Tres eran los símbolos del peregrino a
Compostela: el bordón o báculo, el morral y la vieira. El
bordón o báculo, una vara larga, redondeada. El morral era un saco de piel
para llevar pequeñas cantidades de alimento. Aunque la forma y el
tamaño pueden variar, el tipo más habitual es rectangular, con una
tapa cerrada por medio de una correa o de una simple hebilla. Podía
estar ornamentado con conchas, tal como aparece en muchas
representaciones de peregrinos. Se sabe que en la Edad Media los más
apreciados eran los de piel de ciervo, que incluso eran vendidos en
las inmediaciones de la catedral compostelana. "El hecho de que
el morral sea un saquito estrecho significa que el peregrino confiado en
el Señor, debe llevar consigo una pequeña y módica despensa. (...) El
hecho de que no tenga ataduras, sino que esté abierto por la boca
siempre, significa que él mismo (el peregrino) debe antes repartir sus
propiedades con los pobres y por ello debe de estar preparado para
recibir y para dar". Veneranda Dies. Códice Calixtino.
La vieira
se convirtió muy pronto en la insignia del peregrino compostelano.
Su origen es antiguo y probablemente tenía la función de repeler
influencias malignas. Los peregrinos solían coserlas a las capas,
sombreros y escarcelas o bolsos y morrales. en el Códice Calixtino,
donde por primera vez se intenta justificar el uso de este símbolo,
se presenta como símbolo de la caridad. Se sabe que se vendían, como
las escarcelas, en la catedral de Santiago de Compostela. "Hay
unos mariscos en el mar próximo a Santiago, a los que el vulgo llama
vieiras, que tienen dos corazas, una por cada lado, entre las cuales,
como entre dos tejuelas, se oculta el molusco parecido a una ostra.
(...) y al regresar los peregrinos del santuario de Santiago las prenden
en las capas para gloria del Apóstol, y en recuero de él, en señal de
tan largo viaje, las traen a su morada con gran regocijo." Veneranda
Dies. Códice Calixtino.
El morral, con una vieira cosida en él, se
encuentra en la figura de Cristo del machón del monasterio de Santo
Domingo de Silos en el que se representa a Jesús con los dos
discípulos de Emaús. |
En el ángulo noroeste, el Primer Maestro presenta la Negación de santo
Tomás y los Peregrinos de Emaús. En aquel ha de disponer,
además de las figuras de Jesucristo y santo Tomás, las figuras de los
restantes apóstoles, para lo cual compone la escena mediante tres filas
superpuestas de cuatro figuras las dos superiores y cinco la inferior,
disminuyendo la altura de las figuras de la superior a fin de que encajen
perfectamente en el arco, e introduciendo un doble movimiento mediante la
postura levemente inclinada de los apóstoles de las dos filas superiores
para alcanzar un acorde con la forma del arco. En la primera fila, la
única en que los cuerpos de las figuras se ven completamente, coloca tres
apóstoles, Jesucristo y santo Tomás. Los tres apóstoles vistos de frente
escapan a la rigidez mediante un movimiento inverosímil de las piernas y
el cuerpo, que parecen cruzarse y plegarse respectivamente; Jesucristo,
más grande que las otras figuras, rompe el esquema y destaca sobre el
ritmo general con las piernas firmemente asentadas sobre el suelo,
mientras que santo Tomás, de perfil, dirige su mano hacia la herida que
Jesucristo muestra levantando el brazo. De esta forma, la composición
convierte la escena en un "triunfo".
Por lo que hace a cada una de las figuras mismas, sus cuerpos
se estilizan y alargan, plegándose sobre sí mismos, como si no pudieran
salir del plano que son; la organización del cuerpo se establece a partir
del ritmo lineal de los pliegues y un esquematismo elemental que distingue
sus diversas partes con nitidez, sin romper con ello esa especie de "línea serpentinata plana" que se ha convertido en el eje de todas y cada una de
las figuras, perceptible no sólo en éste sino en todos los relieves. Los
rostros, similares, cambian su significación anímica mediante leves
alteraciones, respetando en general, como en los restantes relieves, el
principio de generalidad que es propio del Románico: no hacen nada, sino
que asisten a un acto de gloriosa trascendencia.
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