El retrato de la Condesa de Chinchón es posiblemente el más bello y delicado de los pintados por Goya. Quizá venga motivado por el conocimiento de la modelo desde que era pequeña ya que María Teresa de Borbón y Vallábriga era la hija menor del infante don Luis, el primer mecenas del maestro. Goya sentía gran aprecio y cariño por la joven. La Condesa tiene 21 años, después de tres años de matrimonio, y se presenta embarazada de su primera hija, la infanta Carlota. Está sentada en un sillón de época y lleva una corona de espigas en la cabeza - símbolo de su preñez - y un anillo camafeo en el que se intuye el busto de su marido. La luz ilumina plenamente la delicada figura, resbalando sobre el traje de tonos claros, creando un especial efecto atmosférico que recuerda a las últimas obras de Velázquez. A su alrededor no hay elementos que aludan a la estancia, reforzándose la idea de soledad que expresa el bello rostro de la joven. Y es que Goya concentra toda su atención en el carácter tímido y ausente de María Teresa, animando al espectador a admirarla de la misma manera que hacía él mismo. La factura empleada es cada vez más suelta, formando los volúmenes con manchas de luz y color, como observamos en las rodillas que se intuyen bajo el vestido. No debemos olvidar la importante base de dibujo que presenta, especialmente el rostro. La gama de colores cálidos con la que trabaja otorgan mayor delicadeza y elegancia a la figura que, al igual que el pintor, murió en el exilio, ambos en el año 1828. Sin duda, es una pieza clave en la producción del aragonés.
Don Luis Antonio de Borbón, su padre, era el hermano menor del rey Carlos III. Este último quería que la sucesión de la corona recayera en su hijo Carlos (el futuro Carlos IV), por lo que dictará una pragmática por la que se apartaba de la sucesión a todo infante que tuviera un matrimonio con persona desigual o sin el consentimiento real. El infante Luis Antonio renunciará con 49 años a la sucesión de la corona y establecerá un matrimonio morganático con María Teresa de Vallabriga, perdiendo sus hijos el derecho a utilizar el apellido Borbón.
A la muerte del infante, don Luis Antonio de Borbón, María Teresa fue obligada a entrar en el monasterio cisterciense de las Bernardas de Toledo. Durante siete años, estuvo sin ver a su madre por prohibición expresa del rey. Reinando ya Carlos IV y contando diecisiete años, el rey le comunicaba su deseo casarla con Manuel Godoy, primer ministro del soberano. Le pedía su consentimiento. A cambio, sería aceptada de nuevo en la corte, se le restituiría el apellido “Borbón” y otras dignidades. Su madre y hermanos también serían rehabilitados con este matrimonio. Sin embargo, este matrimonio fue un escándalo desde su inicio; María Teresa fue arrinconada por Godoy en beneficio de Pepita Tudó, que vivió en la misma casa, ocupando el lugar preferente en los actos públicos y privados de Godoy, por lo que se ocasionaba una continua situación de desaprobación por parte de todos.