De las sucesivas ampliaciones del monasterio (935, 977 y 1032) la más
significativa fue la última, la del abad Oliba (abad también de Cuixá y
obispo de Vic), personaje relevante de la vida cultural europea de la
época. Con sus 5 naves, 7 ábsides y dos torres frontales, la basílica
incorporaba las novedades del arte lombardo. Sin embargo, de lo que fue
conjunto monástico de Santa María de Ripoll hoy sólo quedan su basílica y
el claustro totalmente reconstruidos por Elías Rogent entre 1886 y 1893,
con criterios propios del romanticismo arquitectónico. El pórtico de la iglesia constituye, sin duda, la obra escultórica e iconográfica más importante del románico catalán y puede considerarse como uno de los mejores conjuntos de todo el arte románico. La fachada está formada por una serie de bloques de piedra yuxtapuestos sin mortero y adosados simplemente contra la pared de la iglesia, de un grosor de un metro. Está muy deteriorada: además del grave incendio de 1835, por el material utilizado. Se trata de un relieve de mediados del siglo XII de gran complejidad temática, pero de estructura compositiva simple, fundamentada en el valor simbólico de la forma geométrica y del número. En el centro del conjunto se abre la puerta con 7 arquivoltas, número que se repite en el número de franjas y en la altura del pórtico, en los intercolumnios de la nave y en los ábsides. En la primera franja está la visión apocalíptica tradicional: los 24 ancianos, que acompañan la Majestad flanqueada por el tetramorfos, bailan al son de sus cítaras, en alusión a la iglesia triunfante. En la segunda, un grupo de santos, ángeles, apóstoles y profetas contemplan la teofanía anterior, y representan la iglesia militante. En la tercera y cuarta se nos presentan temas del libro de los Reyes (izquierda) y del Exodo (derecha): el Arca de la Alianza, el sacrificio de David y el juicio y sueño de Salomón a un lado, y la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, la lluvia del maná, Moisés haciendo brotar agua de una roca y la batalla de Rafadim, en el otro. En la quinta, a la izquierda, personajes presididos por David haciendo sonar distintos instrumentos, aludiendo al salmo CL (invitación dirigida a todas las cosas a alabar a Dios), y que podemos vincular al tono festivo y musical de la franja superior; a la derecha, Moisés recibiendo la Ley en el Sinaí, y un obispo, un guerrero y un caballero (quizás Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV que, al lado de un obispo y de Moisés, sellarían la alianza del poder religioso con el poder político). En la sexta, y a cada lado de la puerta, una fiera de gran volumetría. En la séptima, grifones y leones, el combate de san Miguel..., representación de los siete pecados capitales y de la lucha del ser humano con el mal. Flanqueando la puerta de acceso al templo, las imágenes de san Pedro y san Pablo que hacen de apoyo a un arco que contiene escenas de sus vidas, subrayando compositivamente la doctrina de que ambos apóstoles son los pilares y los fundamentos de la Iglesia. El intradós del arco contiguo a la puerta tienen una interesante interpretación de los doce meses del año, con escenas de la vida rural propias de cada mes. Se puede entender como el intento de dar sentido temporal a la teofanía. No obstante, este tiempo se expresa en términos económicos y agrarios (herramientas, trabajos...), como si se quisiera transmitir la idea de consagración del tiempo, de santificación de la cotidianeidad, pero, a la vez, de justificación del poder económico de la iglesia: santificando el tiempo y las tareas económicas, consagra su poder terrenal del que Ripoll era un buen ejemplo. |