Carlos I y familia

El emperador Carlos V, a caballo, en Mühlberg es un cuadro de Tiziano Vecellio (hacia 1490-1576). Es un cuadro al óleo de 3,32 x 2,79 mts. Está pintado el añ 1548. Son numerosos los retratos de diferentes artistas que se conservan del emperador Carlos V, pero, sin duda, fueron los realizados por Tiziano los más importantes, tanto por su número, como por su calidad. Éste en concreto, calificado unánimemente por la crítica como de obra maestra, fue pintado por Tiziano en Augsburgo en 1548 por encargo directo del emperador, quien quería así conmemorar y dejar constancia de su gran victoria militar en la Batalla de Mühlberg, ocurrida en abril del año anterior contra los príncipes protestantes de la Liga de Smalkalda. A la hora de concebir el cuadro, Tiziano hizo caso omiso de las recomendaciones de Aretino, su amigo y consejero, que le instaba a realizar una composición llena de alegorías claras y patentes. Por el contrario, se inclinó por el recurso más clásico de un retrato aparentemente sencillo, en el que los símbolos, apenas insinuados por sutiles alusiones, quedaran ocultos a la mirada del espectador no familiarizado con este lenguaje. Carlos V es representado como un César cristiano, en solitario, sin ejércitos victoriosos en su entorno, montado sobre un caballo español castaño oscuro, empuñando una lanza de grandes dimensiones, vestido con una coraza (que se conserva hoy en día en la Armería del Palacio Real de Madrid) y tocado con un casco. Tenía en ese momento 48 años, y en su pálido rostro se advierten señales de cansancio. Su figura se recorta sobre un bellísimo paisaje arbolado con un río al fondo (la célebre batalla tuvo lugar cerca del Elba). Una luz crepuscular, de tonalidades doradas, confiere a la composición un especial ambiente de serenidad y silencio. El rico cromatismo de los rojos de la banda de general, del penacho que remata el yelmo del emperador y de los adornos del caballo, los castaños de los árboles, y los magníficos celajes grises y anaranjados del fondo, contrastan admirablemente con los brillos metálicos de la armadura (en la que se vislumbran las imágenes de la Virgen y de Santa Bárbara) y dan la medida de la gran maestría del pintor veneciano.

Los retratos de cuerpo entero no son habituales en el Renacimiento italiano, siendo más frecuente un retrato de medio cuerpo. Para realizar este retrato de Carlos V (a nuestra dcha.), Tiziano tuvo que seguir un modelo muy empleado en la pintura alemana renacentista, debido al deseo del emperador de que copiara un retrato que le había realizado en 1532 el pintor alemán Siesenegger (a nuestra izda). Desconocemos cuál fue la causa por la que Carlos V obligó al maestro a copiar este retrato; pudo ser para probarle ya que cuando se conocieron en Bolonia, el emperador le hizo un desagravio similar. Tiziano salió de la prueba exitoso e incluso fue nombrado Caballero de la Espuela de Oro y Conde Palatino, iniciándose entonces unas fructíferas relaciones con la Corte española que se mantendrán hasta la muerte del pintor. Se le llegó a ofrecer una residencia en Madrid, que fue rechazada al desear el maestro mantener su independencia. Tiziano se mantuvo fiel al original aunque introdujo su toque personal: simplificó el suelo y la cortina y renunció al minucioso detallismo del cuadro alemán, consiguiendo un toque más majestuoso que inaugura el retrato de Estado en España, en el que destaca la personalidad del modelo sobre cualquier símbolo externo de poder. Carlos V se hace acompañar de un perro que simboliza la fidelidad. La riqueza de las telas y el carácter del monarca hacen que este retrato sea único en su género.
Entre 1548 y 1550 está Tiziano en la corte del Emperador en Augsburgo donde realiza diferentes retratos. En este aparece Carlos V con aspecto grave, vestido de negro. Se aprecia la expresión de cansancio y su próxima renuncia al gobierno de sus reinos en manos de su hijo Felipe II.
 
El Escorial fue el centro político del imperio de Felipe II, donde organizó su palacio y biblioteca así como su panteón, el de sus padres, Carlos I e Isabel de Portugal, y el de sus familiares y sucesores. En la basílica se conservan dos grandes cenotafios: el del fundador, Felipe II, y el de Carlos I, con sus respectivas familias, a uno y otro lado del altar mayor. Las esculturas orantes en bronce dorado son, como las del retablo, de Pompeyo Leoni. Las estatuas de bronce del presbiterio que rodean al altar fueron puestas por Felipe II sobre sus verdaderas tumbas, en las que quiso enterrarse junto a su familia cercana, según consta en su testamento. En la actualidad, sólo el Emperador, la Emperatriz Isabel, Felipe II y la cuarta esposa de éste último están enterrados en el Panteón Real, bajo los escalones del Altar. Las tumbas originales de las estatuas se usan como trasteros, dejando al resto de su familia -incluido el Infante Don Carlos- en el Panteón de Infantes, bajo el convento. Tampoco es el único testamento traicionado: Carlos V también quería estar bajo los pies del sacerdote. En la imagen, Carlos I con su mujer, Isabel de Portugal, y las hermanas del monarca, las reinas María de Hungría, Leonor de Francia y la emperatriz María.

Carlos I casó con Isabel de Portugal, hija de María, hija de los Reyes Católicos, y Manuel I el Afortunado de Portugal; por lo tanto, los cónyuges eran primos hermanos por parte de madre. Nació doña Isabel en Lisboa, el 23 de octubre de 1503. De joven se la describe como esbelta y hermosa, de ojos grises y cabellos rubios.  En las Cortes de Toledo de 1525, doña Leonor, hija de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, propondrá un doble matrimonio que estrechará la intensa relación entre las casa de Portugal y España: el rey Juan III de Portugal casaría con doña Catalina, hija también de Juana, y el rey Carlos I de España casaría con Isabel de Portugal. La dote de Isabel era muy atractiva para las maltrechas arcas hispánicas: 900.000 doblas de oro mientras que Carlos otorgaba a su futura esposa en calidad de arras 300.000 doblas.  La entrega de la futura esposa se produjo en la frontera castellano-portuguesa el 7 de enero de 1526. La boda se celebró en Sevilla el 11 de marzo de ese mismo año. Parece que los cónyuges quedaron rápidamente prendados y decidieron pasar una romántica luna de miel en Granada, donde Carlos ordenó plantar unas flores persas que se convertirán en uno de los símbolos peninsulares: los claveles. En esta estancia granadina Isabel quedó embarazada. El parto tuvo lugar en Valladolid, el 21 de mayo de 1507, naciendo un niño que sería bautizado con el nombre de Felipe. Deseosa de guardar la compostura, Isabel ordenó que apagaran todos los candelabros de la sala, tapándose el rostro con un ligero paño para evitar que los asistentes apreciaran el dolor en su rostro. La reina contenía como podía los gritos y la comadre que la asistía recomendó que soltara toda la tensión del momento gritando, a lo que Isabel contestó: "No me digas tal, comadre mía, que me moriré pero no gritaré".  En 1529 Isabel queda por primera vez como regente de España tras la marcha de su esposo. Cinco serán las veces que la Emperatriz desempeñe tal cargo, siempre con acierto y en permanente contacto con Carlos. Este acierto en el gobierno motivará el cariño de los súbditos hacia la Regente. Asentada casi definitivamente en Toledo, doña Isabel se rodeó de una pequeña corte de poetas e intelectuales entre los que encontramos a Garcilaso de la Vega. En el verano de 1539 se esperaba un nuevo parte de doña Isabel. El alumbramiento se adelantó a finales de abril, presentándose con una gran hemorragia. El niño que nació apenas vivió unas horas y la madre falleció con las primeras luces del día 1 de mayo de 1539 en Toledo. Carlos se retirará al monasterio de Santa María de la Sisla y encargará a su hijo Felipe la presidencia de la comitiva que trasladará el cadáver de la Emperatriz desde Toledo a Granada. También dirige la comitiva don Francisco de Borja como caballerizo de la Emperatriz. A la llegada a Granada, donde se debía depositar el cadáver, don Francisco debía abrir el féretro para dar fe del hecho al entregarlo a los monjes que debían enterrarlo. En ese momento y al contemplar el descompuesto cuerpo de Isabel, Borja pronunció la frase "No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso". Retrato de Tiziano de Isabel de Portugal.

Los Comuneros
En España la pintura realista de mediados del XIX está representada por la pintura de Historia, que añade escasa gloria al arte nacionar. Enormes cuadros que derivan de la pintura romántica. La pintura de historia es erudita y da importancia a la verosimilitud. En este cuadro de Antonio Gisbert (1835-1902) se ve la ejecución de los cabecillas Comuneros.
La revuelta y guerra de las Comunidades de Castilla fue un levantamiento contra la corona que tuvo lugar entre 1520 y 1521, protagonizado por las ciudades del interior de la Corona de Castilla frente a las pretensiones de Carlos I.
En 1521 las tropas comuneras inician una ofensiva sobre la fortaleza de Torrelobatón, que cae el 25 de febrero. El 12 de abril, en el episodio más atroz de la guerra, tropas del rey asaltan la ciudad de Mora (Toledo), quemando la iglesia donde se habían refugiado más de 3.000 ancianos, mujeres y niños, que murieron. Finalmente el 23 de abril de madrugada las tropas comuneras salen de Torrelobatón, buscando refugiarse en Toro. No obstante las tropas del rey persiguen al ejército comunero dándole alcance en Villalar. Las tropas comuneras, bajo la fuerte lluvia y sin la protección de la artillería, son dispersadas por la caballería de los nobles. Los comuneros pierden entre 500 y 1.000 hombres, mientras que 6.000 son hechos prisioneros. A la madrugada del 24, sin proceso alguno, son ejecutados los principales líderes comuneros, el toledano Juan de Padilla y el segoviano Juan Bravo. Horas más tarde se les suma el salmantino Francisco Maldonado. Antes de la ejecución, Juan Bravo y Juan de Padilla cruzaron unas palabras que han pasado a la posteridad: antes de subir al cadalso, Juan de Padilla le dijo a su camarada: Señor Bravo: ayer era día de pelear como caballero... hoy es día de morir como cristiano. Esto originó que Juan Bravo pidiera ser ejecutado antes que Padilla, para no ver la muerte de tan buen caballero.