La isla de Creta es una isla montañosa de 5.120 km2, famosa en la antigüedad por sus prados, olivos y viñas, pero pobre en recursos minerales. Entre el 2000 y el 1600 a.C. desarrolló su peculiar revolución urbana: se construyeron complejos palacios decorados con pinturas al fresco; vasos, jarrones, joyas..., de una ligereza y de un delicado sentido del movimiento, alcanzaron un alto nivel técnico. Apareció un sistema propio de escritura, en primer lugar una de pictográfica, hacia el 2000 a.C., el lineal A, aún no descifrado. Una derivación de éste dio lugar al lineal B, que fue utilizada por los primeros habitantes de habla griega para escribir en griego. Imágenes del palacio de Knosos.

Nos han llegado unas 4000 tablillas de arcilla que se cocieron durante el incendio que destruyó el palacio de Knossos, y que hacen referencia a listas e inventarios. De la información que nos suministran podemos deducir que la escritura nació por las necesidades de una administración centralizada, que esta sociedad era regida desde el palacio, el cual administraba la economía interna, distribuyendo recursos materiales y humanos, materias primas y productos acabados, y que todo se hacía sin usar la moneda, y que Knossos obtenía el cobre, oro, marfil y otros productos intercambiándolos por lana (el censo de ganado ovino era de unas 100.000 cabezas de ganado). Hacia el 1450 a.C, distintos asentamientos cretenses (Faistos, Hagia Triada, Malia) fueron destruidos o abandonados. Knossos, en cambio, tuvo un período de prosperidad hasta el 1380 a.C., fecha en la que un incendio arruinó definitivamente el palacio. La desaparición de la cultura cretense, sin embargo, no está clara: para unos, fue una consecuencia de la invasión de los aqueos, para otros de catástrofes como la erupción del volcán Thera.
 Hasta mediados del siglo XIX, los orígenes de la la antigua Grecia estaban envueltos en la oscuridad. La historia de Grecia empezaba en 776 a.C., con la primera Olimpiada; todo lo demás, pertenecía a los dioses y héroes legendarios como los que poblaban los poemas de Homero. Todo cambió cuando el alemán Heinrich Schliemann anunció en 1870 que había descubierto las ruinas de Troya. Poco después, el mismo Schliemann excavaría Micenas y Tirinto, dos de las ciudades griegas de las que procedían los guerreros homéricos. La Grecia micénica, como se denomina el período entre 1600 y 1150 a.C., no era una ficción poética, sino una realidad demostrada por la arqueología.
Arthur Evans, que conoció y escuchó a Schileimann, dirigió su mirada a Creta. La isla era un foco de atracción arqueológica; desde hacía décadas, los arqueólogos iban tras las huellas del legendario rey Minos, quien, según el mito, encargó a Dédalo la construcción del Laberinto. En 1893, en un viaje a Atenas, compró una serie de sellos, supuestamente originarios de Creta, con intrigantes signos. Evans decidió que tenía que investigar la cuestión en persona, aunque tuviera que renunciar a su puesto de conservador del Museo Ashmolean, de la Universidad de Oxford.
Evans llegó a Creta en marzo de 1894. y enseguida se dirigió al yacimiento de Cnosos. Una primera inspección le confirmó el gran interés del lugar: «En cuanto lo vi, sentí que era muy importante porque era el centro en torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia antigua», recordaría más tarde. Pero el gobierno otomano, al que pertenecía Creta, ponía impedimentos: obligaba a los arqueólogos a comprar las tierras que querían excavar, cosa que, por ejemplo, había rechazado Schliemann. En los años siguientes, Evans hizo varios viajes a Creta, hasta que en 1899 creó el Fondo para la Exploración de Creta y compró los terrenos de Cnosos. El 23 de marzo de 1900 comenzó la excavación.
Tinajas de barro encontradas en los almacenes del palacio de Knosos. Se las denominaba “pithoi” y servían para almacenar grano, aceite y otros productos.
Arthur Evans y su equipo durante la excavación y reconstrucción del palacio de Knosos.