Fernando VII (Goya)

En 1814, el Ayuntamiento de Santander encarga a «un buen Maestro» la realización de un retrato de Fernando VII. El encargo recae en Goya, quien cobra por su realización ocho mil reales de vellón. El retrato tenía como función presidir el salón de sesiones del Ayuntamiento, siendo exhibido en determinadas celebraciones desde la balconada principal del Consistorio. Con el tiempo, el lienzo pasó al olvido; tanto, que durante muchos años se consideró salido del pincel de un imitador del aragonés. Fue el pintor cántabro Joaquín González Ibaseta (?-1925) quien vio la mano de Goya en el retrato. El 30 de octubre de 1948 se traslada definitivamente al Museo de Santander donde hoy se exhibe junto con la reproducción facsimilar de la documentación del encargo, aceptación y recibo de entrega, en la que están plasmadas las firmas autógrafas del artista y del entonces alcalde de la ciudad Juan Nepomuceno de Vial.
     El Ayuntamiento dicta una serie de condiciones que se recogen en el documento del encargo: «Ha de ser el lienzo de siete pies de alto por el ancho proporcionado. El retrato deberá ser de frente y de cuerpo entero; el vestido de Coronel de Guardias con las insignias reales. Deberá tener la mano apoyada sobre el pedestal de una estatua de España coronada de laurel y estarán en este pedestal el cetro, corona y manto: al pie un león con cadenas rotas entre las garras».
    Para la realización del retrato, Goya se vale posiblemente de un apunte tomado en 1808, que se conserva en el Musée d'Agen (Francia) y sigue con fidelidad las pautas iconográficas que le marca el Ayuntamiento. Fernando VII aparece de cuerpo entero con el uniforme de Coronel de Guardia de Corps, con fajín rojo a la cintura, banda de la Orden de Carlos III, varias condecoraciones (Toisón de Oro, Orden de Carlos III) y el sable reglamentario. Apoya su brazo izquierdo en el pedestal que soporta la alegoría de España coronada de laurel. A la izquierda del monarca se sitúan el cetro, la corona y dos mantos, uno rojo y otro de armiño. Sobre éstos se aprecia un enigmático objeto, especie de transparente bóveda de crucería que guarnece algo parecido a una piedra. A los pies se recuesta un manso león, con una cadena entre las garras y, en el suelo, se sitúan diversos eslabones rotos. Es un ejemplo de consistente realismo y madurez en la obra del aragonés: desenvuelto peinado, a la moda; contraste entre la figura del Rey y el fondo; vivos y vibrantes rojos, azules y blancos; sabia modulación de los negros; disperso moteado de verdes esmeraldas, sutiles nacarados, desenfado, en suma, en el tratamiento técnico. La representación del león, de acuerdo al exacto dictado municipal -«al pie un león con cadenas rotas entre las garras»- parece evidenciar la liberación del pueblo español a raíz de la expulsión de las tropas francesas.
El cuadro está pintado al óleo; mide 2,05 x 1,23 ms. y se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Santander.

Otros retratos de Fernando VII
Hijo, hermano, cuñado y padre de pintores, la vida de Zacarías González Velázquez (Madrid, 5/11/1763-Madrid, 31/01/1834) puede considerarse como un paradigma de cómo debía ser un pintor según los cánones que impuso el gobierno borbónico a través de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. La biografía y actividad pictórica de Zacarías González Velázquez no puede entenderse sin la existencia de dicha Academia de la que llegó a ser Director General por nombramiento de 19 de marzo de 1828. Durante la guerra contra los franceses permanecerá en Madrid incorporándose a los pintores de Cámara de José I aunque, tras la vuelta de Fernando VII, no tendrá ningún problema para reincorporarse al servicio de dicho monarca quizá por la influencia que pudo ejercer el infante Carlos María Isidro de Borbón, personaje al que estuvo vinculado en la última etapa de su vida. Tal es así que los futuros nombramientos de González Velázquez en esta institución se produjeron cuando el infante era Jefe Protector de la Academia. La muerte de Zacarías González Velázquez estuvo rodeada del relativo olvido en el que su figura cayó tras su abandono de la Dirección de la Academia. Su vinculación al infante Carlos María Isidro, su verdadero valedor durante el reinado de Fernando VII, propició, tras la muerte de éste y las aspiraciones de aquél al trono, una postergación de la figura de González Velázquez que puede servir como ejemplo de los nuevos tiempos que corrían en la Academia. En elmundo del retrato cab e destacar los retratos que hizo de Fernando VII, como el que vemos en la parte superior.
La propaganda a través de la pintura
La obra de José Aparicio (Alicante, 16/12/1770-Madrid 10/05/1838) debe enmarcarse en dos parámetros que explican su producción y la sitúan adecuadamente en su contexto histórico: el gusto neoclásico consecuencia de su aprendizaje junto a David y la vinculación con el rey Fernando VII.  La crítica liberal desautorizó sus cuadros basándose exclusivamente en el contenido propagandístico de los mismos.  Fue uno de los principales propagandistas pictóricos del reinado de Fernando VII y de la propia figura del rey, muy consciente del trabajo que estaba desempeñando con el que, por otra parte, estaba completamente identificado. En 1807 se trasladó a Roma para seguir su proceso de aprendizaje. Vuelve a la península en 1815. Tras su llegada fue nombrado Pintor de Cámara de Fernando VII en agosto de 1815 con un salario anual de 6.000 reales. Ese mismo año fue nombrado académico de mérito de la de Bellas Artes de San Fernando. Asentado en Madrid, José Aparicio empezó a trabajar en cuadros de función propagandística clara con una serie de lienzos de gran tamaño, de tema patriótico y propagandístico que marcarán el resto de su carrera. En 1818 realizará El hambre en Madrid. Tras el trienio liberal, desde 1823 a 1827, pintará la que será su obra más importante, El desembarco de Fernando VII en Puerto de Santa María, hoy destruido. En él se concentran las características de su pintura: colosalismo en las dimensiones, técnica neoclásica, tema patriótico y propaganda política al servicio del rey. Esta obra le valió el absoluto reconocimiento del poder político siendo nombrado el 22 de febrero de 1829 académico de mérito de la Academia de San Carlos de Valencia y, posteriormente, Teniente Director de la Real Academia de San Fernando.
Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros (Gisbert)

José María de Torrijos y Uriarte (1791-1831) sintió la de vocación militar desde pequeño. Ingresó en la Academia militar de Alcalá de Henares donde le sorprendió la guerra de la Independencia (1808-1814) contra los franceses. Es ascendido a coronel y en 1813 contrae matrimonio con Luisa Carlota Sáenz de Viniegra. Al finalizar la guerra obtendrá la graduación de general. La restauración absolutista de Fernando VII al volver a España anula la Constitución de 1812. Torrijos toma partido por los liberales del Partido Progresista y no acepta partir para América a combatir contra los independentistas. En 1817 el general Torrijos participa en la conspiración fallida del general Lacy para levantar al ejército en Andalucía y por ello es llevado a prisión. Con la rebelión victoriosa de Rafael de Riego en 1820 es excarcelado y durante el trienio liberal es nombrado Comisario de guerra (1823), dirigiendo la resistencia contra los Cien Mil Hijos de San Luis, el ejército francés enviado por las potencias europeas para reponer a Fernando VII en el trono absoluto. Tras ser derrotado en Cartagena, Torrijos y su mujer parten hacia Marsella y de allí a Inglaterra (1824), donde con algunos de los españoles exilados cofundará la llamada Junta de Londres. En septiembre de 1830 llega a Gibraltar donde se reúne con antiguos colaboradores. Intentan en varias ocasiones penetrar en España a través de Algeciras, pero todas las tentativas fracasan, obligando a Torrijos a buscar el refugio de Gibraltar. Viendo imposible actuar en el Campo de Gibraltar por la extrema vigilancia realista, Torrijos decide desembarcar en Vélez Málaga, confiando en que con su presencia las tropas de Málaga primero, y luego las de toda Andalucía se rebelarían contra el rey Fernando VII. Pero es víctima de un plan urdido por el antiguo compañero de armas y ahora gobernador de Málaga, Vicente González Moreno, para conseguir su captura.
El cuadro del Fusilamiento de Torrijos es un óleo de Antonio Gisbert y se encuentra en el Museo del Prado. La historia de lo que ocurrió es la siguiente. El 30 de noviembre de 1831 partió de Gibraltar junto con 52 compañeros pero a la altura del cabo de Calaburras en Mijas, el buque de guerra Neptuno les esperaba, por lo que tuvieron que desembarcar en Fuengirola y huir hacia el interior, siendo perseguidos y apresados en Alhaurín de la Torre el 5 de diciembre y conducidos a Málaga, donde fueron encarcelados. El día 10 de diciembre se recibió la orden de fusilamiento firmada por Fernando VII, quien escribió de su propio puño y letra: "Que los fusilen a todos. Yo, el Rey." Y al amanecer del 11 de diciembre de 1831 en las malagueñas playas de San Andrés son fusilados todos los conspiradores, incluyendo un grumete de tan solo 15 años. Los restos de Torrijos y sus compañeros se encuentran en Málaga. debajo del obelisco rodeado por una verja que delimita una porción de terreno de soberanía francesa por orden de Isabel II, para prevenir que futuros gobiernos o regímenes maltrataran esos restos.

José de Espronceda escribió el siguiente soneto en su memoria:

A la muerte de Torrijos y sus compañeros
Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.
Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.
Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,
y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.