Los actos rituales del aquelarre se celebraban a medianoche. Los congregados bailaban, danzaba y cantaban canciones obscenas, que eran dirigidas por el diablo, que asumía diversas formas corporales, siendo la más frecuente la de macho cabrío. En un acto, llamado “ronda infernal”, las brujas se montaban a horcajadas en escobas, renegaban del cristianismo y hacían entrega de sus almas al diablo. El aquelarre terminaba en un festín canibalístico con actos sexuales desenfrenados, cuando despuntaba la luz del día.
Goya nos muestra un aquelarre en torno al demonio, representado aquí como silueta en sombra de un macho cabrío rodeado por las brujas de expresiones alucinadas. Pero no sólo hay brujas, también hay frailes y campesinos. Mientras Lucifer está pronunciando su discurso, la muchedumbre de rostros animalescos y gran fealdad sigue atenta su alocución; son una masa compacta de aspecto grotesco.  Todos los rostros muestran sorpresa, miedo y expectación.
A la derecha del todo una joven está sentada en una silla; es la que va a ser iniciada en los ritos satánicos para convertirse en bruja. ¿Podría ser Leocadia que asiste como espectadora al horrendo conciliábulo reunido por el diablo?
A la derecha del diablo está su ayudante, una bruja de facciones bestiales y manto blanco (en contraste con el negro de Satán), junto a frascos, botellas, una cesta y una caja; todos ellos instrumentos para la ceremonia satánica que se va a desarrollar a continuación.