La historia
La fragata Medusa, junto con los barcos Écho y Argus, fue enviada al Senegal por el gobierno francés bajo el mando del conde de Chaumareys. Este monárquico oficial de la armada, incompetente, que no había navegado desde los tiempos del Antiguo Régimen, consiguió el puesto por un favor político, al haber apoyado a la reciente monarquía borbónica restaurada de Luis XVIII. Por querer llegar antes que los otros barcos, se desvió de la ruta más de 100 kms. y encalló cerca de la actual Mauritania el 2 de julio de 1816. Al producirse el naufragio, el capitán y los oficiales hicieron uso de las barcas salvavidas y abandonaron a su suerte a la marinería, a la que consideraban socialmente inferior. Un grupo de 149 personas improvisó una balsa y recuperó de las aguas algunos barriles de vino. El capitán y la tripulación a bordo de los otros botes intentaron arrastrar la balsa, pero después de sólo unos pocos kilómetros, las amarras de la balsa se soltaron por sí solas o alguien las soltó. Los miembros que en ella iban quedaron a su suerte. La situación se degradó rápidamente; desde la primera noche 20 hombres se suicidaron o habían sido asesinados, ya que para el sustento de la tripulación de la balsa sólo se les entregó una bolsa de galletas del buque (consumida en el primer día), dos contenedores de agua (perdidos por la borda durante las peleas) y unos barriles de vino. El resto de botes, entre los que estaba Chaumareys, lograron llegar al puerto de Saint-Louis, donde se reunieron con el resto del convoy formado por los barcos Écho y Argus. El comandante envió a este último buque en busca de los restos del naufragio, no porque creyese que habría supervivientes, sino porque confiaba en rescatar varios barriles cargados de oro. Cuando la balsa fue recogida por el Argus, sólo 15 individuos sobrevivían, de los que cinco murieron al poco de tocar tierra.
Tras los primeros intentos –infructuosos– por sacar la nave del fatídico lugar, los marinos idearon una solución: construirían una gran balsa de 20 metros de longitud en la que depositar parte de la carga, para aligerar a la ‘Medusa’ y facilitar su liberación. Arriba, dibujo de la balsa en el momento del rescate.
Aunque la historia fue censurada por el gobierno, el "Journal des débats" de París publicó la noticia en septiembre de 1816. El testimonio de Henri Savigny, cirujano a bordo de la fragata, y del cartógrafo Alexandre Corréard, dos de los diez supervivientes, era estremecedor. Saltó el escándalo y la prensa francesa diaria no habló de otra cosa que del naufragio, sus causas y sus circunstancias. Pocos meses después, en marzo del año siguiente, el comandante Chaumareys fue juzgado y declarado culpable. Aunque se le retiró su cargo y sus condecoraciones navales, el noble logró evitar la pena de muerte, y se le sentenció a tres años de prisión. La catástrofe estaba todavía viva en la memoria de todos, cuando Géricault, que sólo tenía 27 años, expuso su cuadro tres años después. Había escogido un título anodino: Escena de un naufragio, pues de otro modo la pintura no hubiera pasado la censura y no hubiera sido aceptada en el Salón oficial de 1819; pues esta exposición, además de tener una función artística, también la tenía política. Tras prohibirle exponerlo en público, finalmente se instaló en el Salón Oficial y causó un tremendo escándalo social. El cuadro, al óleo, es grande, de casi cinco metros de alto por más de siete metros de ancho.
Boceto y estudios
El mar, presente en cualquier cuadro de tema marinero, ocupará, al final del proceso, sólo un pequeño espacio. En las marinas tradicionales siempre había mucha agua, mientras que los hombres y los barcos eran pequeños. Así fueron también los primeros estudios de Géricault. En la imagen inferior, uno de los primeros dibujos antes del primer boceto al óleo. Más abajo, el segundo boceto del cuadro).

Pero a medida que trabajaba en el cuadro, el pintor acercaba más la balsa al espectador, hasta que en la versión final casi parece que se podría subir a ella. Los personajes iban aumentando de tamaño y las masas de agua se desplazaron hacia los bordes; la composición piramidal se hacía cada vez más patente. El objetivo de Géricault no era una obra realista, sino una monumentalidad elaborada artísticamente.

Los artistas que llevaban obras al Salón oficial de Pintura de París rendían homenaje al régimen. De los cuadros históricos de gran formato, que siempre ocupaban el centro del Salón, dos tercios mostraban escenas de tipo religioso y el resto celebraba a los monarcas franceses del pasado. La obra de Géricault, sin embargo, no adulaba ni al trono ni al altar, no contribuía a "la gloria de la nación". Todo lo contrario; recordaba un escándalo que el nuevo régimen hubiera preferido olvidar. La monumentalidad, en formato y ejecución, era algo preceptivo en el estilo de los cuadros de historia, tan apreciados en la época. En este tipo de cuadro histórico, se creía que se manifestaba la auténtica clase de un pintor. Se exigía una cierta diplomacia y, como tema, una escena célebre o dramática de la historia nacional, la Historia Sagrada o la Antigüedad. Géricault no se atiene a esas directrices, pues el escándalo de «La Medusa» todavía formaba parte casi del presente. Fue acusado inmediatamente de "haber calumniado a todo el ministerio de la marina por la expresión de una de las cabezas en su cuadro". El lienzo no fue adquirido por Luis XVIII, como Géricault esperaba, ni tampoco juzgado según criterios artísticos, sino sobre todo por su contenido político. Todavía se ignora si el pintor consideró el cuadro como una denuncia política contra la corrupción del régimen. Muchos indicios abogan por la tesis contraria, por ejemplo la estupefacción del artista cuando el gobierno no quiso comprar la obra. También se sabe que Géricault había buscado otros temas, tales como los caballos que se soltaban por las calles de Roma durante el carnaval e incluso un caso de asesinato en la provincia francesa. Lo que quería era hacer una obra monumental para conseguir el reconocimiento del público.

Géricault se informó durante mucho tiempo y en profundidad para la preparación de su cuadro. Habló con Corréard y Savigny, los dos supervivientes que contaron lo ocurrido, y mandó construir una pequeña maqueta de la balsa. Para poder pintar el enorme cuadro alquiló un taller mayor cerca de un hospital. Allí se le autorizó a pintar a los agonizantes y los muertos, e incluso pudo llevarse trozos de cadáveres para poder observar el color de la carne cuando comienza la descomposición. Reunió todas las informaciones necesarias para realizar un cuadro realista…pero no lo pintó así.
El cuadro
El Argus, gemelo de la Medusa, es sólo un punto minúsculo en el horizonte y hay que forzar la vista para divisarlo; su tamaño diminuto intensifica el dramatismo del momento, ya que entra en lo posible que el buque se aleje como ya había ocurrido una vez. Parte de la energía de esta obra nace del movimiento de las figuras: los brazos en escorzo señalando la dirección del Argus, la emoción reflejada en los rostros y gestos de los supervivientes, las manos juntas del hombre con los cabellos peinados por el viento... Pero también de las fuerzas de la naturaleza: la vela remeda la forma de la gran ola del fondo, y con ello la agiganta y la resalta (la vela hinchada y la violencia del mar recalcan el poder destructor de la naturaleza), los cúmulos de la izquierda repiten las formas de las tumultuosos olas que se encrespan debajo. La paleta de los colores utilizados es muy reducida, va del beige al negro, pasando por el marrón claro y el marrón oscuro. Obtenemos así una atmósfera general de tonos calientes, pero que genera una impresión de desamparo.
Organiza la composición formando dos pirámides. La primera la dibujan los vientos que sostienen la vela. La segunda está formada por las figuras inferiores de los muertos, que serían su base, y se alzaría, pasando por los enfermos y moribundos, hasta la figura de la cúspide, que cobra nuevas energías ante la perspectiva del rescate.
Un cuadro romántico, en apariencia realista
Géricault, antes de pintar esta tela, hizo una encuesta sobre el naufragio, reuniendo todos los elementos necesarios para crear un cuadro realista. Sin embargo no lo ejecutó de forma realista, sino como un cuadro romántico. El tiempo no corresponde al de aquella mañana del 17 de julio de 1816. en que fueron encontrados los náufragos, con el mar tranquilo, el cielo despejado y la mar en calma. En el caso de Géricault, por el contrario, las nubes se amontonan y las olas se agitan, dando una impresión de peligro y amenaza que el pintor difícilmente hubiera conseguido con una tranquila superficie del agua.
El cuadro, a primera vista, es más bien sombrío, pero la luz proviene del lado superior izquierdo. Es una iluminación de tipo dramático. 

La persona que agita la banderola roja se llamaba Jean-Charles, negro y único hombre del "pueblo" entre los 15 supervivientes; los demás eran oficiales, científicos o secretarios. Jean-Charles era el que ejecutaba sus acuerdos, el que también tiraba por la borda las víctimas designadas por Savigny, el cirujano. Como otros cuatro de los rescatados, Jean-Charles murió de indigestión a bordo del Argus, al ingerir demasiada comida con demasiada rapidez. El pintor quería haber hecho una composición contra la trata de negros; no oculta sus intenciones liberales. Tiene una espalda musculosa después de 12 días de hambre.

Lo mismo, los cadáveres tienen una piel pálida un poco idealizada, y no presentan las marcas moradas de la descomposición. Cada personaje está bien peinado y afeitado, mientras que en los textos se hablaba de largos cabellos desgreñados.

Corréard y Savigny contaron que la piel de los náufragos estaba quemada por el sol, el cuerpo cubierto de grietas y heridas. Nada de todo ello se aprecia en la obra de Géricault.

En este grupo se representa a Savigny y Coréar, cuyo brazo indica la dirección del barco salvador.
Por último, la sed y el hambre se hicieron insoportables y no tuvieron reparo en cortar la piel y desgarrar la carne de algunos cadáveres que cubrían el bote. Eran cadáveres de compañeros que quedaron con sus extremidades inferiores atrapadas entre los palos de la balsa después de una noche de tormenta, y que no pudieron saltar al mar cuando les revolcaba el océano. Muchos se resistieron a comerla pero pronto se hizo evidente que quienes comían carne humana soportaban con más fuerza el infortunio, así que todos, uno por uno, tropa y oficiales por igual, tuvieron que dejar a un lado sus prejuicios y comerla.
El hacha ensangrentada -en la parte inferior derecha de la balsa- es la única referencia al canibalismo descrito por los supervivientes.
El Argus pudo divisarlos 13 días después. La balsa se encontraba a cuatro millas de la costa y con apenas 15 sobrevivientes. Esta embarcación no había salido a buscar a los náufragos, sino que los encontraron por pura casualidad. El Argus cumplía órdenes de ir a buscar un cargamento de oro que había quedado en el casco de la Medusa. Cuando la fragata pudo detenerse junto a la balsa, toda la tripulación quedó en shock, los creían muertos. Rescataron a los quince moribundos en un estado lamentable, con la piel reventada por el sol, los rostros demacrados y casi todos vendados en distintas partes del cuerpo por heridas de arma blanca. La balsa estaba cubierta de cadáveres desollados a medio comer, algunos putrefactos y otros con muestras de haber estado a merced de las aves marinas.
Géricault recrimina al Estado por abandonar a sus servidores: el uniforme tirado de un soldado francés, a la derecha de la balsa, es una metáfora del derrumbe político y militar de Francia.
Interpretación moderna
La representación fotográfica sobre lienzo (Museo Guggenheim de Bilbao) de José Manuel Ballester (1960) muestra los restos de la balsa, carente de presencia humana, después del rescate de los supervivientes y de la desaparición de los cadáveres de los fallecidos.  Así evoca un acontecimiento histórico que sigue vivo en la imaginación colectiva acentuando el sentido dramático del momento.