Vista de la gran sala de exposición de Máquinas. Exposición universal de París de 1889, primer centenario de la Revolución Francesa.

La revolución industrial, el progreso tecnológico, la producción y el comercio acrecentado y acelerado de los bienes de consumo no podían dejar de incidir directamente en el campo de la construcción. También aquí, como en todos los demás sectores, existían dos grandes categorías de productos: los tradicionales, realizados con las nuevas técnicas y los completamente nuevos, ya fuera porque respondían a nuevas exigencias o porque eran viables solamente gracias a la tecnología moderna. Esta coexistencia de lo viejo y lo nuevo como emblema de una técnica común, se encuentra en todos los campos de la cultura del XIX. La arquitectura de la ingeniería es la manifestación más significativa en el campo constructivo de la cultura del siglo XIX, y marca el paso más claro entre el pasado y el presente de la historia de la arquitectura. Tiene tres grandes campos de aplicación: el de los puentes de hierro, el de las grandes cubiertas de hierro y cristal, y el de los grandes edificios de pisos con esqueleto metálico. Las grandes exposiciones (cuyas obras maestras son el palacio de Cristal, construido por Joseph Paxton en el 1851 en Londres; la Galerie des Machines, de Dutert y Contamin, y la Torre Eiffel, ambas realizadas con ocasión de la Exposición de París de 1889) reúnen todas estas experiencias en el marco de un gigantismo arquitectónico con el que se pretende asociar el mundo de la industria y del comercio a la confianza optimista hacia un futuro pacífico y progresista para toda la humanidad.
Presidiendo la Exposición, la majestuosa Torre Eiffel, de 300 metros de altura, construida en solo diecisiete meses; detrás, dos edificios laterales dedicados a las bellas artes y a las artes liberales, y en medio, la estructura impresionante de la Galería de las Máquinas. Esta galería consistía en un edificio de hierro y vidrio de 420 m de largo por unos 115 de ancho. En su interior, un enorme espacio completamente libre y diáfano, es decir, estaba cubierto mediante una larga sucesión de armaduras o grandes arcos de hierro sin necesidad de columnas. Esto permitía situar sin problemas las grandes máquinas que se exhibían en su interior, y contemplarlas desde puentes móviles suspendidos del techo. Estas armaduras aumentaban de anchura y peso a medida que ascendían desde el suelo, de manera que la parte más delgada y ligera quedaba a ras de suelo y la más ancha y pesada en la parte superior.
 

Foto histórica

Foto histórica