Entre los
placeres que no tenían nada de sagrado y que sólo podían encontrarse en la
ciudad, destacan los baños públicos (al igual que los espectáculos
circenses). Baños y espectáculos eran de pago, pero el precio de entrada era
módico. Hombres libres, esclavos, mujeres y niños, todo el mundo tenía
acceso a los espectáculos y a los baños, incluidos los extranjeros. La mejor
parte de la vida privada se pasaba en establecimientos públicos.
El baño no era una práctica de higiene, sino un placer
complejo. Por eso, los filósofos y los cristianos se negarán semejante
placer; no caerán en la molicie de estar limpios y no irán a bañarse más que
una o dos veces por mes: la barba sucia de un filósofo era una prueba de
austeridad de la que podía sentirse orgulloso. No había mansiones ricas (domus)
donde un baño no ocupara varias salas especialmente dispuestas, con una
instalación de agua caliente bajo el suelo; ni una ciudad sin un baño
público al menos. El gong (discus) que anunciaba la apertura de los
baños públicos cada día era, dice Cicerón, más grato de escuchar que la voz
de los filósofos en su escuela. Aparte de las complicadas instalaciones de
baños fríos (frigidarium) y calientes (caldarium), salas de
vapor (sudatorium) y masajes, de agua tibia con aire caliente bajo el
pavimento (tepidarium), poseían bibliotecas, gimnasios, terrenos de
paseo y de deportes.
Su evolución fue la siguiente. Al principio modestos
edificios funcionales en los que había una piscina fría, bañeras de madera
para baños calientes y un baño de vapor, las "termas" acabaron
convirtiéndose en establecimientos de placer; según una conocida expresión,
son, junto con los anfiteatros, las catedrales del paganismo. En los siglos
II y I a.C., su función no es ya solamente la de permitir la limpieza, sino
la de hacer posible un modo de vida deseable entre todos. La gran novedad
hacia el año 100 a.C. fue el calentamiento del subsuelo e incluso de las
paredes: ya no bastaba con calentar el agua de las bañeras y de una piscina;
se proporcionaba a la multitud un espacio cerrado donde hacía calor. Todo
ello desembocará, en las termas de Caracalla, en una climatización de todo
el edificio mediante circulación de aire. El siguiente paso fue el de
convertir un edificio funcional en un palacio de ensueño, donde las
esculturas, los mosaicos, la decoración con pinturas y las arquitecturas
suntuosas ofrecían a todos el esplendor de una mansión regia.
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