En el año 1949, al efectuar unos trabajos de restauración en la nave lateral de la iglesia de San Salvador (Toledo) y levantar un revestimiento posterior, quedó al descubierto la construcción de una pequeña mezquita en cuya construcción se habían empleado elementos arquitectónicos romanos y visigodos. Una de las pilastras reaprovechadas en el monumento musulmán, conocida como la pilastra de San Salvador de Toledo, constituye según Palol la pieza más antigua de los restos de escultura figurada hispanovisigoda. La pilastra aparece decorada en sus cuatro caras y con el capitel y la basa tallados en el mismo bloque. 

Dos de las caras se ornamentan con motivos eucarísticos en un friso longitudinal de vasos y panes. Una tercera cara aparece recorrida por tres columnitas adosadas a la pilastra. Estos tres lados ponen de manifiesto la estrecha relación que existió entre los talleres de Mérida y los de Toledo, ya que algunas de las pilastras de la Alcazaba de aquella ciudad llevan tallados la misma clase de motivos. Sin embargo es el cuarto de los lados de la pilastra el que requiere mayor interés por aparecer recorrido por cuatro escenas del Nuevo Testamento enmarcadas en cuatro campos superpuestos

Los cuatro episodios están narrados siguiendo un esquema similar, muy sencillo: en cada cuadro aparecen enfrentadas las dos figuras que componen la escena. La de Cristo aparece, significativamente, en una escala mayor, haciendo uso del canon jerárquico. No se emplean en ninguno de los casos  elementos secundarios a la escena, sino que se limita a representar las dos figuras principales enfrentadas. Todas las figuras, tanto las de Cristo como las que le acompañan en cada una de las escenas, tienen las facciones de la cara borradas, como testimonio del paso de los árabes por la Península. En la aparición de la figura humana está la novedad, pues hay una triple ruptura con lo paleocristiano.
. Funcional: hasta entonces la escultura figurada se daba en los sarcófagos; ahora aparece en elementos arquitectónicos, limitándose al interior y a puntos fijos (capiteles, canceles, frisos), y diferenciando las diversas categorías del espacio arquitectónico (compartimentación visigoda). En el caso de la pilastra se puede pensar en un cancel que separa a los laicos del celebrante.
. Iconográfica: los programas iconográficos existían, pero confiados al mosaico. La novedad es dar este oficio a la escultura. Aparece así, por primera vez, un programa cristológico. De arriba hacia abajo, estos son los temas: curación del ciego, resurrección de Lázaro, Cristo con la samaritana junto al pozo, y curación de la hemorroísa. Los cuatro temas tienen una conexión de contenido: la taumaturgia de Cristo sobre los hombres. Todo esto viene subrayado por una similitud de forma: escenas con dos figuras, Cristo que extiende la mano, división con una arquitectura.
. Estilística: hay una decadencia del volumen y del relieve. Hay un contraste entre la torpeza del trabajo escultórico y el dibujo, de una calidad relativa, que nos indica que estamos posiblemente ante un miniaturista que intenta reavivar la escultura figurada que se ha perdido. Si se toman los temas iconográficos y los tics del miniaturista, esto nos indica la carencia absoluta del oficio de escultor.

En la escena superior se contempla la curación del ciego. Está vestido con una túnica corta sujeta con un cinturón y un manto echado sobre los hombros, aparece tanteando con un bastón que sostiene en su mano izquierda. A su izquierda aparece la puerta de la ciudad, sugerida a través de un arco y la jamba derecha de la misma. El hecho de que la mano derecha esté destrozada imposibilita saber si ésta estaba colocada en actitud de súplica, tal y como se acostumbra en representaciones análogas. La figura de Cristo está colocada a la derecha y mira de frente al espectador. Lleva un manto anudado sobre el hombro y una vestidura que le llega hasta los pies, debajo de los cuales se intuye su mano, de gran tamaño. Su mano derecha se dirige directamente al ciego, situado de perfil.

En la escena de abajo se narra la resurrección de Lázaro. Cristo aparece representado a la izquierda de la imagen, sosteniendo su manto con la mano izquierda, mientras su mano derecha, extendida, corta la pared del edículo sepulcral. Éste se levanta sobre un podio al que conducen cinco escalones. Los muros del sepulcro se decoran en su parte inferior con motivos de espina de pez, mientras la parte superior permanece lisa, con un acabamiento en forma de ángulo agudo. En el ángulo derecho aparece un muro de sillares, y en el lado izquierdo se talla un olivo con cuatro largas hojas y un fruto colgando. En el interior Lázaro aparece en posición frontal, vendado completamente, como si fuese una momia.

En la imagen superior vemos la resurrección de Lázaro.
 

En la escena inferior aparece Cristo con la Samaritana junto al pozo. El pozo divide la escena en dos mitades simétricas. A la izquierda se coloca la Samaritana, vestida con una túnica que le llega hasta los pies, en posición casi frontal, aunque con la mano derecha extendida hacia el recipiente que cuelga en la parte superior del pozo (hoy completamente destruido). Cristo aparece a la derecha del pozo, sobre un montículo, con el cuerpo dirigido hacía la izquierda, pero con la cabeza en posición frontal. Nuevamente aparece ataviado con un largo manto, debajo del cual se percibe la mano derecha levantada, como si estuviese hablando con la Samaritana.

En la escena superior vemos a Cristo con la samaritana junto al pozo.

En la escena inferior aparece la curación de la hemorroísa. Se atisba una puerta de la ciudad, construida a la izquierda de la imagen a base de sillares, que se remata con tres arquillos semicirculares. Bajo el gran arco de la puerta aparece la hemorroísa, arrodillada vestida con un largo manto; con su mano izquierda se coge la cabeza en señal de dolor. Mientras tanto su mano derecha está extendida, sujetando el manto de Cristo. Éste, erguido en posición frontal a la derecha de la imagen, apoya su mano derecha sobre la cabeza de la mujer,

Cara lateral de la pilastra.