3.- Escultura
Es fundamentalmente funeraria; se encuentra influenciada
por la griega arcaica. En las alcobas de los sepulcros colocan los sarcófagos,
uno de los más brillantes capítulos de esta cultura. Lo más frecuente es que se
encuentre en la tapa la figura del difunto, yacente o recostado sobre el codo y
con el busto erguido. Si el tamaño es de una caja reducida, a modo de cipo, se
coloca
en la tapa el busto del difunto. Este sarcófago etrusco crea el modelo, no sólo
romano, sino de toda la cultura occidental. Al principio estos sarcófagos se
hacen en terracota. El
sarcófago más famoso procede de la necrópolis de Cerveteri en el siglo
VI a.C. Los
esposos se hallan semitendidos, como si estuviesen instalados en su casa: la
mujer en primer término, y detrás el marido, apoyando el brazo derecho sobre el
hombro de su compañera. Parecen conversar mientras asisten al banquete funerario
en su honor. Los varones son altos y esbeltos, con rostros de labios afeitados,
con una barbita puntiaguda que viene a reforzar la agudeza del mentón. Los ojos,
almendrados y oblicuos, parecen brillar de inteligencia y optimismo; la sonrisa
está vinculada al mundo jonio.
En el siglo V desaparece este arcaísmo y su utiliza otro tipo de
sarcófago. Se representa a un tipo distinto al
visto: varones obesos, coronados de gruesas diademas, descubierto el pecho y el
vientre. Estos etruscos gordos suelen sostener en la izquierda una patena con el
óbolo para pagar a Caronte. A veces les acompaña una figura femenina, su esposa
o una divinidad funeraria. La base del sarcófago suele ir adornada con relieves
de danzas fúnebres, ceremonias de lamentación por el difunto, o temas
mitológicos; temas que también se ven en la pintura. Hay contraste entre el
verismo del retrato del difunto y el idealismo griego de las escenas de la base.
Los rostros se convierten en verdaderos retratos, lo que sirve para eternizar
los rasgos del difunto. El retrato, un tanto teórico (no del tipo griego), trata
de reflejar la observación sicológica del personaje. De aquí nacerá el retrato
toscano del que a su vez vendrá el romano.
La escultura de bulto redondo más interesante la encontramos entre los restos
del templo de Apolo en Veyes. La obra mejor conservada es una estatua de barro
cocido de Apolo. Las señales de influencia griega son claras en la sonrisa
arcaica, los pliegues en abanico y zig-zag, el adorno de volutas y palmeras.
Pero el carácter etrusco se aprecia en la fuerza indómita del rostro, distinta
totalmente el equilibrio griego. El dios es étnicamente etrusco: nariz afilada,
ojos oblicuos, labios curvados.
También a este siglo VI o al V, la época de
mayor auge etrusco, pertenecen dos obras de bronce. La loba Capitolina,
una copia del siglo XI o XII sobre un original etrusco,se
clasifica dentro de la escuela de Veyes. La ferocidad del animal está expresada
en el rostro vigilante, con verdad y energía, lo que se acentúa por el esmalte
blanco incrustado en los ojos. Las estatuillas de Rómulo y Remo fueron hechas
por Pollaiuolo en el renacimiento para completar el grupo. Pero la ferocidad de
este animal queda rebasada por La Quimera de Arezzo. La fiera está luchando con Beloferonte, que no se ha conservado. El animal ha sido herido y brama de dolor
y ferocidad. La técnica escultórica es insuperable. Se habla de que puede ser
una obra griega importada.
El siglo III señala la extensión de la cultura helenística por el territorio
etrusco. Roma domina políticamente, pero los etruscos siguen guiando el arte,
superior todavía al romano. Se realiza una serie de retratos en bronce. La
cabeza llamada de Lucio Bruto atrae la atención por su realismo y serenidad. El
retrato debe reflejar lo más exactamente posible la faz del muerto, por lo que
todo el interés se centra en la cabeza. En el siglo I a.C. la cabeza del
supuesto Séneca es una prolongación del arte etrusco. Pero en estos momentos es
ya difícil separar las obras etruscas y romanas, pues está naciendo el arte
romano. En el siglo II o I se produce la genial obra del
Arringatore u orador.
Se trata de un arte de transición, ni etrusco ni romano. Une la dignidad,
nobleza, tendencia a la oratoria del mundo romano con la técnica retratística
etrusca. Está dotado de una fuerza y aire de dominio que caracterizará al
retrato romano posterior. Es un bronce de tamaño natural.
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