Naturaleza muerta: El jarrón azul
La concepción pictórica de Cézanne no descansa exclusivamente en la mirada, como hacían los impresionistas, sino en "la vista y el cerebro: las dos tienen que ayudarse entre sí". Este desarrollo mutuo de los sentidos y la reflexión en el cuadro le llevan a forjar su credo artístico: "En la naturaleza todo se modela según la esfera el cono y el cilindro. Hay que aprender a pintar sobre las bases de estas formas simples y entonces podrá hacer uno todo lo que desea". El cubismo está a la vuelta de la esquina.
Naturaleza muerta con diversas frutas
Naturaleza muerta con cebollas
Naturaleza muerta con manzanas y naranjas (1899)

Cezanne recupera en su pintura el volumen gracias a la geometría, el dibujo y la definición de las formas hechas con pinceladas constructivas. Las formas de las cosas no cambian aunque cambie la luz que les dé, y son las formas las que realmente sabemos siempre cómo son. Y la mejor manera destacar las formas es reduciendo las formas a figuras geométricas básicas y claras: cilindro, cono, esfera, circunferencia, triángulo, etc. Todo esto sin renunciar a un color de gran intensidad mediante los contrastes y las sombras coloreadas, pues el color aporta luz y reconstruye la forma. No usó el sistema de claroscuro tradicional. Esta forma de pintar origina pequeñas distorsiones fruto de la utilización de más de un punto de vista, como se aprecia en este bodegón [Manzanas y naranjas]. Reivindica el componente bidimensional de la pintura; no le interesa la profundidad ni la perspectiva tradicional, ni siquiera la tridimensionalidad. En su época de madurez, momento al que pertenece el cuadro, hace suyo un género que entonces estaba desprestigiado: el bodegón o naturaleza muerta. Para Cézanne el bodegón es un tema de estudio, ideal para probar, combinar y componer pequeñas cosas de la vida. Además, el bodegón le obliga a grandes sesiones de trabajo para aprehender el objeto en su entidad, no para copiarlo fotográficamente. Se dio cuenta, por ejemplo, que las frutas varían con el paso del tiempo, y también los pliegues de los manteles; por eso terminó enyesando los manteles y pintando frutas de cera. En la serie de seis bodegones que hace ahora se encuentran los mismos accesorios: vajilla de loza y jarra con decoración floral. En la obra que vemos las piezas de fruta destacan por su esfericidad. Algunas realmente no parecen tales frutas, sino simples círculos o esferas, cuyos volúmenes nos vienen dados por la precisión de los contornos y perfiles, construidos a través de la modulación del color que en este caso sólo cuenta con una sola gama de tonos, rojos y naranjas. Como se comentó antes, una característica de este cuadro es el uso que hace de la perspectiva, pues rompe con las normas tradicionales: En el cuadro algunos objetos presentan una doble visión perspectiva. Así, el cuenco que en el centro guarda la fruta presenta, en su parte superior, un punto de vista, y en su parte inferior, otro, como visto desde arriba. Y lo mismo ocurre con los distintos objetos entre sí. Mientras el plato de la izquierda presenta una perspectiva casi vertical, la jarra se ve frontalmente. Así la composición se enriquece porque ofrece dentro de una misma imagen múltiples puntos de vista, como si nosotros nos moviéramos delante de esta mesa con fruta. Esto es visible en el mantel, cuyos pliegues, duros y aristados, como acartonados, adquieren el volumen y relieve por efecto de los matices de color. La composición se organiza con una colgadura que cierra la perspectiva y un marcado triángulo blanco, con el frutero central en su vértice; crea así una estructura estable y sólida. Recuerda las naturalezas muertas flamencas del siglo XVII. En resumen, esta obra nos ofrece una visión intelectualizada de la realidad, muy distante de la concepción simplemente visual que tenían de esa misma realidad los impresionistas.