LA FAMILIA DE CARLOS IV

En la primavera de 1800, meses después de haber sido nombrado primer pintor de Cámara, Goya recibió el real encargo de pintar un retrato conjunto de la Familia Real que pasaba una temporada en el palacio de Aranjuez. Goya comenzó por hacer allí estudios del natural de algunos de sus miembros, para servirse de ellos en el cuadro definitivo. Pintó diez retratos en total de los que el Prado posee cinco. En el lienzo, del que Carlos IV hablaba como "el cuadro de todos juntos", vemos de izquierda a derecha a los siguientes personajes: el infante don Carlos María Isidro; Goya pintando un gran lienzo; el príncipe de Asturias futuro Fernando VII; la infanta doña Ma Josefa, hermana soltera del rey; una joven no identificada; la infanta doña Ma Isabel; la reina Ma Luisa; el infante don Francisco de Paula; el rey Carlos IV; el infante don Antonio Pascual, hermano del rey; a su lado asoma la cabeza de la que se ha supuesto doña Carlota Joaquina, hija mayor de Carlos IV; don Luis, príncipe de Parma; y su mujer, la infanta doña Ma Luisa con su hijo Carlos Luis en brazos.

Goya sitúa la acción en lo que parece ser una estancia del palacio, con las paredes pintadas de verde y adornadas con dos grandes cuadros. Trece figuras parecen posar ante el pintor, cuya presencia a la izquierda del lienzo y junto a los miembros de la realeza lleva a establecer un estrecho paralelismo con "Las Meninas" de Velázquez, artista por el que Goya sentía una profunda admiración. La Familia Real se muestra de pie, vestida de sedas y cubierta de joyas y condecoraciones. Su aparente quietud y rigidez se ve atemperada por sus distintas estaturas y por la forma en que está distribuida: en tres grupos de cuatro (dos hombres y dos mujeres en cada uno). Destaca el conjunto en torno de la reina Ma Luisa, por estar en el centro y por ser la figura más iluminada, si bien se halla algunos pasos por detrás del rey, tal y como lo exigía el protocolo.

La luz, que irrumpe desde la zona izquierda arrojando grandes sombras sobre el suelo, ilumina los rostros y produce brillos y destellos en las sedas de los trajes y en las joyas y condecoraciones, realizadas todas ellas con una factura especialmente suelta y con sabios toques de pincel.
(Texto tomado de Mirar un cuadro, del Museo del Prado).

María Luisa de Parma (Parma, 9/12/1751-Roma, 2/01/1819) fue reina consorte de España, esposa de Carlos IV. María Luisa de Parma ejerció una gran influencia sobre su marido, débil de voluntad. De carácter caprichoso, la reina María Luisa llegó a participar en numerosos episodios por los que fue considerada, ya en su época, una mujer intrigante y para muchos depravada. Entre los numerosos amantes atribuidos a la reina María Luisa destaca Manuel Godoy, un antiguo miembro de la Guardia de Corps que alcanzó una influencia política muy notable porque gozó de una elevada capacidad para manipular a la reina María Luisa y al propio rey Carlos IV. María Luisa acompaño a su marido al destierro, primero en Francia, confinados por Napoleón en Compiègne, y posteriormente en Roma donde falleció, reinando ya su hijo Fernando en España que ordenó el traslado de los restos de sus padres para ser enterrados en el Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial.

Manuel Godoy y Álvarez de Faria

Es un personajes muy interesante y comprometido con la Historia de España; fue alabado por unos y odiado por otros. Era natural de Castuera (Badajoz), donde nació en 1767. Su afición por el Ejército le hizo ingresar en la Guardia de Corps a la edad de 17 años. Como cadete conocería a los entonces Príncipes de Asturias -el futuro Carlos IV y su esposa, María Luisa de Parma- que le encumbraron hasta lo más alto, llegándole a otorgar el título de Príncipe de la Paz gracias a la firma del tratado de paz con Napoleón en Amiens, totalmente perjudicial para los intereses españoles. Para emparentarse con la familia real se casó con la Condesa de Chinchón, prima hermana de Carlos IV, a pesar de mantener como amante oficial a doña Pepita Tudó, con quien tendría dos hijos y se casaría muy avanzado el siglo XIX, ya perdido todo su poder. Falleció en el exilio, en París, a la edad de 84 años. Como valido del rey, gobernaba a su gusto, teniendo el inestimable apoyo de la real pareja, especialmente el de María Luisa, con la que se insinúa que había algo más que una buena amistad.

Goya retrató a Godoy en 1801, después de la llamada Guerra de las Naranjas, episodio militar ocurrido entre mayo y julio de ese año en la frontera hispano-portuguesa, denominado de esa manera por el ramo de naranjas que Godoy envió a María Luisa al tomar la ciudad de Olivenza. Las banderas que contemplamos a la izquierda fueron capturadas al enemigo el 7 de julio. Godoy viste uniforme de Capitán General y aparece sentado, aunque levemente recostado, portando en su mano derecha un pliego de papel. Gracias a este triunfo obtendrá meses después el cargo de Generalísimo de los Ejércitos; tras él, aparece su ayudante de campo, que puede ser el Conde de Zepa. El fondo está ocupado por los húsares y oficiales de caballería con sus respectivas monturas. La luz crepuscular empleada por el maestro otorga mayor fuerza a la composición, en la que destaca el gesto y la pose del protagonista, sabedor de su control absoluto sobre el destino de los españoles. Gracias a la luz, Goya ha destacado aun más a don Manuel, resultando una escena totalmente áulica. En estos años iniciales del siglo XIX,

El dos de mayo de 1808 en Madrid o La carga de los mamelucos

Este cuadro, pintado el óleo en 1814, representa los sucesos acaecidos en la Puerta del Sol en Madrid, en 1808, cuando los patriotas madrileños, armados con puñales y escopetas, atacaron a los mamelucos, soldados egipcios del ejército invasor de Napoleón, iniciándose la Guerra de la Independencia. El protagonista es la multitud anónima. En la composición predominan las curvas y los violentos escorzos. El colorido es brillante e intenso, con el rojo destacando para expresar el dramatismo y la violencia de la lucha. Las pinceladas son sueltas, en manchas. Ofrece un contraste fuerte de luces y sombras. Esta "pintura de historia" forma un conjunto con otro cuadro, Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. Pintó ambos cuadros por encargo del cardenal don Luis de Borbón, regente en ausencia de Fernando VII, a propuesta del propio pintor, con un fin patriótico para "perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa". Goya tenía miedo de ser tachado de afrancesado por ser un ilustrado.

Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío el 3 de mayo

En este cuadro se representa también un hecho histórico real, del que quizá Goya fue testigo: el fusilamiento de civiles madrileños como castigo por su rebelión contra los franceses. El protagonista es la masa anónima. A la izquierda, destacando sobre el fondo de la montaña de Príncipe Pío y las casas que se recortan en el cielo nocturno, vemos a un grupo de hombres arrodillados que van a ser fusilados, mientras otros esperan su castigo. Los cadáveres de los que acaban de ser ejecutados yacen amontonados en el suelo ensangrentado. Al fondo aparece también una mujer sentada con un niño en los brazos. Son gente civil y humilde como indican sus ropas vulgares. Los condenados muestran diversas actitudes ante su inminente muerte: rezan, se tapan el rostro, se muerden los puños, se desesperan, están horrorizados. El personaje principal, con camisa blanca, valiente y digno, mira a los franceses y levanta los brazos en cruz. A la derecha, los soldados napoleónicos, anónimos, sin rostro, colocados en fila, levantan los fusiles para disparar. Un farol colocado en el suelo ilumina la oscuridad de la noche. Es una escena brutal y patética.

La rendición tras la batalla de Bailén

Casado del Alisal, pintor palentico, estaba en París en 1863 trabajando en un gran cuadro de asunto histórico y eligió el tema de la Rendición de Bailén, ocurrida el 19 de julio de 1808, cuando las tropas españolas del general Castaños vencieron y obtuvieron la rendición de los ejércitos franceses dirigidos por el general Dupont. Esta batalla supuso la primera victoria hispánica en la Guerra de la Independencia. El artista recoge el momento de la entrevista entre Castaños y Dupont para fijar las condiciones de la rendición. El general Castaños, al frente de las tropas españolas, saluda con un gesto respetuoso al enemigo vencido. Dupont, con gesto serio y orgulloso, responde al saludo de Castaños abriendo sus brazos en señal de absoluta rendición. Junto a ambos generales, Casado coloca a otros militares que también participarían en la batalla pero no en la capitulación, fantaseando ligeramente el episodio. La composición está inspirada en Las Lanzas de Velázquez. Ubica de forma similar los grupos de soldados para configurar un aspa, con los franceses a la derecha, en un plano inferior para indicar su derrota, mientras los españoles están a la izquierda. En el centro están los dos generales. Resaltando el papel generoso de Castaños frente al gesto arrogante de Dupont y la actitud de Gobert, representados ambos con nobleza a pesar de la derrota. Tras los grupos de primer plano se desarrolla una visión panorámica del lugar de la batalla así como de las banderas, que refuerzan el recuerdo velazqueño.

La maestría técnica de Casado es importante. El dibujo es muy firme y seguro; destacan las actitudes y las expresiones de los personajes; hay excelentes detalles que recogen a la perfección las vestimentas de ambos ejércitos, documentados excepcionalmente por Casado tanto en Madrid como en París. La zona de mayor calidad podría ser el grupo de soldados españoles donde encontramos una amplia gama de gestos y expresiones tomadas del natural, enlazando con el realismo imperante en los círculos artísticos. El equilibrado colorido, las armas de primer término, las mieses cortadas, el polvo que levantan las tropas vencidas, etc. son algunos de los elementos que hacen de esta obra una de las mejores muestras de pintura de historia.

Retrato del General Castaños, realizado por Vicente López Portaña (1772-1850). Este pintor sucedió a Goya como pintor de Cámara del Rey Fernando VII.

Francisco Javier Castaños y Aragorri, Duque de Bailén (1756 -1852), nació en Madrid. En consideración a los servicios prestados por su padre, el monarca Carlos III le nombró capitán de Infantería en el Regimiento de Saboya cuando tenía tan solo diez años. En calidad de oficial de menor edad, estudió en el Seminario de Nobles de Madrid, finalizando los estudios en la Academia Militar de Barcelona. El 19 de julio de 1808, al mando de un ejército improvisado por algunas Juntas Provinciales de Andalucía, y de manera destacada la de Sevilla, venció en la batalla de Bailén al ejército francés dirigido por el general Dupont (apodado el Terror del Norte). La gloria de la batalla recayó sobre el General en Jefe de las tropas españolas, y Castaños fue nombrado Capitán General del Ejército y Miembro del Ier Consejo de Regencia en 1810. Finalizada la Guerra de Independencia fue nombrado Capitán General de Cataluña hasta que en 1820 dimitió de su cargo al llegar el Trienio Liberal (1820-1823). Durante la Década Ominosa (1823-1833) recibió un gran número de nombramientos. En 1829 recibió el Collar del Toisón de Oro. Fue designado tutor de la princesa Isabel (futura Isabel II) y de su hermana la infanta Doña María Luisa Fernanda. Cuando fue declarada la mayoría de edad de Isabel II, Castaños volvió a su puesto de Comandante General de Alabarderos (puesto que conservó hasta su muerte).
Así describe Galdós -por medio de su personaje Gabriel, en el cuarto libro de los "Episodios Nacionales"- al general Francisco Javier Castaños en vísperas de la victoria de Bailén: “Vi por primera vez al general Castaños cuando nos pasó revista. Parecía tener 50 años y, por cierto, me causó sorpresa su rostro, pues yo me lo figuraba con semblante serio y ceñudo, según mi entender debía tenerlo todo general en jefe puesto al frente de tan valientes tropas. Muy al contrario, la cara del general Castaños no causaba espanto a nadie, aunque sí respeto, pues los chascarrillos y las ingeniosas ocurrencias que le eran propias las guardaba para las intimidades de su tienda (...)". 

José Rebolledo de Palafox y Melci, duque de Zaragoza, (Zaragoza, 1776-Madrid, 15 de febrero de 1847) fue un militar español que acompañó a Fernando VII a Bayona. Después de intentar infructuosamente junto con otros preparar la huida de Fernando VII, huyó a España y tras un corto periodo de retiro, se situó a la cabeza de la resistencia aragonesa. Cuando comenzaron los Sitios de Zaragoza, estimuló al pueblo a resistir. Tras el segundo asedio, la ciudad capituló con la oposición de Palafox, que se encontraba enfermo. En junio de 1814 fue restaurado en sus funciones como capitán general de Aragón, pero se retiró poco después y dejó de participar en la vida pública. De 1820 a 1823 Fernando VII le nombró comandante de la Guardia Real, pero más tarde le quitó todos sus honores y cargos por sus simpatías con los liberales.

LOS DESASTRES DE LA GUERRA

Los Desastres de la guerra es la segunda gran serie de grabados de Goya. Surge con motivo de la gran crisis causada por el impacto de la Guerra de la Independencia. Desde 1810 comienza a plasmar escenas que narran el lado miserable de la guerra, las muertes, las torturas, las consecuencias de la guerra en el individuo; testimonios amargos cargados de pesimismo. Son 82 estampas en las que trabaja hasta 1820 y que han quedado como una crónica social de fuerte carga antibelicista. Las técnicas empleadas son aguafuerte, aguatinta, punta seca y buril. A modo de ejemplo, aquí tienes algunos de ellos.

Escena de un fusilamiento en el que unos soldados franceses se disponen a ejecutar a unos civiles tras la invasión. La obra recuerda a los Fusilamientos del tres de mayo (1814), de la que posiblemente este grabado sea su origen. En la escena se utilizarán los recursos que más tarde pasarán al cuadro, como la presentación de unos civiles indefensos e individualizados, frente a una “maquina de matar” sin rostro. Por tanto la interpretación de la obra más que una alusión directa a las ejecuciones de los franceses (de quienes entre sombras y amalgamiento casi no se les identifican) se convierte en un grito frente a la barbarie (indeterminada y amorfa) que corta la vida de los inocentes. El mismo nombre del grabado, nos introduce en su correcto significado “Con razón o sin ella” nos habla mucho de como frente a situaciones de esta índole, la razón se pierde cuando se usa y abusa de la violencia, hasta tal punto que el argumento de determinar de parte de quien está “la razón” queda en un plano secundario ante tales hechos.

Un soldado francés trata de violar a una muchacha mientras que una anciana por detrás, cuchillo en mano trata de matar al atacante para salvar la vida de la víctima. De nuevo nos encontramos con una escena de lucha en la que la mujer será la victima. En toda guerra la violación de mujeres, es uno de los hechos constantes que nos vuelven a indicar el lamentable comportamiento del ser humano en determinadas circunstancias. Goya no puede dejar de reflejar este hecho por escabroso que resulte y nos lo muestra. La salvaje acción representada viene elevada de tono por la aparición de un tercer personaje (una anciana) que con gesto desesperado (al igual que su acción) trata de impedir el hecho. La utilización del aguafuerte vuelve a permitir los contrastes lumínicos, en este caso para destacar la “pureza blanca” de la victima frente a su oscuro agresor.

Soldados franceses están torturando y matando a un paisano español. Siguiendo en la línea de las ejecuciones que nos está presentando Goya, nos encontramos con esta en donde unos soldados torturan a un español. La escena es tremendamente cruel: Como si de ganado sacrificado y dispuesto a ser troceada su carne, unos soldados tratan de mutilar a un ciudadano cortándolo en canal. Es una escena aterradora en donde las figuras representadas esperpénticamente por Goya están a caballo entre la risa o el drama. El título de la estampa lo dice todo: Ya no se puede hacer más, ya es imposible una tortura o un desprecio por la vida humana mayor, parece que la crueldad o la sinrazón ha tocado límites.

Una persona aparece mutilada y empalada por la rama de un árbol. Continuando con las ejecuciones, la serie sigue subiendo de tono hasta llegar a representar verdaderas aberraciones, verdadero terror sin límites en donde se reflejan las atrocidades más crueles a las que puede llegar un ser humano. La estampa nos muestra a un ser humano al que se le ha sometido a una serie de torturas que incluso han acabado con la amputación de algunas partes de su cuerpo para terminar siendo empalado en las ramas de un árbol seco. La dureza es tremenda y escalofriante y habla por sí sola. Destacan en la imagen además una factura anatómica clásica, casi bella al lado de ese cuerpo destrozado.

Varios civiles aparecen atados a un árbol algunos muertos con evidentes señales de tortura. Continuando con la representación de las ejecuciones, Goya nos presenta en esta imagen una de las más crueles. En ella podemos ver varios cuerpos que han sido asesinados y salvajemente torturados: Personas sin cabeza, sin miembros, miembros exentos colgados a quienes previamente han sido arrancados. Un grabado verdaderamente macabro que no puede por menos que provocar la repulsa del espectador. Ante tanta barbarie resalta el tratamiento de la anatomía de los cuerpos cuya belleza es rota por el significado de lo representado. El título como en otros muchos de la serie, es claramente irónico.

Juramento de las Cortes de Cádiz

Este cuadro fue pintado por José Mª Casado del Alisal (1832-1886), nacido en el pueblo palentino de Villada. Es uno de los buenos pintores de historia del XIX español; se trata de recrear un pasado grandioso dentro de la historia de España; no es, por tanto, un documento visual de lo que viera el pintor. El cuadro está realizado al óleo y mide 3,13 x 3,79 m. Representa el acto de juramento que en la Misa del Espíritu Santo prestaron los Diputados el día de la instalación de las Cortes de Cádiz. Es éste uno de los dos grandes cuadros que fueron encargados por el Congreso de los Diputados para decorar el testero del Salón de Sesiones. Trata de conciliar la pintura romántica con un tratamiento academista inspirado en la tradición clasicista española.