La casa Batlló existía desde 1877 y su propietario, el fabricante textil José Batlló, encargó a Gaudí la remodelación de la fachada y la redistribución de los patios de luz. Cuando Pedro Milá, amigo del industrial, supo del propósito de Batlló de modernizar su vivienda, no dudó en presentarle a Gaudí, del que era un ferviente admirador. A pesar de partir de una edificación existente, el arquitecto supo imprimir un aire muy personal al proyecto, y la casa se convirtió en uno de los trabajos más emblemáticos de su dilatada carrera. La sensibilidad compositiva se aprecia ya desde el exterior, que se cubrió con piedra de marés y cristal en las primeras plantas, y con discos de cerámica en las superiores. Durante la obra, el propio arquitecto decidía, desde la calle, la posición óptima de estas piezas para que resaltaran y brillaran con fuerza, y los operarios iban colocándolas paulatinamente Esta manera de trabajar, perfeccionando una idea inicial durante el proceso de construcción, refleja la gran dedicación de Gaudí en sus proyectos, que casi nunca daba por terminados. Este método le supuso algunos problemas burocráticos, ya que las autoridades necesitaban aprobar proyectos concluidos.