En esta pequeña ermita de la Vera Cruz de MAderuelo, en la provincia de Segovia, la pintura cubre por completo la bóveda y los muros. Los frescos se trasladaron al Museo del Prado (1947) porque el templo iba a quedar bajo las aguas de un pantano. Todo induce a establecer relaciones estilísticas con el arte de Taüll y con el de la vecina ermita de San Baudelio de Berlanga; la figura de Cristo en Majestad (en la bóveda) y los santos que se alinean en el arranque de la misma muestran idéntico hieratismo. Pero el Maestro de Maderuelo manifiesta sus extraordinarias dotes expresivas en el medio punto donde se reparten les escenas de La creación de Adán y el pecado original. En la parte superior, a la izquierda, la iglesia antes de ser restaurada; a la derecha, tras la restauración.
La ermita es de planta rectangular, con bóveda de cañón y testero plano. Está decorada con un complejo programa iconográfico. En la parte superior está el Cordero, símbolo de Cristo que muere en la cruz, sobre la Cruz triunfante. A su lado aparecen los hijos de Adán y Eva adorando al Cordero; a la izquierda está Abel, con un cordero en la mano; a la derecha, Caín con los frutos de su cosecha. Debajo, se representan escenas de la vida de Cristo. A la derecha, un Mago adora al Niño Jesús, hoy perdido, que está en brazos de la Virgen. A la izquierda se muestra la escena de la Magdalena ungiendo los pies a Cristo y secándolos con sus cabellos.

El frontal es de finales del siglo XIII, y procede de la iglesia de san Esteban de Guils (Gerona), adquirido por el Museo del Prado.

Desde los orígenes del cristianismo se ha asimilado al cordero con la figura de Cristo. El simbolismo del cordero procede de la figura del cordero de Isaías, como prefiguración del Cristo, que ha de morir.
La cima de la bóveda se reservó para representar a Cristo Todopoderoso (Pantocrator), que preside toda capilla románica, aunque normalmente esté en el ábside. Cristo se representa con barba, bendiciendo con su derecha a la manera griega, con dos dedos extendidos. Sostiene un libro en la izquierda, abierto en escorzo perspectivo. Todos son símbolos de sabiduría y bondad. Cristo está sentado, solemne y majestuoso. Esta rodeado por una aureola almendrada (mandorla) que no es sostenida por los Evangelistas sino por cuatro ángeles, para reforzar su carácter sobrenatural. Los ángeles se adaptan a los rincones de la bóveda. Las nubes se representan mediante otro símbolo: bandas ondulados de distintos colores. Es la iconografía tradicional del Pantocrator. La mandorla se compone de 4 bandas, de dentro a afuera: amarillo, rojo, blanco y rojo; es herencia de la tradición romana y representa la intersección entre el Cielo (círculo) y la Tierra (cuadrado). Como es usual en la iconografía del Románico, Cristo aparece en frontalidad absoluta pero no se sienta en el arco iris, como en otras pinturas, sino en un trono, sobre un cojín cuyos extremos asoman a los costados y reflejan la deformación que produce el peso de la figura. Cristo viste túnica azul de amplias mangas y una ancha franja bordada en el cuello. El manto es amarillo verdoso, recogido sobre el hombro izquierdo. Está rematado por una cenefa de temas romboidales de diversos colores. Numerosos pliegues indican que esta adaptado al cuerpo. De nuevo recordar que el azul simboliza el amor celestial y la justicia. La cabeza está rodeada del nimbo crucífero. El rostro expresa nobleza y muestra una mirada muy expresiva y humana, con unos grandes ojos.
En la parte opuesta a la cabecera, aparecen las escenas más interesantes: la creación de Adán y la escena del pecado.
El pintor demuestra su maestría al saber adaptar las dos escenas al espacio semicircular del bóveda, dibujando dos árboles muy estilizados y abstractos que mezclan la tradición hispana mozárabe con una cierta inspiración oriental en el modo de adaptar las ramas a la curvatura. Los desnudos, pese a todos los convencionalismos, revelan la preocupación por reflejar los pormenores anatómicos (músculos, costillas, etc.) mediante un dibujo en sepia que contrasta con los perfiles negros de las figuras.

En la escena de la creación del hombre, a nuestra izquierda, Dios, con barba y ropas con cadenciosos pliegues, ayuda paternalmente a levantarse al primer hombre, que recibe arrodillado la bendición de la vida bajo un árbol cuajado de frutos y hojas; es el árbol de la Ciencia. Adán refleja gratitud y respeto en su expresión. Está identificado por la inscripción ATM (Adám en latín, suprimiendo la última vocal). Para separar las dos escenas, el pintor usa un árbol muy esquematizado que podría representar una palmera. En la escena del pecado, a nuestra derecha, Adán demuestra arrepentimiento y vergüenza. Eva demuestra cierta feminidad en su ademán. Esta escena agrupa dos momentos distintos: Eva recoge la manzana (la tentación) y ambos toman conciencia de su pecado (la caída.). Adán se está agarrando el cuello, significando que se le escapa el aire o la vida. Ambos intentan taparse con sendas hojas de higuera. Eva está tendida en el suelo, con cierta perspectiva, mientras se tapa con la izquierda y coge la manzana con la diestra de un árbol, sin frutos, que inclina sus ramas muertas hacia abajo, envenenadas por la presencia de la serpiente del Mal, que se enrosca en el tronco. Se ha escogido el momento exacto, siguiendo la ascética cluniacense, que busca provocar el rechazo popular frente al pecado, expuesto a la vista.

Ocupando el nivel intermedio de los laterales, se representa a los doce apóstoles que rodean al Panatocrator (en la bóveda), imitando a los grandes filósofos griegos, que se rodeaban de discípulos. Todos están de frente y a escala casi humana. Como si estuvieran sentados bajo los arcos (intercolumpios) de un claustro imaginario, están separados por columnas rematadas en cúpulas, sobre un fondo almenado. De todas las figuras, sólo se identifica San Pedro, reconocible por su banca barba y cabellera. El de su diestra podría ser San Pablo (por sus analogías con un rostro similar de Sta. María de Taüll) mientras que los dos apóstoles del final de este muro podrían ser Santiago y San Juan.  Son figuras frontales de dibujo estilizado. Todos los rostros muestran la misma actitud de solemnidad y gran serenidad, con expresión majestuosa. Sin embargo, se usan una gran variedad de caracterizaciones en cabellos y barbas para que no se repitan las caras. Esto es una prueba de que el Maestro de Maderuelo fue un pintor evolucionado y de recursos. Las figuras alcanzan un cierto clasicismo italo-bizantino en la cabeza y rostros mezclado con un barroquismo hispánico en los pliegues de los ropajes y enrollamiento de pergaminos. Repite alguno de los modos de plegar los mantos y túnicas. Las manos están en diversas posturas. Unos bendicen a la manera griega, otros tienen la derecha extendida o apoyada en el pecho. En la mano izquierda unos sostienen un pergamino medio enrollado y otros un libro.