Jean
Ranc, retratista barroco francés, nació en Montpellier
en 1674. Desempeñó desde 1723 el cargo de pintor de cámara
de Felipe V en España. Su llegada a Madrid no fue tan
maravillosa como él esperaba al surgir problemas con Houasse
por celos artísticos y al no llegar los deseados encargos;
por si fuera poco, tuvo problemas oculares y en sus
habitaciones se declaró el incendio que acabó con el Alcázar
de Madrid, en la nochebuena de 1734, destruyendo por
completo el edificio y buena parte de la decoración
pictórica, edificándose en su lugar el actual Palacio Real.
Su estancia en la capital de España no fue un camino de
rosas. Falleció en Madrid en 1735, sumido en una profunda
tristeza. En esta
obra demuestra su peculiar habilidad para la representación
del retrato oficial con el característico brío en la
representación, sujeto a la moderna influencia de Rigaud y
su círculo, representantes de la estilística heroica y
triunfal francesa. La «representación» del rey Felipe V en
primer término supera el hecho histórico que ajusta a las
necesidades de un fondo. La preponderancia absoluta de la
figura determina la expresión viril y triunfal del personaje
al que caracteriza con infalible acierto en la elección de
los matices cromáticos y en la majestuosidad de las
vestimentas. Se considera el autor como el creador de una
retratística renovada dentro de la tendencia del barroco
tardío al que asoma también la elegancia del rococó.
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En febrero de 1714 muere la
joven reina M.ª Luisa de Saboya, primera mujer de Felipe V.
Aunque la sucesión al trono de los Borbones estaba asegurada
en las figuras de los futuros Luis I y Fernando VI, aún
niños, y la urgencia por el nacimiento de un heredero no
era, pues, un problema, los consejeros de
la Corte no tardarán mucho en
concertar un nuevo matrimonio regio. La elegida fue la hija
del duque de Parma, Isabel de Farnesio, quien se casará con
el Rey de España el 16 de septiembre del mismo año 1714.
Mujer de gran inteligencia y extremadamente culta para lo
que era corriente en su época, tomó parte activa en la
política del Reino asistiendo regularmente a los Consejos de
Estado e influyendo en la toma de alguna de las decisiones
más comprometidas del momento. Su personalidad dominante y
arrolladora, así como las malas relaciones que mantuvo con
los hijos del primer matrimonio de su esposo, quedan
patentes en el gran retrato de familia ejecutado por Van
Loo. Por una parte, es ella la que centra la composición
y es ella también, y no el rey, la que apoya
mayestáticamente uno de sus brazos sobre el cojín de
terciopelo en el que reposa la corona mientras que Felipe V,
algo retrasado respecto de la posición de su esposa, muestra
en su rostro un aire ausente y una sonrisa algo bobalicona,
testimonio de la demencia que le aquejará y que, por
entonces, había empezado ya a manifestarse. Por otra, la
distribución del resto de los personajes en la estancia,
intencionadamente descompensada en dos grupos de desigual
número, no hace sino reforzar la idea de la autoridad
ejercida por la reina.
A la izquierda, y próximos al
rey, el Príncipe de Asturias don Fernando, hijo de su
primera esposa y heredero del trono, junto a su mujer
Bárbara de Braganza. A ellos se ha sumado la presencia de la
infanta M.ª Ana Victoria quien, pese a ser hija de Isabel de
Farnesio, justifica su inclusión en este sector por su
pertenencia a
la Casa Real lusa, al igual que doña Bárbara, tras su
compromiso matrimonial con José I de Portugal, Príncipe del
Brasil. En el extremo contrario, rodeando a la reina, todos
sus vástagos —salvo la excepción hecha—, para los que
procuró una posición privilegiada en las distintas cortes
europeas a partir de una meditada política matrimonial. Así,
tras ella y con casaca roja, el infante don Luis Antonio,
aquel que renunciará a la dignidad cardenalicia para casarse
con M.ª Teresa Vallabriga y de cuya familia nos dejará una
intimista instantánea Francisco de Goya. A su lado, el duque
de Parma, don Felipe, apoyando la diestra sobre el respaldo
del sillón en el que se asienta su mujer, Luisa Isabel de
Francia. Siguen a ésta otras dos jóvenes, las infantas M.ª
Teresa y M.ª Antonia Fernanda, futura esposa, la primera,
del Delfín de Francia Luis, y del Rey de Cerdeña Víctor
Amadeo, la segunda. Cerrando el grupo, el hijo predilecto de
la reina, Carlos, entonces ya Rey de Nápoles y futuro Carlos
III de España, en compañía de su mujer M.ª Amalia de
Sajonia. Completan la escena dos niñas que juegan con un
perrillo. Son las infantas Isabel, hija de don Felipe de
Parma y M.ª Isabel, hija de Carlos III.
Contrastando
con el intimismo de Las Meninas y con la sobriedad
ambiental de
la Familia de Carlos IV
de Goya, donde el escenario queda minimizado por la
importancia de los personajes, Van Loo, para su retrato de
familia, recrea un entramado arquitectónico teatral y
grandilocuente propio del mejor del barroco cortesano
francés. Desde los suelos de mármol a las gigantescas
columnas jaspeadas y el gran cortinón púrpura que se
descuelga desde el techo, ocultando en parte la tribuna de
los músicos, absolutamente todos los elementos están
destinados a realzar la magnificencia de la familia real. A
ello contribuye, sin duda, la riqueza de los tejidos de las
indumentarias: pieles de armiño, terciopelos, bandas de
seda, encajes y brocados bordados en hilo de oro, cuyas
texturas reflejan la luz acentuando la sensación de
brillantez del cuadro.
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Goya fue llevado a la Corte por su cuñado Francisco Bayeu,
pintor de Carlos III desde 1767 con sueldo de 24.000 reales
anuales. Sus clientes fueron personas vinculadas al entorno regio
aunque no faltaron retratos pintados para amigos y paisanos. Sus
principales clientes fueron Carlos III y Carlos IV a los que sirvió
como pintor de cámara desde junio de 1786, con sueldo de 15.000
reales anuales que creció hasta 50.000 en 31 de octubre de 1799, al
ser nombrado primer pintor de cámara. Gozaba de una dieta de 5.500
para carruaje, símbolo del prestigio social alcanzado. Sin embargo,
la proporción de retratos encargados por los reyes fue inferior a la
de otro género cualquiera de pinturas (cartones para tapices,
pinturas religiosas, etc.). Goya no recibió especial atención de los
reyes aunque recuerda en sus cartas que ha compartido con ellos
momentos de intimidad. Sin embargo, entre sus obligaciones estaba la
de reproducir en numerosas copias la imagen prototípica de los reyes
con destino a instituciones públicas y particulares diversos .
Existen muchas controversias alrededor de los cinco retratos de
Carlos III vestido de cazador que se conservan. Los diferentes
especialistas no se ponen de acuerdo en concretar cuales son
auténticos y cuales son copias. Bien es cierto que podríamos estar
ante cinco originales de Goya ya que las condiciones de suciedad y
restauración de cada uno es diferente y nunca se ha realizado una
valoración conjunta. Parece bastante seguro que el pintor siguió o
grabados u obras de otros artistas para realizar el retrato ya que
no existe constancia documental de que Carlos III posara para Goya.
En alguna ocasión coincidieron pero nunca en el estudio.El monarca
se presenta al aire libre, en un paisaje muy similar al de los
cartones para tapiz aunque existan ciertos ecos velazqueños. Viste
larga casaca parda, gorguera blanca de encaje y chupa amarilla
ajustada con cinturón. Las bandas de las Ordenes de Carlos III y del
Toisón de Oro cruzan su regio pecho. El curtido rostro es el centro
de atención de la figura, ofreciéndonos una expresión de bondad e
inteligencia que le sitúan muy cerca del espectador, como si no
fuera el monarca. La enorme afición a la caza del rey - pensaba que
con los largos paseos y el sol evitaría la locura que había afectado
a su padre y hermano - motiva que sea ésta la actitud elegida para
presentarse ante nosotros. La precisión de Goya a la hora de
ejecutar los bordados y las calidades de las telas demuestran su
facilidad para triunfar como retratista en la corte. |
Luis
Paret y Alcázar (Madrid,1746-1799) es el mejor
intérprete del Rococó español. Está especializado en la
representación exquisita y refinada de paisajes, vistas
urbanas e interiores palaciegos. Artista precoz, fue
admitido como alumno de la Real Academia de San Fernando con
diez años y a los 17 concurso en la misma; aunque no alcanzó
el galardón final, si obtuvo el interés y la protección del
infante don Luis, que le costeo una pensión para estudiar en
Roma, a donde marcho en 1763. En 1766 regreso a España y se
volvió a presentar al concurso de la Academia consiguiendo
el primer premio. De este momento es este pequeño cuadro de
al óleo sobre tabla de 50 x 64 cms.
Representa al rey Carlos III en
mitad de un almuerzo que presencia su corte. Aunque parezca
un tema poco interesante, asistir a los rituales diarios de
los monarcas era un privilegio que pocos podían alcanzar.
Así, por ejemplo, el Rey Sol sólo invitaba a ciertos altos
cargos que quería agasajar para que presenciaran el "despertar
del rey" o "relèver du roi".La corte española no
era menos, y existen testimonios de que en una almuerzo
celebrado por el rey a finales del siglo XVII podían llegar
a intervenir varias decenas de sirvientes, cada uno de ellos
encargados de una función concreta, como ofrecer la
servilleta, retirar la copa del vino, etc. Así, un hecho
cotidiano como es un almuerzo movilizaba a gran parte del
personal de palacio. Además en estos almuerzos, el rey solía
departir con sus ministros y celebrar consultas con sus
cortesanos Así que lo que Paret representa es casi un
acontecimiento de estado, pero tratado con finísima ironía.
No exento de esa ironía, el autor firmó su obra en griego
consignando la siguiente -e ingeniosa- frase: «Luis Paret,
hijo de su padre y de su madre, lo hizo».
El óleo de Paret es fiel exponente del estilo preciosista
del pintor, uno de los máximos representantes del rococó
español. Pese a sus pequeñas dimensiones sorprende por sus
colores brillantes, la vivacidad en la pincelada, la
atención prestada a los detalles matéricos como calidades de
tejidos y joyas, y por la capacidad técnica para recrear una
escena convincente en la que multitud de personajes se
distribuyen dentro de un marco arquitectónico grandilocuente
como el que corresponde a un palacio borbónico.
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