PUEBLOS PRERROMANOS, ANTES DE LA CONQUISTA ROMANA
GUERRAS PÚNICAS
Arriba, mapa de la Iª Guerra Púnica. Abajo, la situación al comenzar la IIª Guerra. Como se observa al comparar ambas imágenes, durante los años que siguieron a la primera guerra, los púnicos extendieron su dominio por la península Ibérica para pagar a Roma las indemnizaciones de guerra y tener una zona de expansión lejos de su rival, sin peligro de colisionar con sus intereses. Le fue tan bien a Cartago que volvió a ser fuerte. Y como Roma contemplaba esta recuperación con preocupación, el año 226 una embajada romana se entrevistó con la familia cartaginesa de los Barca y les obligó a fijar un límite a su expansión en la barrera del río Ebro. Los Barca estaban todavía lejos de esa línea y no opusieron demasiada resistencia.
Pero Roma, para frenar la peligrosa recuperación de Cartago, creyó que la guerra era el único modo. Por eso Roma hizo un pacto con la ciudad de Sagunto. Esto era clara provocación a Cartago, pues suponía violar el tratado del Ebro. Aníbal, hijo de Amílcar Barca, no estaba dispuesto a someterse a las exigencias crecientes de Roma. Puso sitio a Sagunto el 219. Roma no ayudó a su aliado; dejó que Sagunto cayera (año 218) y sólo entonces declaró la guerra a Cartago. Así comenzó la IIª Guerra Púnica.
En 1868 Francisco Domingo Marqués logra una pensión de la Diputación Provincial de Valencia para completar sus estudios en Roma. Allí pintó el obligado cuadro de historia en que se hace alusión a la destrucción de Sagunto. Los habitantes de la ciudad prefirieron darse muerte o lanzarse al fuego que devoraba la ciudad ante que someterse al invasor cartaginés. En el cuadro, Aníbal irrumpe en el escenario con su carro tirado por dos caballos encabritados que aplastan a su paso los cuerpos de los saguntinos, que intentan detener el avance de las tropas invasoras. El general cartaginés vuelve la cabeza y extiende su brazo para arengar a sus tropas, mientras una mujer intenta frenar la cabalgadura para evitar que su hijo sea aplastado. Por el campo de batalla yacen esparcidos los cadáveres semidesnudos de otros saguntinos; entretanto los supervivientes recogen a muertos y heridos. Al fondo observamos la densa humareda provocada por el incendio y el fragor de la batalla, apenas dejando entrever los restos de las casas que aún quedan en pie.
ANÍBAL CRUZA LOS ALPES
Aníbal contaba en su ejército con un poderoso contingente de elefantes de guerra, animales que representaban un importante papel en los ejércitos de la época y que los romanos conocían bien por haberse enfrentado a ellos cuando formaban parte de las tropas de Pirro I, rey de Epiro. En realidad, los 37 elefantes de Aníbal son una cifra insignificante comparada con los ejércitos de la época helenística. De hecho, la mayoría murieron durante el viaje a través de los Alpes o víctimas de la humedad de las marismas etruscas. La única bestia que sobrevivió fue empleada como montura por el propio Aníbal.
Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes (1810-1812), cuadro de William Turner. Abajo, Aníbal contempla Italia por primera vez desde los Alpes (1770), cuadro de Goya.
FASES DE LA CONQUISTA ROMANA
Conventus significa en latín asamblea o reunión y con esta palabra (o con la española convento), se designaba a las reuniones conjuntas de romanos e indígenas, que aconsejaban al gobernador en la administración de justicia. Estas reuniones se realizaban en diversas localidades, que por ello se llamaban conventus o conventus iuridici. El gobernador provincial o legado realizaba sus funciones jurídicas itinerantes anuales en cada una de las sedes de estos conventus, en fechas fijas, usualmente en verano. En la imagen,. los conventos jurídicos de la Bética romana.
VIRIATO

Roma no paga traidores”. La tradición ha conservado así la forma en que el procónsul Q. Servilio Cepión despreció a Audax, Ditalco y Minuro, los tres hispanos sobornados que acababan de asesinar a su jefe Viriato. Corría el año 139 a.C. y en ese instante nacía el mito. En realidad las fuentes clásicas no recogen la literalidad de esas palabras. Pero con todo, el aforismo refleja bien una sensación, en cierto modo avergonzada, palpable en los textos de los escritores romanos que narraron el acontecimiento, generalmente siglos después. Apiano, Diodoro, Dion Casio, Eutropio, Floro, Orosio..., varios de estos autores lamentan un desenlace tan contrario a la fides y a la virtus romanas, a esa probidad y hombría militar sin doblez que supuestamente era característica del comportamiento romano. Valerio Máximo lo expresó así: “Cepión… no ganó sino que compró la victoria” (9.6,4).
Según la versión popular, Q. Servilio Cepión ordenó ejecutar a los asesinos en lugar de pagarles. Pero lo que nos cuenta Apiano es que el procónsul les permitió conservar lo que les había dado como soborno, pero “en lo tocante a sus restantes demandas los remitió a Roma” (Iber. 74). Arriba, monumentos a Viriato en Viseu (Portugal) a la izquierda, y en Zamora a la derecha.
La historia de Viriato, como la de Numancia, forma parte de esa serie de acontecimientos gloriosos que demuestran la irreductible heroicidad de los españoles frente a un invasor extranjero. Por eso llamó la atención de muchos artistas y escritores a principios del siglo XIX, que vivieron en unas circunstancias históricas similares, motivadas por la resistencia frente a la ocupación napoleónica. El cuadro que exponemos aquí es un testigo claro de este contexto. Fue pintado por José de Madrazo en 1807, durante su estancia de formación en Roma, y hoy se conserva en el Museo del Prado. Representa el momento en que los soldados lusitanos descubren el cadáver de Viriato en su tienda. Los personajes de la izquierda se lamentan de la terrible pérdida y parecen tomar conciencia del terrible futuro que les aguarda sin su caudillo. Los que se hallan situados al fondo y a la derecha, en cambio, se muestran más decididos y juran venganza. En el centro de la composición, como un foco destacado de luz, se encuentra la cama mortuoria de Viriato, sobre la que se arrojan desesperados otros personajes. El cuello del caudillo muestra la herida que le causó la muerte, como un testigo silencioso de la traición.
CANTABRIA PRERROMANA y SU CONQUISTA
LA ROMANIZACIÓN
EMPERADORES ROMANOS (hasta el siglo IV)
LA CIUDAD ROMANA

Barcelona, como ejemplo

HUMOR