Nos encontramos ante un "retrato histórico" que pertenece a la ideología
en imágenes de la burguesía francesa revolucionaria: Jean Paul Marat
muerto en la bañera después de haber recibido la puñalada de Charlotte
Corday. David se propone como un deber la despiadada fidelidad a los
hechos. Presenta a Marat muerto.
"No comenta, presenta el hecho, aduce el testimonio mudo e
inamovible de las cosas. (...) La tina en la que estaba sumergido para
suavizar el dolor y en la que escribía sus mensajes al pueblo, habla de la
virtud del tribuno que domina el sufrimiento en cumplimiento del deber.
Una caja de madera mal barnizada, que hace de mesa, habla de la pobreza,
de la integridad del político. Sobre la caja una especie de cheque que,
aunque es pobre, manda a una mujer que tiene el marido en la guerra y no
tiene pan para sus hijos, habla de la generosidad del hombre. Abajo, en
primerísimo plano, el cuchillo y la pluma, el arma de la asesina y el arma
del tribuno. Para la comparación dispone, en lo alto, las dos páginas
escritas, la orden de entregar el cheque a la ciudadana necesitada (la
bondad de la víctima) y la falsa súplica de la emisaria de la reacción (la
traición de la bondad).
No hay ninguna idealización formal, el lado de la caja-mesa,
que fija el plano-límite del cuadro, es un eje sobre el que se ven, con la
alucinante evidencia de un trompe-l'oeil, las nervaduras de la madera, los
nudos, los agujeros de los clavos; en las hojas se leen las palabras
escritas, la fecha. (...) La definición del lugar, tan detallista en
primer plano, desaparece en la parte alta: más de la mitad del cuadro está
vacía, es un fondo abstracto, sin ningún signo de vida. De la presencia
tangible de las cosas se pasa a su desolada ausencia, de la realidad a la
nada, del ser al no ser. El borde de la tina, cubierto a medias por una
tela verde y a medias por una sábana blanca, es la línea que separa las
dos regiones, la de las cosas y la de la nada. El espacio está definido
por la sobria y casi esquemática contraposición de horizontales y
verticales. En esa exigua zona intermedia muere Marat. David no describe
la violencia del asesinato, ni el sufrimiento, ni la desazón de la muerte,
sino el paso del ser a la nada.
Por esta estoica detención en el momento de la muerte, David
parece identificarse, a dos siglos de distancia, con Caravaggio. Como en
La sepultura de Cristo, el motivo dominante es el brazo que se abandona,
pero por el que discurre un último aliento de vida; y también aquí ese
fragmento anatómico destaca sobre lo blanco y se distingue apenas de la
caída de los pliegues de la tela. (-...) En el cuadro hay una decidida
contraposición de sombra y de luz, pero no hay ninguna fuente luminosa que
lo justifique como natural. Hay luz en vez de vida y sombra en vez de
muerte; no se puede pensar en la vida sin pensar en la muerte, y
viceversa. (...) La firmeza y la frialdad de la contraposición luz-sombra
da al cuadro una entonación uniforme, lívida y apagada, cuyos extremos son
la sábana blanca y la tela oscura. En esta entonación baja, destacan
fríamente las escasas manchas de sangre, que señalan el culmen de esta
tragedia sin voces y sin gestos ("historia senza atione", decía Bellori de
la pintura de Caravaggio). La filosofía de David, finalmente, es la moral
del revolucionario, de quien, sabiéndose ya condenado, cree poder condenar
sin infringir la ley moral." (G.C. Argan)
Existe una intensa tensión entre las líneas verticales y las
horizontales que sirven de estructura a la figura de Marat. Observemos
cómo la curva que existe entre las líneas rectas rompe la rigidez de la
obra, a la vez que acentúa el dramatismo (según la teoría manifestada por
Kandinski de que un arco contiene una gran carga expresiva). Podemos
comprobar geométricamente que la mano que aguanta el escrito es el centro
de una circunferencia cuyo arco reseguiría el brazo caído y pasaría por la
boca, uniendo tres elementos expresivos muy claros. Un segundo arco sobre
el mismo eje centra la atención en el escrito y resigue el brazo
izquierdo. La cabeza quedaría situada en el cruce de los dos arcos y en la
línea de la tangente que los une. La cabeza, el escrito y la pluma están
íntimamente relacionados mediante una figura triangular. La pluma señala
la dirección del escrito, en vez de estar abatida. Igualmente, la nariz
nos lleva hacia el escrito, como si en éste se centraran los valores
humanitarios de Marat.
En cuanto al aspecto tonal, el 50 % de la obra es una zona
oscura, un 25 % está dominada por tonalidades grises y otro 25% por zonas
con una fuerte iluminación. La obra le fue encargada a David en el mismo
momento de los hechos, cuando el fervor popular reclamaba la veneración
del ídolo asesinado, y nos consta que quedó terminada en tres meses.
Admirada y aplaudida durante la revolución, su cotización cayó a niveles
ínfimos durante la Restauración debido a su carga política y
revolucionaria (no encontró comprador en una subasta de 1821).
La simplicidad del conjunto es notable. Parece como si a
David sólo le interesara destacar al protagonista y su obra; todo lo demás
le resulta marginal. No hay figuras secundarias que nos pudiesen distraer
del hecho "sagrado" y del personaje idealizado. El plano-línite del cuadro
está definido por la caja, que es la que da estabilidad compositiva a la
obra. Se trata de un cubo que le sirve, a su vez, de lápida ("A Marat.
David"). El límite de la bañera, sólo cubierto a medias por una tela verde
y por la sábana blanca, juega un papel de separación de las dos regiones
donde queda ubicado el tema. Notamos en la figura la relación entre la
nariz, que sigue la horizontal del borde de la bañera, y las cejas, que
siguen las verticales de la caja y el brazo, y también la caída de la
cabeza sobre el brazo. Y en el centro de convergencia de este esquema
compositivo, la boca de Marat, con su enigmática sonrisa del filósofo que
ve realizarse lo que sabía que era su destino. Según Francastel se trata
de una de las obras más destacadas de la pintura moderna, por su
dramatismo y su realismo, narrada con gran simplicidad y un lenguaje
estilizado, que inauguraría el camino de la pintura realista y de la
pintura social.
El valor de la obra consiste en haber sabido transformar un
asesinato en una obra de arte universal que trasciende el puro y simple
hecho concreto para convertirse en un símbolo genérico, demostrando que ha
llegado a la identificación de lo que es real con lo que no lo es. Cabe
situar esta intencionalidad en el contexto del discurso de Saint-Just: "El
Rey tiene que morir no por los crímenes que ha cometido sino porque
representa una "figura" que encarna una idea. Para hacer morir la idea hay
que matar a la "figura"". David presenta el momento en que el hecho ha
tenido lugar, pero aún no ha entrado a formar parte de la historia, y
convierte a Marat no sólo en mártir de la revolución sino también, según
Honour, en arquetipo ennoblecedor de todos los que mueren por sus ideales.
Es, de hecho, una "piedad secularizada".
También podemos interpretar esta obra en clave de lectura
religiosa, comparando la figura de Marat y la de Cristo. La idea de
martirio y sacrificio, la posición del cuerpo y su relación con La
sepultura de Cristo de Caravaggio y con la "pietà" de Carracci o de
Miguel Ángel, la clara presencia de la herida del costado, los objetos de
la escena y su connotación de reliquias..., todo nos induce a pensar en
Marat como mártir de la nueva religión: el racionalismo. |