El retrato de la Condesa
de Chinchón es posiblemente el más bello y delicado de los pintados por
Goya. Quizá venga motivado por el conocimiento de la modelo desde que
era pequeña ya que María Teresa de Borbón y Vallábriga era la hija menor
del infante don Luis, el primer mecenas del maestro. Goya sentía gran
aprecio y cariño por la joven. La Condesa tiene 21 años, después de tres
años de matrimonio, y se presenta embarazada de su primera hija, la
infanta Carlota. Está sentada en un sillón de época y lleva una corona
de espigas en la cabeza - símbolo de su preñez - y un anillo camafeo en
el que se intuye el busto de su marido. La luz ilumina plenamente la
delicada figura, resbalando sobre el traje de tonos claros, creando un
especial efecto atmosférico que recuerda a las últimas obras de
Velázquez. A su alrededor no hay elementos que aludan a la estancia,
reforzándose la idea de soledad que expresa el bello rostro de la joven.
Y es que Goya concentra toda su atención en el carácter tímido y ausente
de María Teresa, animando al espectador a admirarla de la misma manera
que hacía él mismo. La factura empleada es cada vez más suelta, formando
los volúmenes con manchas de luz y color, como observamos en las
rodillas que se intuyen bajo el vestido. No debemos olvidar la
importante base de dibujo que presenta, especialmente el rostro. La gama
de colores cálidos con la que trabaja otorgan mayor delicadeza y
elegancia a la figura que, al igual que el pintor, murió en el exilio,
ambos en el año 1828. Sin duda, es una pieza clave en la producción del
aragonés. |