A extramuros de la ciudad de Tarragona, entre ésta y el mar, el anfiteatro se levanta junto al acceso nordeste de la vía Augusta, aprovechando las especiales condiciones topográficas de la zona. Obliterando un amplio sector de necrópolis, en uso a lo largo del siglo I d. C., la construcción del anfiteatro -en época de Trajano o de Adriano- representó para Tarraco el poder disponer de un edificio específico para los juegos de gladiadores. En el año 259 d. C., en el marco de las persecuciones contra los cristianos promovidas por Valeriano, fueron quemados en el anfiteatro tarraconense el obispo Luctuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Esta fue la causa de que, abandonado el edificio en el siglo V d. C., a finales de la centuria siguiente se construyese en la arena del mismo una basílica martirial, en uso hasta principios del siglo VIII. Ya en época medieval, a mediados del siglo XII, se edificó sobre los restos del anfiteatro y de la basílica una iglesia románica cuyos restos, junto a los de los edificios precedentes, configuran uno de los más interesantes conjuntos arqueológicos de la ciudad. Una parte significativa de la cávea es el resultado de una desafortunada restauración, realizada en los años setenta del siglo XX.