En una ancha banda de una crátera, una fila de guerreros camina en orden, despedidos por una mujer joven que alza los brazos. El armamento de los soldados ha sufrido una variación importante; los escudos son ahora pequeños y con una escotadura, no como los grandes escudos rectangulares o en forma de ocho, altos como torres, que llevaban los héroes homéricos, según los conocemos por otras representaciones. En vez de la espada, el arma ofensiva es ahora la lanza, de cuya asta cuelga una bolsa, probablemente con la comida de los guerreros; sus cascos con cuernos y penachos no son los conocidos cascos de cuero con colmillos de jabalí, típicos de los guerreros micénicos clásicos. En este vaso, el pintor se hace eco de las novedades armamentísticas del momento, de cuya efectividad serán víctima los propios micénicos. (arriba, reconstruido) |