La hoy famosa cueva de Altamira fue descubierta en el año 1868, por un
cazador, llamado Modesto Cubillas, que al intentar liberar a su perro, que había
penetrado por entre las grietas de unas rocas persiguiendo a una pieza, ve la
entrada de la cueva desconocida hasta entonces, situada en el término de Juan
Mortero. En aquel momento, la noticia del descubrimiento de una cueva no tenía
la menor trascendencia entre el vecindario de la zona, ya que en la misma es tan
frecuente el fenómeno cárstico que una gruta más entre las miles existentes,
no añadía nada novedoso. Don Marcelino Sanz de Sautuola, erudito en paleontología
y descubridor de las pinturas, debió de conocer la existencia de la cueva
directamente por boca del mismo Modesto, aparcero en su finca, pero no la visitó
hasta el año de 1875. Por entonces la recorrió en su totalidad y reconoció
algunos signos abstractos, como rayas negras repetidas, a las que no dio ninguna
importancia, por no considerarlas obra humana.
Cuatro años después, durante le verano de 1879, volvió don Marcelino por
segunda vez a Altamira, en esta ocasión acompañado por su hija María, niña
de 9 años, interesado en excavar la entrada de la cueva con el objeto de
encontrar algunos restos de hueso y sílex. El hecho del descubrimiento se
produce, de forma casual, por obra de la curiosidad de la niña, pues mientras
su padre permanecía en la boca de la gruta ella penetró hasta una sala lateral
descubriendo los famosos bisontes. María acudió a avisar a su padre. Sautuola
quedó sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos
extraños animales que cubrían la casi totalidad de la bóveda.
Al año siguiente, 1880, don Marcelino publica una breve opúsculo titulado
Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander
en el que sostenía el origen prehistórico de las pinturas e incluía una
reproducción gráfica hecha por el mismo descubridor. Expuso sus tesis al
catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, don Juan de Vilanova, que
las acogió como propias. Pese a todo la opinión de Sautuola no fue aceptada
por los prestigiosos maestros franceses Cartailhac, Mortillet y Harlé, los
científicos más expertos en estudios prehistóricos y paleontólogicos en
Europa. La novedad del descubrimiento era tan sorprendente que provoca la lógica
desconfianza de los estudiosos, incluso se llega a sugerir que el propio don
Marcelino debió de pintarlas entre las dos vistas que realizo a la caverna,
negando así su origen paleolítico. Ni la ardiente defensa de Vilanova en el
Congreso Internacional de Antropología y Arqueología celebrado en Lisboa el año
1880, ni el afán de Sautuola evitaron la descalificación de Altamira, la
oposición se hace cada vez más generalizada. En España, el presidente de la
Sociedad Española de Historia Natural el 1 de diciembre de 1886 dictaminaba
diciendo que "... tales pinturas no tiene caracteres del arte de la Edad
de piedra, ni arcaico, ni asirio, ni fenicio, y sólo la expresión que daría
un mediano discípulo de la escuela moderna...". Sautuola y sus pocos
seguidores lucharon contra esa sentencia. La muerte de don Marcelino (1888) y la
de Vilanova (1892) parecían condenar definitivamente las pinturas de Altamira
como una fraudulenta realización moderna. La aceptación de las pinturas no se
produce hasta 1902.
En su reconocimiento destacó muy
positivamente Abbé Breuil, organizador en 1902 de un Congreso de la Asociación
Francesa para el Progreso de las Ciencias, cuyos trabajos en torno al tema
"el arte parietal" provocaron cambios substanciales en la mentalidad
de los investigadores del momento. Cartailhac, uno de sus más grandes
opositores a la autenticidad de Altamira, ante el descubrimiento, a partir de
1895, de grabados y pinturas en las cuevas francesas de La Mouthe, Combarelles y
Font-de-Gaume, rectificó su postura y tras visitar las cuevas de Altamira
escribió en la revista La Antropología (1902) un artículo titulado La
grotte d' Altamira. Mea culpa d'un sceptique. Su artículo supuso el
reconocimiento universal del carácter paleolítico de las pinturas de Altamira.
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