En 1819 Goya adquiere una villa y decora la casa (foto inferior) con 15 pinturas negras, de las que conocemos catorce. En 1824, con la caída en 1823 del general Riego y la reinstauración del Antiguo Régimen por parte de Fernando VII, Goya, sabedor de su pública condición de liberal, huye a Francia. En los breves periodos en los que volvió a Madrid se alojó en la Quinta, gobernada por su nieto Mariano. En 1828 muere Goya en Burdeos. En 1854, Mariano Goya vende la propiedad, que acaba en manos de Frédéric Émile d'Erlanger, aristócrata y banquero belga que intenta vender las pinturas murales al Louvre, por fortuna sin éxito. En 1864 el Museo del Prado encarga un catálogo fotográfico al francés Jean Laurent en previsión del derribo de la casa de campo. Para entonces una de las quince pinturas ya ha desaparecido. En 1873, el pintor Salvador Martínez Cubells pasa las pinturas de los muros a lienzo. En 1878 D´Erlanger intenta venderlas en la Exposición Universal de París. Sin embargo, desanimado quizá por el poco interés suscitado por la obra en venta, acaba donando la colección al Museo del Prado. En 1884 la casa quedó deshabitada, y en los terrenos de la quinta se construyó en 1884 la estación de Goya, hecho por el cual recibió su nombre. Hacia 1930 la vivienda del pintor, que había permanecido abandonada durante largo tiempo, fue demolida.
Las Pinturas negras a la luz de las fotografías de Jean Laurent
Hasta ahora habíamos visto las Pinturas Negras con los ojos equivocados por culpa de una restauración excesiva y desgraciada que siguió al poco cuidado paso de las obras del muro al lienzo. Hoy, sin embargo, tenemos medios para  ver su estado original: las fotos de Jean Laurent, uno de los más importantes fotógrafos que trabajaron en España en el siglo XIX. Las imágenes en blanco y negro nos permiten asomarnos a la Quinta del Sordo tal como era hace casi siglo y medio, cuando las enigmáticas pinturas permanecían en sus muros. La historiografía ha conocido casi siempre malas copias de esas fotos. Pero desde que aparecieron algunos originales en 1985 hasta 2009 en que se ha terminado el proceso de recuperación y digitalización de las viejas y dañadas placas de cristal, que conserva el Instituto del Patrimonio Cultural de España, la situación ha cambiado. Por primera vez tenemos acceso a detalles fundamentales de su contenido, y, por tanto, las consecuencias para la interpretación de las Pinturas Negras se sucederán.
Esta es la conocida pintura de Saturno devorando a sus hijos. Los ojos de Saturno coinciden con sendas pérdidas de capa pictórica y en su restauración la mirada pierde un elemento de sorpresa fundamental y salvaje. Pero es que toda la cabeza resultó muy dañada en su paso al lienzo. El pelo de matices fluctuantes que aparece en la fotografía cambió con los repintes. La sombra del pómulo, a la izquierda, desaparece, quitando volumen al rostro, cuyo aspecto actual es mucho menos fiel a la anatomía (zonas óseas, partes blandas) a la luz del original. Y qué decir de la figura desgarrada, un cuerpo femenino al que Goya marca perfiles sangrientos muy decididos, que el restaurador empasta, y pierde volúmenes y sombras adecuadas, veladuras y perfiles como el que indica que el dios hunde sus dedos en la carne de su víctima.
La interpretación tradicional de Duelo a garrotazos es la de dos villanos que luchan a garrotazos un paraje desolado enterrados hasta las rodillas. Parece que la versión que pintó Goya no tenía nada que ver con esto. Es, tal vez, una de las pinturas que más ha sido alterada.
Martínez Cubells tapó casi todo el paisaje agreste, incluso parte de las piernas de los contendientes, escondiéndolas bajo una masa de tierra o de arena, cuando en realidad luchan en un campo de cereal o de hierba que oculta sólo sus pies, pero no las líneas de sus piernas o sus sombras. Los rebaños del paisaje recuerdan sin duda a los de El Coloso y en gran parte han sido eliminados a la derecha. En la foto se ven dos manchas blancas en el personaje de la izquierda, una flor prendida a la chaqueta y el cuello de camisa roto, pero en el cuadro que conocemos estos detalles desaparecen. Tampoco pintó fielmente la sangre sobre la camisa o los ojos y el rostro del personaje de la izquierda. El hecho de utilizar la flor blanca y un traje que nunca usaría un vaquero durante su trabajo sirve para lanzar la visión de que en la obra subyace una alegoría de la lucha de la España liberal, blanca y luminosa y la oscura España absolutista.
El cuadro, Perro hundido, es muy austero. Sólo presenta la cabeza de un perro escondida o hundida sobre un plano inclinado de ocre oscuro y un espacio vertical en ocre más claro, todo ello exento de cualquier otra figura. La mirada de la cabeza del perro se dirige hacia arriba, y podría representar la soledad. En la foto original, sin embargo, el perro mira a dos pájaros que vuelan por encima de él. En el que conocemos hoy en el museo de El Prado han desaparecido los pájaros y apenas se distingue el paisaje de fondo. El lomo que asoma del perro también ha desaparecido.

Dos reconstrucciones de cómo podrían estar distribuidas las pinturas por la casa de Goya en la Quinta del Sordo.