Durante la década de 1890 Cézanne pintó una serie de cinco cuadros con el tema de jugadores de cartas. El más conocido, y también el más sobrio, es el de la imagen superior [más abajo tienes otras versiones anteriores del tema]. Los protagonistas de estas las telas son los campesinos y jornaleros de Aix (su pueblo natal), modelos que puede pagar y que tienen paciencia para soportar, inmóviles y silenciosos, largas poses. Ha sido identificado Paulete Vallier, el de la pipa, jardinero del Jas de Bouffan (nombre de la finca propiedad de su padre). Posiblemente esté inspirado en el mismo tema pintado por Le Nain, cuadro que solía contemplar con frecuencia y ante el que decía “así me gustaría pintar a mí”. En la primera versión del tema colocó cinco personajes, pero Henri Perruchot, al relatar la vida de Cézanne, nos dice: “Toma telas más pequeñas. Reduce el número de personajes, pasando a cuatro, luego a dos. Suprime lo que no es primordial. Se esfuerza en la línea, en el color, en la arquitectura del conjunto, hacia una sobriedad, hacia una sutileza que parecen, una vez adquiridas, divinamente fáciles, pero que jamás se obtienen sino al precio de laboriosas paciencias y de obstinados recomienzos”. Pide a los modelos inmovilidad absoluta, no por capricho, sino porque quiere en ellos la misma calma que reflejan los objetos de sus bodegones o naturalezas muertas. Una cabeza es para Cézanne lo mismo que una manzana, el punto de partida para una composición. En el cuadro vemos a dos hombres sentados a ambos lados de una pequeña mesa sobre la que apoyan los codos. Una alta botella da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje. La postura y el gesto son simétricos, pero el eje del cuadro, el reflejo blanco de la botella, no coinciden en la mitad exacta del lienzo: la composición es ligeramente asimétrica. La botella sirve para separar el espacio en dos zonas simétricas, marca también la oposición entre los jugadores. La mesa es el centro de la escena; en ella se encuentran las diagonales de los brazos doblados y las miradas de los jugadores. la mesa obtiene toda la luz. Su cálido tono naranja es lazo de unión entre el azul frío y opaco del jugador de la izquierda y el gris descolorido de la derecha. En las chaquetas de ambos se encuentra reflejado el color de la mesa. Pero al sutil juego de gestos y miradas, propias de este tipo de juego, Cézanne contrapone las siluetas macizas y la concentración silenciosa de los personajes, absortos en escoger la carta que tienen que jugar, y que esperan al contrincante. Da al enfrentamiento una gravedad excepcional. Al pintor no le interesa plasmar los sentimientos o la individualidad de las personas que retrata, por lo que no hay expresión sicológica en sus rostros. La monumentalidad de la acción proviene de la construcción de masas y volúmenes con el uso del color. La aportación de Cézanne no es a nivel de caracterización sicológica, sino a nivel de la forma con la que las masas de color se desarrollan en el espacio. Y la mejor manera destacar las formas es reduciendo las formas a figuras geométricas básicas y claras: cilindro, cono, esfera, circunferencia, triángulo, etc. Por eso se aprecian muchos elementos geometrizados en la obra, desde el sombrero cilíndrico del que fuma a las patas de la mesa, o a la pipa. Para geometrizar mejor, parece que los pliegues de los manteles están enyesados o almidonados, y así no pierden la forma Todo esto sin renunciar a un color de gran intensidad mediante los contrastes y las sombras coloreadas, pues el color aporta luz y reconstruye la forma. Utiliza los contrastes cromáticos para estructurar el cuadro. El color azul tiene para él la propiedad de dar al espacio profundidad y altura, de “hacer sentir el aire”, como el mismo pintor dice. No usa el sistema de claroscuro tradicional. Esta forma de pintar origina pequeñas distorsiones fruto de la utilización de más de un punto de vista. Reivindica el componente bidimensional de la pintura; no le interesa la profundidad ni la perspectiva tradicional. En resumen, esta obra nos ofrece una visión intelectualizada de la realidad, muy distante de la concepción simplemente visual que tenían de esa misma realidad los impresionistas. No trata de reproducir una escena cotidiana de la pequeña burguesía, sino de buscar una solución a un problema de composición, en este caso, la representación de personas en el espacio.