Los claustros del monasterio de Santo Domingo de Silos son una de las obras cumbre de la escultura y de la arquitectura de la época. En los machones se plasman escenas de la vida y pasión de Cristo. En los capiteles se labra un inagotable muestrario de leones, dragones y otras criaturas míticas. Una inspiración orientalizante se vislumbra en la que quizá sea la obra fundamental de la escultura románica castellana. La construcción duró casi un siglo. Allí fue enterrado santo Domingo cuando murió en el 1073, pero luego continuó la construcción de las galerías oeste y sur, mientras que la construcción del claustro alto se inició ya a finales del siglo XII.
Tres eran los símbolos del peregrino a Compostela: el bordón o báculo, el morral y la vieira. El bordón o báculo, una vara larga, redondeada.  El morral era un saco de piel para llevar pequeñas cantidades de alimento. Aunque la forma y el tamaño pueden variar, el tipo más habitual es rectangular, con una tapa cerrada por medio de una correa o de una simple hebilla. Podía estar ornamentado con conchas, tal como aparece en muchas representaciones de peregrinos. Se sabe que en la Edad Media los más apreciados eran los de piel de ciervo, que incluso eran vendidos en las inmediaciones de la catedral compostelana. "El hecho de que el morral sea un saquito estrecho significa que el peregrino confiado en el Señor, debe llevar consigo una pequeña y módica despensa. (...) El hecho de que no tenga ataduras, sino que esté abierto por la boca siempre, significa que él mismo (el peregrino) debe antes repartir sus propiedades con los pobres y por ello debe de estar preparado para recibir y para dar". Veneranda Dies. Códice Calixtino.

La vieira se convirtió muy pronto en la insignia del peregrino compostelano. Su origen es antiguo y probablemente tenía la función de repeler influencias malignas. Los peregrinos solían coserlas a las capas, sombreros y escarcelas o bolsos y morrales. en el Códice Calixtino, donde por primera vez se intenta justificar el uso de este símbolo, se presenta como símbolo de la caridad. Se sabe que se vendían, como las escarcelas, en la catedral de Santiago de Compostela. "Hay unos mariscos en el mar próximo a Santiago, a los que el vulgo llama vieiras, que tienen dos corazas, una por cada lado, entre las cuales, como entre dos tejuelas, se oculta el molusco parecido a una ostra. (...) y al regresar los peregrinos del santuario de Santiago las prenden en las capas para gloria del Apóstol, y en recuero de él, en señal de tan largo viaje, las traen a su morada con gran regocijo." Veneranda Dies. Códice Calixtino.

El morral, con una vieira cosida en él, se encuentra en la figura de Cristo del machón del monasterio de Santo Domingo de Silos en el que se representa a Jesús con los dos discípulos de Emaús.

En el ángulo noroeste, el Primer Maestro presenta la Negación de santo Tomás y los Peregrinos de Emaús. En aquel ha de disponer, además de las figuras de Jesucristo y santo Tomás, las figuras de los restantes apóstoles, para lo cual compone la escena mediante tres filas superpuestas de cuatro figuras las dos superiores y cinco la inferior, disminuyendo la altura de las figuras de la superior a fin de que encajen perfectamente en el arco, e introduciendo un doble movimiento mediante la postura levemente inclinada de los apóstoles de las dos filas superiores para alcanzar un acorde con la forma del arco. En la primera fila, la única en que los cuerpos de las figuras se ven completamente, coloca tres apóstoles, Jesucristo y santo Tomás. Los tres apóstoles vistos de frente escapan a la rigidez mediante un movimiento inverosímil de las piernas y el cuerpo, que parecen cruzarse y plegarse respectivamente; Jesucristo, más grande que las otras figuras, rompe el esquema y destaca sobre el ritmo general con las piernas firmemente asentadas sobre el suelo, mientras que santo Tomás, de perfil, dirige su mano hacia la herida que Jesucristo muestra levantando el brazo. De esta forma, la composición convierte la escena en un "triunfo".
Por lo que hace a cada una de las figuras mismas, sus cuerpos se estilizan y alargan, plegándose sobre sí mismos, como si no pudieran salir del plano que son; la organización del cuerpo se establece a partir del ritmo lineal de los pliegues y un esquematismo elemental que distingue sus diversas partes con nitidez, sin romper con ello esa especie de "línea serpentinata plana" que se ha convertido en el eje de todas y cada una de las figuras, perceptible no sólo en éste sino en todos los relieves. Los rostros, similares, cambian su significación anímica mediante leves alteraciones, respetando en general, como en los restantes relieves, el principio de generalidad que es propio del Románico: no hacen nada, sino que asisten a un acto de gloriosa trascendencia.
 
Esta figura de la Anunciación corresponde a un maestro distinto del claustro. Se data ya en el XII, y presenta ciertos rasgos que son pregóticos.