"Campesino
nací, campesino moriré. Tengo cosas que contar tal y como las he visto y
me quedaré en mi terruño sin retroceder ni un paso". Lo que distingue
a Millet es el carácter exclusivo y metódico de un programa cuyo
significado político es mucho menos subversivo de lo que pensaban sus
contemporáneos. Millet no se interesa ni por la clase social de los
campesinos, en el fondo sumamente conservadora (y en la que se apoya el
Segundo Imperio), ni por sus características sino por la figura simbólica
del Campesino y por sus gestos eternos. Parte de la más rigurosa
observación -"no haría nada que no fuese resultado de una impresión
producida por el aspecto de la naturaleza"- para tender a la
simplificación y a la generalización: "Si sólo dependiese de mi voluntad,
expresaría con mucha fuerza el arquetipo, que, a mi juicio, contiene la
más potente verdad".
"Quisiera que los seres que represento den la impresión de estar
entregados a su postura y que resulte imposible imaginar que pueda
ocurrírseles la idea de ser otra cosa". En 1848, año del Manifiesto
comunista y e las grandes luchas obreras, Millet expuso un cuadro con
un campesino trabajando; la ética y la religiosidad del trabajo rural
serán siempre los temas dominantes en su obra. Por primera vez un
trabajador es presentado como protagonista de la representación, como
héroe moral. Sin embargo, la elección de Millet es ambigua: ¿por qué los
campesinos y no los obreros de las fábricas, cuya miseria era aún más
negra? Porque el obrero ya es un ser desarraigado de su ambiente natural,
tragado por el sistema, perdido; el campesino está ligado a la tierra, a
la naturaleza, a las formas de trabajo y de vida tradicionales, a la moral
y a la religión de sus padres. |