El día 5 de julio de 1780, Francisco
Goya presenta este cuadro a la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando, con la finalidad de ser elegido miembro de la misma, cargo que
obtuvo por unanimidad el día 7 del mismo mes. Con la elección del tema
mostró su habilidad e inteligencia. Goya sabía muy bien que a los
académicos les había de brindar un desnudo y sabía también que al concepto
español le iba muy bien un tema relacionado con la religión, mucho más
aún, un Cristo de la Agonía, para así poder dar una versión clásica y no
atormentada del desnudo.
Este Cristo crucificado, fue desde el principio, una de las
obras más conocidas y admiradas de Goya por su calidad, pero también una
de las más discutidas como imagen religiosa. Pero la pintura, hay que
tenerlo en cuenta, fue realizada para que su autor pudiese ingresar en la
Academia. Por lo cual la obra debería gustar y contentar a todos los
académicos, además de satisfacer el gusto erigido en estilo oficial de la
Academia, cuyas normas y criterios imponían en aquel momento los pintores
Mengs y Bayeu. Goya hábilmente presenta una obra recurriendo a dos tópicos
muy precisos; por un lado, el tema de Cristo y todo cuanto representa en
España; por el otro, recurrir a la figura desnuda y modelarla con
precisión y justeza, según exigía la Academia. También utilizará el
pintor, como mera fuente de inspiración y referencia, el modelo
iconográfico del Cristo de Mengs, de Aranjuez, eliminando todo
fondo de paisaje, para aproximarse también de alguna manera al Cristo
de Velázquez, del Prado. Goya buscó con esa aproximación a Mengs que tenía gran influencia
en los círculos académicos; el aragonés pensó, sin duda, que esa
deferencia podía serle beneficiosa.
Esta pintura que tuvo buena prensa cuando Goya la pintó, no la ha
tenido tanto a lo largo del siglo XX. Pero a pesar de todas las
discusiones acerca de la misma, lo cierto es que hay en ella grandes
hallazgos y brillantes soluciones plásticas. Utilizando la habitual
iconografía del crucificado con cuatro clavos, nos presenta el pintor una
robusta cruz, sobre la cual se muestra un cuerpo joven y hermoso, con la
pierna derecha un poco adelantada y los pies firmemente apoyados sobre una
peana. Tenemos una figura armoniosa y ondulada, que no
presenta signo alguno de violencia externa o restos de sangre, salvo en la
cabeza que inclina suavemente hacia la izquierda. De alguna manera esta
hermosa imagen de Cristo, aún partiendo de presupuestos y esquemas
anteriores, se aleja totalmente de los tópicos y soluciones efectistas del
barroco español. Hay un nuevo concepto espacial en esta pintura y un mayor pictoricismo, donde los matices se revalorizan y cobran un mayor
protagonismo las transparencias y veladuras, desapareciendo las líneas y
los contornos del dibujo.
La disposición de la figura de Cristo sobre un fondo oscuro y neutro
da como resultado la aparición de una imagen serena, carente de dramatismo
y forzadas emociones. El desnudo del Crucificado se convierte en un
desnudo académico que, sutilmente modelado, hace que la anatomía del
cuerpo se resuelva con unas carnaciones a base de tonos azul-rosados, que
dan unas calidades perladas y matizadísimas a la piel, que consigue una
tibieza casi humana. Es muy hábil el juego de sombras y transparencias con
el cual el pintor consigue el perfecto modelado del cuerpo, cuyos músculos
aparecen pintados con delicadas gradaciones y exentos de toda tensión.
Esta imagen no tiene la crispación de la agonía, pero carece del reposo de
la muerte. Tan sólo la cabeza parece tener vida propia, sus ojos miran
hacia el cielo y de su boca abierta parece salir un callado grito. En esa
cabeza ha centrado el pintor toda la fuerza expresiva del Cristo, en esa
dolorosa y sufriente mueca que, para potenciarla más, recurre Goya a una
técnica más suelta y expresiva, más cargada de pasta y con un modelado más
fuerte. Con ese contraste del rostro, Goya empieza a emplear su sistema de
pinturas ambiguas, en las que junto a la belleza de una parte -en este
caso el cuerpo- contrapone la expresividad y violencia manchista, que aquí
imprime a la cabeza.
Con frecuencia se ha hablado de la falta de sentido religioso en esta
representación de Cristo. Posiblemente Goya se preocupó más por la calidad
pictórica y el perfecto modelado de la figura, así como de obtener esa
fuente de luz natural que parece emanar del cuerpo del crucificado y
centra nuestra atención en Él. Sea como fuese, el Cristo crucificado no
fue concebido como una imagen de culto y devoción para colgarse en un
altar de iglesia. Fue una pintura realizada expresamente para cumplir un
objetivo, que era la entrada triunfal de Goya en la Academia. |