrección hasta extremos de continuo admirables, y, sin embargo, puede -porque debe... -"desdibujar" alguna de sus odaliscas bajo el febril fervor de un ensoñado espiritualismo carnal -femenino- que no teme atentar contra natura y la canónica proporción humana, de pretendida estirpe estatutaria. Íntimamente impregnado del nuevo espíritu romántico, Ingres quemó en soterraña pira la frigidez neoclásica. Aunque también sobrios, sus imponderables retratos acabaron con el ascetismo intelectual de los asimismo excelente de su maestro David. Hipersensible y sensual hasta en los últimos años de su casi nonagenaria existencia, crecientemente se supo decir con la efusión romántica en que pueden fluir apareados espiritualidad y erotismo. Aunque viajero que sólo anduvo por Francia e Italia, el exotismo forzó las puertas de su temática con las odaliscas y ese su Baño turco que es oceánico harén de muelle, hacinado y turgentísimo mujerío desnudo. Ingres tuvo muchos discípulos y, con Picasso como bonísimo y decidor ejemplo, lo "ingresco" ha sido y es una constante de las variables inquietudes de la contemporaneidad novecentista.