El lugar

Le Moulin de la Galette (Molino de la torta o pan de centeno) es un molino de viento situado en lo alto de Montmartre, la colina más famosa de París. Tras la Restauración borbónica en 1814 en Francia, este lugar vive su época de esplendor, la belle époque; la bohemia parisina de artistas, literatos, prostitutas y obreros se asienta allí, en la colina, y frecuenta sus talleres de arte, cafés y cabarets.

El cuadro

Le Moulin de la Galette y su alrededor se convierte en sala de fiestas. Con el buen tiempo el baile se realizaba al exterior. El lugar se llenaba de pequeños burgueses, obreros, soldados, chulos, modistillas y chicas acompañadas de sus madres en busca de novio. Un lugar en el que igualmente se celebraban reuniones de artistas, pintores, poetas y músicos que habitaban en los húmedos y fríos estudios de las calles cercanas. Los bailes eran por la tarde de los domingos y festivos; empezaban a las tres y duraban hasta pasada la medianoche, alumbrado por farolas e hileras de lámparas de gas.  Así se representaba la vida moderna, un anhelo de los impresionistas. La obra se convierte en una serie de retratos de amigos del pintor.
Para generar la idea de movimiento y la de muchas personas recurre Renoir a presenta dos perspectivas, o puntos de vista del pintor. El grupo que está a la derecha, en torno a la mesa, está visto desde un punto de vista alto; las figuras que bailan al fondo están vistas desde un punto de vista frontal. Este gusto por el uso de perspectivas distintas ya se había usado en el manierismo (ver El martirio de san Mauricio de El Greco) y también por Degas, otro pintor impresionista.
El cuadro está organizado en torno a una gran diagonal que va de la parte superior derecha a la esquina inferior izquierda y en diferentes planos paralelos que se alejan, recordando las formas clásicas. Las figuras están ordenadas en torno a dos círculos: uno formado por las figuras en torno a la mesa, y otro por los que rodean a los que rodean a la pareja de bailarines. La alegría que inunda la composición hace de esta obra una de las más impactantes no sólo de Renoir sino de todo el grupo, convirtiéndose en un testimonio de la vida en el París de finales del siglo XIX.

Detalles

Los amigos del pintor, sentados en la mesa, son los personajes del primer plano a la derecha. En la mesa también están las hermanas Estelle y Jeanne (modelo del pintor),  jóvenes del barrio de Montmartre, que Renoir usó de modelos.

Para Renoir la pintura no es un medio, es un fin; el pintor trabaja con los colores como el poeta con las palabras. La naturaleza es un pretexto; el fin es el cuadro: un tejido denso, animado, rico, vibrante de notas coloristas sobre una superficie. Renoir pinta cuidadosamente, con pequeños toques y cada uno de ellos deja en la tela una nota cromática, lo más pura posible, precisa en el timbre que la aísla y en el tono que la une con las demás. La luz del cuadro no es la luz natural, emana y se difunde de las miríadas de notas de color. El espacio del cuadro no es la proyección en perspectiva del espacio real, tiene exactamente la extensión y la profundidad definidas por las gamas claras y brillantes de los colores. Las figuras no son más que apariencias engendradas por ese espacio y esa luz: no es el contenido el que engendra la forma sino la forma la que evoca un contenido. El ideal ya no es la bella naturaleza sino la bella pintura.

Estos son los pintores Franc-Lamy, de espaldas, y Norbert Goeneutte con pipa, y el escritor Georges Rivière haciendo anotaciones. Este último, en el periódico L'Impressionniste, alabó el cuadro como "una página de historia, un monumento precioso de vida parisina representada con la exactitud rigurosa. Nadie antes de él había pensado capturar algún aspecto de vida diaria en una lona de tales dimensiones grandes."

La pareja que está bailando en el centro de la pista, y que nos mira fijamente, son Margot (modelo preferida del pintor) y el pintor cubano Solares. Más al fondo también hay otros pintores identificados, Cordey, Lestringuez, Gervex y Lhote.

Una orquesta “de diez pobres diablos”, según testimonio de la época, amenizaba la danza con canciones populares, polkas y valses, mientras que alrededor de la pista se disponían mesas bajo los árboles para aprovechar la sombra.

Renoir posee una vibrante y luminosa paleta que hace de él un impresionista muy especial. La ausencia de negro y de contornos es propio de la técnica impresionista.