Junto con "El drama lírico", "La música instrumental" y "La armonía", esta obra forma parte del conjunto de grupos escultóricos que flanquean las arcadas de los cuerpos laterales de la fachada principal de la Grand Opéra de París. La obra de Carpeaux se diferencia de las otras tres, rígidamente simétricas, con una victoria alada central flanqueada por otros personajes de talla clásica, que, acompañados de "puttis", sostienen elementos alegóricos. En "La danza", el personaje principal, ligeramente desplazado hacia la izquierda, es un genio alado, totalmente desnudo, acompañado de un niño juguetón a sus pies, que anima a bailar a un grupo de jóvenes, casi desnudas, en torno a él.
Los firmes contornos y las superficies contenidas que caracterizan el estilo de relieves de Rude se suavizaron en su discípulo Jean-Baptiste Carpeaux. Su grupo en relieve, La danza, comparte el espíritu de la pincelada de Delacroix, y su estilo anticipa las superficies casi esbozadas de Rodin. Si comparamos esta escultura, encargada para la fachada de Charles Garnier de la Ópera de París, con La Marsellesa de Rude, la influencia del siglo XVIII es evidente en las actitudes más relajadas de las figuras y en su carácter juguetón expresado en el gesto y en las expresiones faciales -Carpeaux fue también pintor y estuvo influido por la decoración rococó-. Las proporciones de la figura se aproximan a las del natural, y el modelado de sus superficies se acerca a la suavidad de la carne humana.
La obra contiene un gran dinamismo, con un ritmo circular destacado y una ligereza que rompen con el tono grave y grandilocuente de las obras vecinas. Además, las figuras, que se inspiran en personas contemporáneas, están tratadas con gran naturalidad y expresan la alegría y la "joie de vivre" que caracterizó el París del Segundo Imperio, mediante rostros y miradas llenos de picardía que contrastan vivamente con la pesadez y la severidad que caracterizan a los personajes de los otros grupos.
Fue causa de gran escándalo porque se consideraba un tema indecoroso y por el tratamiento excesivamente realista de los personajes. Ello muestra que esta obra representa la superación del clasicismo dominante en la producción escultórica del siglo XIX, y se aleja del modelo de la típica alegoría altisonante, porque rehúye el tratamiento clasicista habitual del tema y de los personajes. De esta manera, abrió el camino de la renovación del lenguaje escultórico.