Se puede estudiar la evolución del aspecto físico e incluso aspectos de la condición humana de Goya haciendo un recorrido por las numerosas obras en que reflejó su autorretrato, tanto en óleos como en dibujos; unas veces con su efigie, otras de cuerpo entero y en numerosas ocasiones incluido en el conjunto de un cuadro de grupo. En este último caso, el ejemplo más importante es la inclusión que hace de su figura en le retrato de la Familia de Carlos IV .
Es el primer autorretrato conocido del autor en el que se muestra de un modo directo e implacable sin ningún asomo de idealización. Se representa como un joven artista de largos cabellos, inconformista, a la expectativa, con el espíritu despierto y la mirada plena de decisión, ligeramente retadora. Los ojos aparentan estar algo hundidos, no en vano el rostro se ve en penumbra, resaltando los contrastes luminosos en una cara de marcados carrillos, doble papada y labios carnosos y sensuales. La cabeza, grande y firmemente asentada sobre un ancho cuello, denota vigor y expresividad, recortándose hábilmente sobre un fondo oscuro de leve irradiación luminosa que sugiere al tiempo entorno aéreo y espacio posterior. Todo ello queda acentuado por la larga melena en descenso, encima de una casaca sumariamente tratada. La libertad de toque deja suponer cierto grado de inacabamiento en los bordes de la tela, contraponiéndose a un soberbio volumen del conjunto, reforzado por las empastadas pinceladas que definen la frente y las mejillas valorando la efigie con calidades casi táctiles. Fija la idea de un hombre en torno a los veintitrés a veinticinco años, poco amigo de convencionalismos, de carácter firme y genio vivo. Hay muchas hipótesis acerca del momento en que Goya llevó a cabo la obra. Cabía pensar que es una pieza más temprana de lo que se supone y es posible que sea una imagen de carácter familiar destinada a sus padres y concluida antes de partir para Italia en 1769. Tampoco cabe excluir la circunstancia de que la realizase durante su estancia en la Ciudad Eterna o en otro lugar y la remitiese a Zaragoza para que sus parientes tuviesen clara constancia de su aspecto más reciente en tierras italianas.
De acuerdo con una larga tradición, pinta su retrato en la Predicación de San Bernardino de Siena (iglesia de San Francisco el Grande, Madrid, 1781-1784). A mano derecha, con prenda naranja.
Como Velázquez (en Las Meninas), cuya pintura estudió, admiró y copió al aguafuerte, Goya incluye su figura de pintor en el retrato de la Familia del infante Luis de Borbón, hermano Carlos III y uno de sus primeros grandes valedores en la Corte. 1784. El pintor está agachado a la izquierda, con la paleta en la mano.
En 1784 Goya se «introduce» en el retrato del Conde de Floridablanca: el artista, de espaldas al espectador, presenta a la aprobación del ministro un cuadro.
De hacia 1790-1795 es el pequeño autorretrato de cuerpo entero de la Academia de San Fernando. Va tocado con un raro sombrero que parece le servía de soporte para un círculo de velas con las que alumbrarse y poder hacer su trabajo por las noches. El cuadro nos habla también de su actividad como intelectual (la luz destaca una mesita con recado de escribir) y de su aprecio por la actividad alejada de los encargos oficiales gozando de la pintura que le interesa y agrada.
Este es un minúsculo retrato al óleo sobre lienzo (18 x 12 cm) que fue pintado en torno a 1795, con toda probabilidad elaborado como regalo a la Duquesa de Alba, a cuyos herederos perteneció hasta su salida a subasta en 1989. Aquí aparece ante un lienzo, mirando hacia lo que parece ser su modelo y con un atuendo a la última moda del momento.
Entre los dibujos preparatorios de Los Caprichos (editados en 1799) hay un autorretrato de perfil, en busto (que en el grabado se quedó en busto corto), en el que resaltan la pulcritud de su atuendo, ennoblecido por el uso de un elegante sombrero de copa.
Este es uno de los dos autorretratos al óleo muy parecidos de busto corto con gafas. Adopta en ellos la pose de un tertuliano burgués, vestido como sus amigos ilustrados Jovellanos o Saavedra.
A los sesenta y nueve años, en 1815, ejecutó el autorretrato donado a la Academia de San Fernando por su hijo Javier; la firma es muy expresiva: "Fr. de Goya, aragonés por el mismo".
En 1820 una grave crisis de su enfermedad lo puso al borde de la muerte. El médico Arrieta le curó y, agradecido, Goya pintó un autorretrato (Minneapolis Institute of Arts, EE. UU.) en el que el enfermo es incorporado del lecho por Arrieta, que le da un vaso de medicina; del fondo oscuro emergen tres personajes femeninos que la crítica ha identificado con Las Parcas, de las Pinturas Negras. El cuadro, de complicada perspectiva, en la que se hace de nuevo gala del estudio de Velázquez, es un exvoto civil y laico. En una cartela en la parte baja del cuadro figura un epígrafe, presumiblemente autógrafo, en el que se lee:

"Goya agradecido, á su amigo Arrieta: por el acierto y esmero con qe le salvo la vida en su aguda y / peligrosa enfermedad, padecida á fines del año 1819, a los setenta y tres años de su edad. Lo pinto en 1820".