En un principio, la celebración del entierro de la sardina se estableció por motivos religiosos, ya que el día de inicio de la Cuaresma se acostumbraba enterrar un costillar de cerdo, al que se daba el nombre de sardina, para simbolizar la prohibición de comer carne durante esos días de Cuaresma. Hay quienes aseguran que en el pasado, el Entierro de la Sardina era un ritual para atraer la abundancia de la pesca y la fertilidad de los animales, ante un nuevo ciclo de producción.
El rey Carlos III celoso guardián de las tradiciones cristianas, organizó una fiesta un miércoles de ceniza, primer día de la Cuaresma cristiana, con el propósito de que el pueblo cumpliera con el deber de no comer carne durante dicho periodo. Mandó llevar a la fiesta sardinas para paliar el hambre, pero hizo tanto sol ese día que empezaron a descomponerse hasta el punto de que el mal olor que desprendían impidió que se pudieran comer. El Rey revocó la primera orden y dio una segunda: que las sardinas fueran enterradas inmediatamente en la Casa de Campo, donde seguiría la fiesta. Este hecho, lejos de aguar la fiesta, la animó, ya que el pueblo organizó, con no poco buen humor, el entierro de las sardinas putrefactas y, con ello, se deshicieron de su mal olor. En vez de cumplir con el proyecto inicial de enterrar la carne, los madrileños de entonces enterraron el pescado. Y allí se inició la tradición del entierro de la sardina. Desde entonces, año tras año, se celebra esta curiosa procesión.
El renacimientos del Entierro de la Sardina se remonta a mediados del siglo XIX, cuando un grupo de estudiantes de Madrid, que se reunían en la rebotica de la Farmacia de San Antón, decidieron formar un cortejo fúnebre presidido por una sardina, que simboliza el ayuno y la abstinencia, queriendo revivir el festejo carnavalesco que se celebraba en Madrid el miércoles de ceniza. Tal vez, lo que nunca pensaron es en las inmensas proporciones y popularidad que, andando el tiempo, renacería esta fiesta.
El Carnaval, como fiesta pagana asimilada por la iglesia católica, tenía el sentido transgresor de volver el mundo al revés por unos días al año, una bocanada de libertad y renovación antes de regresar al redil de los preceptos de la cuaresma que desemboca en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el periodo del año más decisivo para los que cristianos. Esos días de desenfreno eran temidos por los gobernantes porque eran los principales destinatarios de la parodia, la sátira y la crítica y por lo tanto una forma de tomarle la tensión al pueblo. Goya, seguramente inspirado por algo que no viene a cuento, pintó un cuadro que se haría famoso bajo el título de Entierro de la Sardina, en el que aparece una partida de locos con máscara o sin ella, que marchan tras un cartelón en el que el dios Momo sonríe a tumba abierta.

En este detalle se aprecia la pincelada suelta y el ambiente carvanalesco.