La pintura inglesa pudo haber influido en esta obra, que fue duramente criticada en el Salón de 1829 por su brillante colorido, su pincelada excesivamente libre y su falta de acabado. Lord Byron había relatado la historia del disoluto emperador Sardanápalo, y sus versos Sardanápalo inspiraron el cuadro de Delacroix. Sardanápalo, el último de una serie de decadentes monarcas asirios, está sitiado sin ninguna posibilidad de supervivencia. Delacroix elige el momento en el que Sardanápalo ordena que traigan ante él todas sus pertenencias: mujeres del harén, caballos y guardias. Todos van a ser ejecutados y, finalmente, consumidos junto a él por el fuego.
La obra presenta una escena llena de dinamismo, con una acusada sensación de caos y dramatismo, a causa de la gran cantidad de objetos desordenados, las posesiones inanimadas de Sardanápalo y los personajes en movimiento luchando, con actitudes exaltadas y posturas forzadas.
Delacroix organiza la extraña escena en torno a una exótica diagonal en forma de cornucopia que vierte todo tipo de resplandecientes riquezas. La diagonal comienza con la figura del emperador en el extremo superior izquierdo, queda definida luego por los cuerpos en diferentes estados de desnudez y conciencia presentados sobre el flameante tapizado rojo del lecho imperial, y crece hasta abarcar el grupo de figuras de la parte inferior derecha. Esta diagonal une la cabeza del sátrapa, concentrado en la observación de la masacre, con la figura de la esclava que está siendo asesinada: el contraste entre el sufrimiento y la impotencia de ésta, la brutalidad del verdugo y la frialdad de Sardanápalo acentúan aún más el horror de la escena. Un arco, que se inicia con la viva gesticulación de la figura masculina levantada hacia el emperador y continúa en la forma de media luna de la muchacha del harén a la que apuñala, dirige la atención hacia Sardanápalo y la esclava circasiana que yace a sus pies, el foco principal de la pintura. Delacroix, en esta mujer perteneciente a una raza famosa por su belleza de proporciones y por el color de su piel, capta la sutil gama cromática de la carne circasiana y los característicos tonos castaños del pelo y los ojos. Delacroix introduce cuidadosos toques de luz en las sombras a derecha e izquierda de la diagonal central, y enriquece así todavía más el exotismo del episodio con otras atormentadas figuras: abajo a la izquierda un esclavo lucha con uno de los animales preciosos de Sardanápalo, que va a ser sacrificado con el resto de sus posesiones; en el extremo superior derecho, el sacrificio humano continúa.
Si Géricault, en La balsa de la Medusa deja muy clara la debilidad del ser humano frente la potencia de la naturaleza, Delacroix muestra los efectos devastadores de la irracionalidad del ser humano sobre las otras personas, visión que contrasta vivamente con la del hombre virtuoso y sacrificado que proponía David en El juramento de los Horacios.