Estas cinco tablas que se encuentran actualmente en
la Academia de Bellas Artes de San Fernando son de gran interés porque
pertenecen a la serie de cuadros de gabinete en los que Goya trabaja más
libremente, plasmando lo cotidiano, lo popular e incluso escenas de gran
dramatismo con asombrosas audacias técnicas. Son obras muy alejadas de
los temas y la estética rococó y neoclásica de los cartones para
tapices. Estos cinco cuadros están fechados entre 1815 y 1819. Estos
cuadros reflejan motivos de costumbres que la ilustración y las ideas
liberales (a las que por esta época se adscribía Goya) pretendían
reformar, aunque encontraban la oposición de la política absolutista de
Fernando VII. Son temas que siempre habían obsesionado a Goya,
especialmente después de la enfermedad que le dejó sordo en 1792. |
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Se representa un
ritual de fervor en que unos hombres vestidos de blanco y con el torso
desnudo, los disciplinantes, fustigan sus espaldas en señal de
penitencia. La procesión de
disciplinantes constituye una imagen verídica, pues está comprobado que
los asistentes se iban flagelando mutuamente, hasta cubrir de sangre el
pavimento. Aparecen con las espaldas sangrantes forman la primera parte
de la procesión. Tras ellos sacan de una iglesia de grandes proporciones
imágenes de la Virgen de la Soledad, el Ecce Homo y el Cristo en la
Cruz. Les acompañan otros encapirotados de negro y beatas arrodilladas.
También aparece a la derecha un empalado, todo ello revestido de gran
parafernalia de estandartes, cruces y faroles. Todos los personajes del
primer término aparecen individualizados, bien caracterizados en el
desempeño de su papel, mientras que en un segundo plano está la
muchedumbre anónima de fieles, poco iluminados por un cielo sucio pese a
su color azul. El procedimiento está en sintonía con otros cuadros de
esta serie. En cuanto a la composición, Goya utiliza el recurso de
establecer zonas de luz contrastadas: por un lado el de los flagelantes
y el empalado, y por otro, el resto del cuadro, con una mole
arquitectónica, la iglesia, se supone, de la que sale la procesión. |
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Este cuadro no
representa un auto de fe, sino el autillo previo al acto de fe. Como en
otros cuadros de esta serie, los personajes del primer término
aparecen individualizados, bien caracterizados en el desempeño de su
papel, mientras que el fondo lo ocupa una masa anónima encuadrada por
una arquitectura gótica y una atmósfera claustrofóbica. En cuanto a la
composición, Goya divide la tabla en dos zonas de luz contrastadas: por
un lado el de los procesados y los inquisidores, que se sitúan en primer
término; en penumbra, al fondo, la muchedumbre que asiste al auto de fe
está desdibujada, lo que la presenta como un todo informe. Los acusados
iban vestidos con una especie de casulla llamada sambenito,
pintada con escenas del infierno, con terribles llamas y figuras de
condenados. En la cabeza llevaban la coroza o capirote,
una especie de cucurucho también pintado con símbolos infernales,
generalmente hecho de cartón, que resultaba grotesco y humillante. Los
sacerdotes y frailes dominicos acusan al reo que agacha la cabeza en
actitud de sumisión. En primer plano y en la zona de la izquierda
contemplamos a un hombre vestido a la moda dieciochesca, posiblemente el
representante real. Con esta escena Goya quiere expresar su absoluto
rechazo a este Tribunal, al que no tuvo ninguna simpatía, y con el que tuvo algún problema en 1815 por haber
pintado las Majas. |
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En el marco de una
arquitectura claustrofóbica, cuya única luz al exterior es una alta
ventana con barrotes, de carácter claramente represor, se encuentran
locos que representan distintos personajes: uno -al parecer salvaje-
tocado de plumas en la cabeza, otro con tricornio, otro más con tiara
papal que hace el gesto de bendecir hacia el espectador, muchos otros
desnudos... todos ellos en actividades grotescas y patéticas. El tema de
los establecimientos psiquiátricos estaba en las tertulias de los
ilustrados españoles, y podría este cuadro suponer una denuncia del
estado contemporáneo de estas instituciones de beneficencia. Pero
también hay que tener en cuanta que Goya se sintió atraído por la
representación de la locura, la deformidad o las perversiones como se
aprecia en muchas de sus obras. |
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La Corrida de toros
está en franca relación con la serie de grabados de La Tauromaquia. Una
improvisada plaza de tablas es el lugar donde se desarrolla la escena,
apreciándose los espectadores arremolinados tras la barrera formando un
imperfecto círculo. En primer plano se han situado algunas personas para
acercar al espectador al espectáculo. En el centro de la arena, un
picador espera recibir la embestida del toro, preparado con su larga
pica. A su lado un torero llama al animal y alrededor observamos algunos
miembros de la cuadrilla.. Las figuras han sido perfectamente
individualizadas, tanto las que observan la faena como los toreros,
resultando un conjunto de enorme atractivo.
El punto de vista del
espectador se sitúa en un punto alto del tendido, de tal forma que puede
contemplar las primeras filas de aficionados (colocados, con gran
modernidad, de espaldas) al igual que todo el resto de la plaza y los
edificios que se hallan al fondo. En esa forma
de presentar la escena destaca el esfuerzo desarrollado por el artista
aragonés para transmitir el sentido de la percepción de la distancia en
la profundidad del campo visual (adviértase la nitidez del conjunto de
figuras del centro y el perceptible «desenfoque» de los edificios del
fondo, en concordancia con las leyes de la óptica divulgadas por los
tratadistas a partir del siglo XVIII). Goya es la primera gran figura de
la pintura de tema taurino, y uno de los grandes de la pintura de todos
los tiempos. |
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